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- 17/04/2025 00:00
Desde República Dominicana, la directora y productora Johanné Gómez Terrero cuenta la historia de aquellas mujeres que enfrentan un futuro incierto por la falta de regulaciones y apoyo social en sus comunidades en su tercer largometraje, Sugar Island, estrenado en el Festival Internacional de Cine de Panamá (IFF) en su 13 edición, el pasado 4 de abril.
La cinta sigue a Makenya, una joven de trece años que al quedar embarazada es expuesta a la cruda realidad de la adultez prematura. Con su embarazo, llega la temporada de zafra y las cañas de azúcar piden su cosecha; el llanto de un niño se une al sonido de las hachas que cortan el sustento de los trabajadores. En su trama, Gómez expone las raíces coloniales de la industria azucarera y el papel de la espiritualidad centroamericana en los movimientos de liberación anticolonial.
Sugar Island está interpretada por Yelidá Díaz (Makenya), Ruth Emeterio (Filomena), Juan María Almonte (el abuelo), Diógenes Medina (Leroi) y Génesis Piñeyro (Yelidá).
En el marco del festival, Gómez conversó con La Decana sobre la cinta, una historia que entrelaza los hilos de la memoria familiar, el imaginario colectivo y la mirada crítica sobre la sociedad dominicana. En este diálogo íntimo, Gómez compartió los orígenes de la película, sus motivaciones personales y sus sueños para el Caribe, la juventud y la justicia laboral y social.
¿Cuál fue la inspiración detrás de ‘Sugar Island’?
La inspiración no nació en un único momento, sino que fue un proceso que se fue construyendo con el tiempo. Todo comenzó cuando mi sobrina quedó embarazada a los trece años. Esa experiencia me marcó profundamente y me hizo pensar en abordar el tema del embarazo adolescente.
Sin embargo, mi método creativo se basa mucho en el vínculo con los territorios. Yo estaba trabajando en San Pedro de Macorís, al este de República Dominicana, en un entorno profundamente relacionado con la industria azucarera. Ahí se dio el cruce entre la temática del embarazo adolescente y el espacio de los cañaverales, que en nuestro país tiene una carga simbólica y social muy fuerte.
¿Cómo fue el proceso creativo para construir la historia de Makenya y trabajar con la actriz principal?
Inicialmente, Sugar Island era un documental. Eso implicó un largo proceso de investigación, en el que trabajé con adolescentes embarazadas que acudían al hospital local en San Pedro de Macorís, pueblo de donde proviene mi familia paterna. Esa experiencia me permitió acumular no solo información, sino también una carga emocional que nutrió la creación del personaje de Makenya y de toda la constelación que conforma la película.
Cuando la película pasó a ser una ficción, los actores y actrices conocieron a las personas reales que inspiraron a sus personajes. Visitamos los bateyes para lograr una conexión más profunda y auténtica. Además, muchas de las actrices trabajaron desde sus propias vivencias personales, lo que enriqueció significativamente la construcción de los personajes, incluyendo a Makenya.
Uno de los temas centrales de la película es el embarazo adolescente, en una región donde el aborto no es legal. ¿Cómo fue abordar este tema en la película?
En República Dominicana el aborto es completamente ilegal. Ni siquiera se contempla como opción. Quise abordar este tema porque creo profundamente en el derecho de las mujeres a decidir sobre sus cuerpos. Además, es urgente normalizar la educación sexual, ya que la falta de información en nuestras familias y sociedades contribuye a estas situaciones.
Es fundamental proteger las infancias y adolescencias. El embarazo, más allá de las particularidades culturales, transforma radicalmente la vida de una joven. En el caso de mi sobrina, fue expulsada de su escuela y obligada a asistir a clases para adultos, lo que la hizo asumir responsabilidades que no correspondían a su edad. La sociedad la convirtió en adulta de forma abrupta, y ese es un fenómeno que debemos revisar.
La película también habla de una población racializada en espacios periféricos. ¿Qué importancia tiene esto en su narrativa?
