‘En la medicina no hay cabida para la soberbia’

Actualizado
  • 22/10/2014 02:00
Creado
  • 22/10/2014 02:00
El doctor Luis Picard-Ami conversa sobre su vida dedicada a la Ciencia, sus logros y la psiquiatría

En alguna de las primeras frases que enuncie sobre sí mismo, el doctor Luis Picard-Ami mencionará a su familia. Él, que ha dedicado su vida al conocimiento, afirma que su mayor inspiración son, precisamente, ellos.

Sus pares lo describen como un ‘científico humanista’ y sus alumnos aseguran que una de sus más preciadas enseñanzas fue explicarles que ‘en el ejercicio de la medicina no hay cabida para la soberbia’.

Jubilado, aunque no del todo apartado de la profesión, el Premio Ciencia 2014 otorgado por la Asociación Panameña para el Avance de la Ciencia (APANAC) habla sobre medicina y la ‘Cenicienta’ del campo (como el mismo la describe), la salud mental.

En su discurso de aceptación, usted contaba que el premio fue una sorpresa, sobre todo porque el reconocimiento era dado en su país. ¿Siente que no es reconocida la labor científica en Panamá?

En parte. A mi familia no le gusta que yo diga que es sorpresa, pero fue una agradable sorpresa para mi porque no lo esperaba. Yo he tenido varios galardones individuales y colectivos que me han dado fuera de Panamá, pero en esos casos han sido psiquiatras o médicos o que están trabajando en bioética. Pero este grupo, APANAC, al que yo pertenezco hace un rato, es para mi significativo porque son científicos con lo que yo no trabajaba generalmente día a día.

¿Por qué decidió hacer a un lado la investigación (luego de trabajar en el Instituto Conmemorativo Gorgas) y convertirse en psiquiatra de un hospital general?

Porque yo nunca trabajé en el hospital psiquiátrico, el Retiro Matías Hernández le llamaban, prefería seguir siendo médico. En un hospital psiquiátrico como psiquiatra no iba a ser el manda más. En un hospital general me pude ganar mi espacio, aunque el status nuestro no era el mejor, había que proteger el espacio por ser psiquiatras, muchos no lo tomaban muy en serio. Es más, ni creían que las enfermedades mentales eran enfermedades, sino imaginación de las personas.

¿Tuvo alguna decepción en esa faceta de su carrera?

En el Santo Tomás había una sección de psiquiatría y conseguí los fondos para una sala, pero nunca la pude abrir. Porque tanto la dirección médica como la de enfermería se oponían y yo no quería abrirla con personal del Hospital Psiquiátrico, porque no era el mío pero más que todo porque ya había visto los desmanes. Nada más sabían amarrar pacientes y aplicar choques eléctricos.

¿Logró cambiar algo siendo director general de salud mental del Ministerio de Salud?

Fue una experiencia agradable pero renuncié por diferencias con el ministro de aquella época (1971-1972). Yo en realidad quería trabajar en el hospital de la Caja de Seguro Social y allá fui partícipe de la apertura de la primera sala de psiquiatría. A la larga lo que conseguí fue encargarme de la sala, la parte psiquiática de la sala de urgencias y la consultoría al resto del hospital.

Aproveché una jubilación temprana y cuando ya estaba en eso me volvieron a llamar y entonces me encargué de salud mental a nivel nacional pero de la Caja del Seguro Social. Entonces ya había estudiado Salud Pública.

¿Ha evolucionado el campo de la psiquiatría en Panamá?

Todavía no le dan la importancia debida. La Salud Mental sigue siendo la ‘Cenicienta’ sin hada madrina. El Matías Hernández, por ejemplo, daba vergüenza. En gran parte cambió, después del golpe de 1968, porque por lo menos los que pusieron al frente eran especialistas en psiquiatría. El problema es la forma de concebir la enfermedad, en los hospitales psiquiátricos, la gente tiende a cronificarse. Un mes es lo máximo que un paciente debería pasar internado. Debe ser el último recurso.

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