La Policía Nacional aprehendió al alcalde electo de Pocrí por presunto peculado, tras una investigación relacionada con proyectos no ejecutados del Conades...
- 14/06/2014 02:00
La sala de espera del banco de sangre del Hospital Santo Tomás (HST) está vacía. Una que otra pareja conversa sin esperar nada en ella. El reloj va restando cada segundo como si fuera un gotero.
De pronto, una mujer vestida con suéter rojo y de cabello suelto entra por la puerta principal de dicho banco, saluda al escaso público y se dirige a una pequeña ventanilla. Un letrero hecho a mano, colocado sobre ella, le da la bienvenida a los pocos donantes voluntarios que acuden hasta ese sitio.
El nombre de esa mujer es María de González. Su hija dentro de pocos días será sometida a una cesárea, razón por la que el médico que la atiende ha solicitado una pinta de sangre.
‘El doctor nos pidió sangre para ella y yo que soy su madre vengo a dársela’, expresa González, quien es portadora de uno de los tipaje de sangre más extraños de encontrar, el O-.
Los minutos en el reloj continúan descontándose como gotas. En un instante dos hombres altos, de apariencia madura, vestidos de jeans y suéter se acercan juntos a la misma ventilla que la mujer anterior.
Uno de ellos se llama Carlos Alberto Laguna, ha viajado desde la provincia de Colón. En los próximos días será operado de cálculos en la vesícula.
‘Le dije a mi compadre que me ayudara, él desde hace varios años dona su sangre y yo necesito para esta operación’, cuenta Laguna al tiempo que sus ojos se llenaban de lágrimas ante el gesto de solidaridad que hace uno de sus familiares.
‘Mi sangre la guardo para mi familia, pero si alguien la necesita, que no sea parte de ella, estoy dispuesto a dársela sin ninguna condición’, afirma Rubén Pérez, el compadre de Laguna, a medida que camina hacia el interior de la sala de donantes.
A 2 kilómetros del HST está ubicado el Complejo Hospitalario Metropolitano de la Caja de Seguro Social, allí está ubicado uno de los banco de sangre más grande del país.
Al llegar hasta dicha reserva, una sala de espera repleta de gente sorprende al personal encargado de esa sección.
‘Hay días que viene muy poca gente, pero hay otros en los que las personas deben esperar hasta dos horas para pasar a la sala de donantes’, explica Omaira Domínguez, jefa del banco de sangre de ese hospital.
Domínguez detalla, además, que entre 60 a 100 personas visitan su banco de sangre diariamente, una cifra que a ella aún no le satisface.
‘Hemos logrado contabilizar una estimado de 15 mil donaciones anuales, un número alto, pero que no es suficiente para cubrir la demanda’, advierte Domínguez.
Los pasillos de ese sitio están llenos de médicos, tecnólogos y varios asistentes. Todos trabajando en conjunto para recolectar la mayor cantidad de sangre posible. Ésta será recopilada en pequeñas bolsas de 450 mililitros, que serán los responsables de salvar, en promedio, cuatro vidas.
Dentro de la sala de donantes se encuentra Kisnar González, un joven de 27 años. Una asistente de laboratorio está alistando todo para la donación. Le prepara el brazo colocando un torniquete, luego le limpia con yodo el área donde será pinchado por la aguja, al tiempo que le entrega una pequeña pelota roja para que apriete.
Kisnar se muestra algo nervioso, a pesar que no es la primera vez que dona sangre, ya lo ha hecho otras cinco veces, todas ellas en beneficio de personas desconocidas.
Estadísticas suministradas por la Caja de Seguro Social (CSS) revelan que jóvenes como él, voluntarios, son sólo el tres porciento de las reserva de ese banco, un porcentaje que cada minuto pone en peligro la vida de alguien, que tiene la esperanza en un desconocido.