Es crucial comprender que no es lo mismo ser una adolescente embarazada de clase media que serlo en la periferia, y aún más cuando se trata de cuerpos racializados. Sugar Island se sitúa en esos márgenes, en esos territorios históricamente oprimidos, donde la carga social es más pesada. Mi intención fue visibilizar esas realidades desde un enfoque humano, sensible y reflexivo.
¿Cómo abordó el tema de las identidades dominicana y haitiana en la película?
Hay una frase que me gusta mucho: “Sin haitianidad no hay dominicanidad”. Nuestra isla es compartida, y las identidades se han construido en espejo, unas veces desde la tensión, otras desde la armonía. La frontera entre Haití y República Dominicana es una creación colonial, resultado de tratados entre potencias europeas.
En este contexto, me parece fundamental abrir espacios de diálogo desde la humanidad. Ningún ser humano debería ser considerado ilegal por caminar en la tierra donde nació. Las fronteras son una invención. Estamos todos flotando sobre una roca en el universo. Este planeta es nuestra casa y debemos aprender a habitarlo con ternura, armonía y justicia.
¿Cuál fue su momento favorito durante el rodaje?
Sin duda, filmar el Gagá. Es una manifestación espiritual que ocurre durante la Semana Santa en los bateyes. Nosotros filmamos con el grupo Gagá de la 30, en San Pedro. Fue una experiencia profundamente espiritual y energética. Mientras filmaban la ceremonia, los músicos y participantes invocaban a los “misterios”, y la energía era tan intensa que no pude evitar bailar. Fue un momento de conexión absoluta con la película, con mis raíces y con lo que estábamos contando.
¿Y cuál fue el mayor reto durante la filmación?
Hubo muchos, pero uno de los más difíciles fue cuando nos negaron el acceso al ingenio azucarero donde íbamos a filmar una escena clave, a pesar de tener todos los permisos. Me dijeron que no había presupuesto para extender los días de rodaje, así que tuve que replantear toda la escena en un solo día. Fue muy estresante, pero logramos resolverlo.
¿Qué piensa sobre la distribución de películas como ‘Sugar Island’ en América Latina?
Es un gran desafío. Los circuitos de validación y distribución están concentrados en el norte global, lo que dificulta que nuestras películas circulen dentro de Latinoamérica. Sin embargo, también es una oportunidad: si esos espacios no existen, los podemos crear. Necesitamos construir redes, nodos de conexión entre nuestros países, para que el cine latinoamericano tenga un flujo más natural y colaborativo.
¿Qué mensaje le gustaría que el público panameño se lleve de ‘Sugar Island’?
La película parte de una cosmovisión afrodescendiente y propone una mirada hacia adentro. Aunque toca temas sociales urgentes, invita a la reflexión personal: ¿Qué de mí alimenta el sistema que critico? ¿Qué debo desinstalar internamente para generar verdaderos cambios? La revolución empieza dentro, y creo que Sugar Island plantea esa urgencia de mirar hacia el interior para crear espacios de fuga de las lógicas opresoras que habitamos.
¿Cómo se ve a sí misma en este momento de su vida?
Me veo en un proceso de transformación. A veces me siento como una mantis religiosa cambiando de piel; otras veces como una mariposa. Creo que estoy transitando hacia una nueva etapa. Tal vez sea por mi luna en Escorpio, que me impulsa constantemente a renacer. Estoy aprendiendo, cambiando, y eso me gusta.
¿Qué proyectos vienen ahora?
Además de hacer cine, trabajo en un laboratorio llamado Miradas AfroIndígenas, que conecta proyectos de las Islas Canarias, África y América Latina. Me interesa tanto crear como compartir saberes. En cuanto a cine, tengo varias ideas en desarrollo. Los pensamientos que distraen no me dejan enfocarme en una sola cosa, pero estoy en un momento de mucha inspiración. Todo lo que vivo me sirve de semilla para futuras historias.