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- 01/06/2025 00:00
Introducción: En cualquier ámbito científico es esperable la implementación de ‘buenas’ prácticas que van desde el afinamiento metodológico hasta la generalización y validación de resultados. La idea es que se entienda que las teorías científicas desbordan los gustos individuales y que sus resultados están expuestos al escrutinio público y a la réplica por cualquiera que cuente con el entrenamiento adecuado y las habilidades requeridas.
Aunque los resultados de la investigación científica no son asunto de mera opinión, ello no implica que sean como los fallos de la Corte Suprema de Justicia en materia de constitucionalidad: últimos, definitivos e inapelables. El producto final de la ciencia es presentado en forma de teorías, las que son expresadas en un determinado lenguaje. Esto permite su puesta en escena ante los demás, sean especialistas o legos. Pero ¿qué tiene que ver todo esto con la retórica?
La palabra ‘retórica’ no siempre se entiende en términos positivos, con frecuencia se usa peyorativamente, como cuando decimos: “lo que dices es retórica barata”, o “las propuestas de los sectores populares para salvar a la CSS son mera retórica”. En estos casos, ‘retórica’ pareciera apuntar a una suerte de palabrerío que no se fundamenta en respaldo (evidencia) de ningún tipo, por lo cual no debería tomarse en serio; en ese sentido, ‘retórica’ cumple una función descalificadora.
Pero Aristóteles [(1998). Retórica. Alianza Editorial] tenía una perspectiva diferente. Según él, se trata de una “contrapartida de la dialéctica” (1354a); de acuerdo con su distinción, mientras que la retórica es la “facultad de considerar lo que puede ser convincente”, la dialéctica tiene que ver con el “razonar sobre todo problema que tenga que ver con cosas plausibles” [Aristóteles. (1989). Tópicos, 100a. Gredos]. Ni la retórica ni la dialéctica tienen un ámbito o dominio propio, pues su conocimiento es en cierto sentido común a todos. No se trata, por lo tanto, de algo relacionado exclusivamente con el derecho o la política (oratoria), sino de algo que ‘permea’ todas nuestras prácticas cognitivas, incluida la científica.
En su estudio, distingue Aristóteles distintas formas de argumentación, v.g., la inducción, la deducción y el razonamiento aparente, a los que se relacionan análogamente las formas de argumentación retórica: el ejemplo, el entimema y el entimema aparente. En la forma de argumentar por ejemplificación, el argumentante se basa en ejemplos para demostrar una determinada idea o tesis, como cuando se dice: “los países con mayor libertad económica son más prósperos que los menos libres, económicamente, por ejemplo, Finlandia es más próspero que Corea del Norte”.
El entimema, por su parte, es un silogismo en el cual falta una premisa, aunque esta se sobreentiende, como cuando se afirma: “los insectos tienen seis patas, luego, las cucarachas tienen seis patas”, en el cual se sobreentiende o se presupone la premisa “las cucarachas son insectos”. Finalmente, el entimema aparente es un silogismo aparente (no verdadero), como cuando decimos: “las aves vuelan, luego, los murciélagos son aves”, esto presupone la premisa “todo lo que vuela es ave”, lo cual es falso, pues los murciélagos, aunque vuelan, son -en realidad- mamíferos.
Obviamente, no ha sido este sentido, disciplinar si se quiere, el más destacado, sobresaliendo con el tiempo más bien las connotaciones negativas de esa palabra: la retórica devino en adorno, en estéril ornamentación del discurso hablado o escrito. Sin embargo, su estudio es esencial para comprender mejor la dinámica comunicativa-argumentativa, tanto cotidiana como científica. En ese sentido, la obra de Perelman y Olbrechts-Tyteca [(1989). Tratado de la argumentación. Nueva retórica. Gredos], y todo el abanico de posibilidades que se abre a partir de ella, podría considerarse un intento de recuperar el espíritu argumentativo racional, crítico que ya le había impregnado el Estagirita.
McCloskey [(1998). The Rhetoric of Economics (Rhetoric of the Human Sciences) Edición de Kindle.] se refiere a cómo ha sido entendida la ciencia, destacando que esta palabra ha sido usada para significar “investigación sistemática”, pero que podría reclamarse para significar “argumento razonable y riguroso”. En ese sentido, destaca cómo la economía ha devenido en un discurso altamente matematizado (econometría), pero de lo cual no se puede inferir que los modelos así construidos sean eficaces para tratar los problemas reales de la economía real: la matemática es insuficiente para la ciencia económica empírica.
Más bien, esos modelos teóricos describen situaciones ideales en términos que los miembros de la comunidad de economistas aceptan, mejoran, socializan y proyectan como base para la toma de decisiones en distintos niveles (organizacional, social, político, etc.). Los modelos teóricos de la economía, por tanto, tienen un componente persuasivo, cumplen una función conativa innegable. De modo que, la economía en particular -y las ciencias en general- no pueden sustraerse de aspectos retóricos. Esto, sin embargo, no implica que sean flatus vocis.
Las ciencias son retóricas por varias razones. En primer lugar, porque se expresan en un lenguaje y el lenguaje es un ‘hecho social’ que presupone una ‘audiencia’, sea esta la propia comunidad científica o el gran público; en segundo lugar, porque comprenden elementos como (i) la metáfora, ejemplificados en modelos y razonamientos, (ii) fundamentan un relato o historia dirigido a una audiencia y (iii) remiten al poder de autoridad, expresado por los autores que suelen ser citados o referenciados por los especialistas.
Pensemos, por ejemplo, en las siguientes aserciones:
El mercado es una mano invisible,
La organización del trabajo es una función de producción,
La realidad es una construcción social,
La lucha de clases es el motor de la historia,
La observación modifica lo observado.
En todos ellos se le está dando una innegable responsabilidad al lenguaje: ninguno de ellos supone literalmente por lo que afirma, todos son ‘objeto de interpretación’. Por lo cual, sugiere MacCloskey, parece una buena idea examinar detenidamente el lenguaje que usamos para expresar nuestras concepciones y/o explicaciones del mundo/realidad social: ciencia, metáfora y retórica son convergentes.
Desde luego, que un conjunto de enunciados sea convincente o cumpla una función conativa no implica (ni equivale) a que sea verdadero. ¿Qué tiene que ver esto con la retórica? ¿No es, per definitionem, la verdad incompatible con ella? Podría sostenerse que la elección entre lo retórico y la verdad (verdadero) plantea un falso dilema: cuando se prueba o demuestra como tal, nada más retórico (persuasivo) que la verdad, en ese punto la verdad no se discute, es un límite y -como tal- implica un absoluto convencimiento de quienes la hayan alcanzado. Sin embargo, no siempre alcanzamos ese límite, alcanzarlo supone persistencia y perseverancia. En ese bregar estamos expuestos a la derrotabilidad de nuestras teorías y/o modelos, por esta razón, en el pensamiento científico no debe haber cabida para los dogmas.
Por lo anterior, la práctica científica puede caracterizarse como un camino desconocido por el que transitamos sin saber a ciencia cierta a dónde y cuándo llegaremos (si es que llegamos a algún lugar); pero mientras ese transitar se lleva a cabo nuestra perspectiva de las cosas se modifica, se perfecciona, y asidos del lenguaje buscamos, igualmente, hacernos entender y cambiar o influir en la perspectiva de los otros, y para ello lo retórico no puede ser eludido.
El autor es Docente de Lógica, Universidad de Panamá