El objetivo principal de este equipo interinstitucional, según el Ejecutivo, será gestionar la crisis social y laboral que enfrenta la provincia
- 24/02/2013 01:00
Es una extensión de 270 mil 125 hectáreas, que integra el corredor biológico marino del Pacífico Tropical. Es un paraíso reservado que se comparte con el mundo desde 2005, cuando fue declarado Patrimonio de la Humanidad. Un paraíso en riesgo: puede perder su estatus.
Para llegar hasta Coiba hay que viajar dos horas en una lancha con motor fuera de borda desde el puerto Mutis, en Veraguas. Es una travesía cautivadora, solo superada por las maravillas que se encuentran una vez que se llega. Visitarla es una experiencia que por su peculiaridad resulta difícil de contar. Una que no escapa a las contradicciones que generan otros puntos del país, por la naturaleza que encanta o el patrimonio que conmueve y la torpeza crónica de un gobierno que no sólo no hace lo que tiene que hacer, sino que atenta contra esa riqueza.
Y es que desde 2005 la Unesco insiste en que quiten del lugar a las vacas que están allí desde que era una colonia penal. Y nada: allí están, caminando y rumiando entre las llanuras costeras con elevaciones. Como si no fuesen un peligro para el ecosistema, como si hubieran nacido allí en lugar de ser especies trasplantadas que dañan.
SALIDA Y TEMPESTAD
Partimos a eso de las 12 del mediodía. Un sol radiante se asomaba en el horizonte. A un lado, extensos bosques de manglares parecían derramarse sobre las aguas verde oliva. El calor y la humedad sofocaban a la docena de viajeros que intentaban refrescarse con agua y abanicos.
—Nos estamos cocinando —dijo el capitán de la lancha. Y tenía razón: el termómetro marcaba 39 grados. Lo que nadie imaginaba es que la exorbitante temperatura anunciaba la llegada de una tempestad. Una hora más tarde, a la altura de Santa Catalina, el océano Pacífico dejaría de honrar su nombre. El cielo se partía en dos una y otra vez, a intervalos marcados por el retumbar de los truenos. Por fortuna, el tiempo dio tregua. Media hora después el aguacero era cosa del pasado. La mejor parte del viaje comenzaba.
La razón por la que Coiba es considerada la joya más valiosa de la corona de la naturaleza panameña salía a la luz. Un grupo de delfines nariz de botella jugueteaba alrededor de la lancha. Los mamíferos daban saltos arqueados y cantaban.
—¡Es la bienvenida! —gritó alguien en la lancha. Casi nadie le prestó atención. Unos estaban atónitos con lo que estaban viendo. Otros sacaban sus cámaras para guardar el momento. Pero faltaba lo mejor. Al canto de los delfines se unió el de las rayas.
—¡Qué espectáculo! —dijo un fotógrafo. El capitán dio un giro al bote para que pudiéramos apreciar por más tiempo el show. Y observó: ‘No les extrañe que una ballena jorobada se aparezca para cerrar con broche de oro’. La ballena no llegó. Seguramente estaría reproduciéndose o amamantando a sus ballenatos. Cada año, entre octubre y diciembre ellas migran a estas aguas en busca de calor y alimento.
El momento fue breve. Las criaturas marinas desaparecieron en la inmensidad del océano. Entonces pude apreciar el primero de los 30 islotes y 9 islas que forman el Parque Nacional Coiba.
DESEMBARCO
Una cabaña pintada de verde y amarillo se asoma a cinco minutos de llegar. Y un pequeño puerto de madera conecta hasta ella. A la entrada de la isla más grande del país, las arenas blancas y el mar cristalino. En el fondo, un frondoso bosque.
En este mundo de ensueño irrumpe un depredador en busca de alimentos.
—Es un tiburón gato—dijo Mali, uno de los guardaparques de la reserva ecológica—. Tranquila, no come gente—, aclaró.
Pero no es el único que depreda: la pesca deportiva y la pesca con palangre restringida, en la Zona Especial de Protección Marina, no se regularon y causan una marcada caída en las poblaciones de tiburón, raya, pargo, mero, marlin y pez vela, según Unesco. Las vacas, caballos y búfalos erosionan los suelos y amenazan corales y otras especies marinas. El gobierno no tomó ni toma medidas para financiar y capacitar a personal que intervenga en la conservación ni para regular las actividades perjudiciales, a pesar de que Unesco dio a Panamá 350 mil dólares para ello.
Mientras nadie los protege, los escualos nadan hasta Coiba, que enlaza cinco parques nacionales de Costa Rica, Panamá, Colombia y Ecuador.
El tiempo del gobierno y el de la reserva se parecen: se va como hoja al viento. El reloj marcaba las tres de la tarde. El grupo se junta a la entrada de un sendero ecológico para ascender hasta el cerro Gambute. Una excelente vista se aprecia desde lo más alto: inmenso mar cristalino rodeado de algunas islas como Granito de Oro, Coibita, Jicarón. Y manadas de monos en medio de esta espesa selva tropical, compuesta por más de 1,450 especies de plantas y donde habitan muchas especies endémicas, como el ave colaespina.
El alto endemismo fue una de las razones por las que se le otorgó la categoría de Patrimonio de la Humanidad. También por las 147 especies que componen la rica avifauna.
DE VERDUGO A PRINCESA
En l a reserva siempre habrá aventura e historias, nefastas y encantadoras. Algunas yacen con los restos de la colonia penal que funcionó en la isla desde comienzos del siglo pasado. El edén fue claustro para los más temidos asesinos y violadores y en las entrañas de esa prisión se gestaron torturas extremas y violaciones brutales en época de la dictadura militar.
Allí, paredes desgastadas por las sales marinas y barrotes corroídos por el óxido. En ese punto de la línea histórica se encuentra la razón y el riesgo de la conservación, una de las contradicciones de la isla: la presencia de la colonia penal habitó y ayudó al mantenimiento de más del 90% de los bosques y de la biodiversidad que está compuesta por 36 mamíferos, 147 aves y 39 anfibios y reptiles, además de plantas. Al mismo tiempo, las vacas y caballos fueron allí por la necesidad que generó tener una prisión, y nunca fueron reubicados.
La lancha espera a los periodistas para el viaje de regreso. Son las 10 de la mañana cuando entramos al mar abierto. El capitán detiene la pequeña embarcación. ¿Y ahora qué pasa? Un sonido extraño se escucha en las aguas. Son vastas extensiones de arrecifes coralinos que propician la vida marina. Coiba es la tercera reserva marina más grande del mundo, después de la Gran Barrera de Coral de Australia y las islas Galápagos de Ecuador.
De regreso el mar colaboró, pero el ambiente en la lancha era taciturno, al igual que mis compañeros. Una nostalgia por la belleza recién encontrada y un dolor intenso por la negligencia, el descuido y la indiferencia de un gobierno que no aprecia ni cuida un patrimonio de todos. Una nueva postal que muestra la realidad del país que tiene y no cuida. Que pierde y no llora.