Un Cristo negro como yo

Actualizado
  • 06/03/2021 00:00
Creado
  • 06/03/2021 00:00
Cuentos y Poesías del 6 de marzo de 2021
Un Cristo negro como yo

Tengo una digoxina en la cima de la lengua. En una mano, un vaso con jugo de mango y clara de huevo. Entre dos dedos, el bolígrafo con el que te escribo. Yo aún creo que una de esas armas me salvará. Mi papi apuesta a los poderes de Santa Rita, “la santa de las causas perdidas, papacito”. Mi mami cree en la estrategia del silencio.

Pero la Charito tiene otras ideas.

Como hasta ahora ningún remedio ha logrado el objetivo deseado, hace un par de domingos la Charito se atrevió a desafiar las reglas de la mesa de Bingo. Ella le sugirió a mi mami, frente a toda la familia y sin desviar la mirada de los cartones de números, limar asperezas con mi papi, “y lo endulzas para que te lleve a ofrecerle la manda en vivo y en directo al Cristo de Portobelo”.

Por si acaso no lo sabes, Daniel, el Cristo de Portobelo es el mismo Cristo de siempre. Es el Jesús de las estampitas españolas, pero sin los rizos rubios. A este se le quemó la cara de tanto sol que tomó cuando hizo su aparición en la bahía de Portobelo a principios de siglo. Así nos lo explicó la Charito, tu abuela, mi abuela, mientras repartía las ganancias del Bingo y las cuatro esquinas, “Jesucrito no se aparece en cualquier país. No señó. Panamá ha sido bendecía con su presencia. Pero por más hijo de Dios Padre Todopoderoso y Omnipotente que sea, no se le puede perdoná que escogiese aparecerse en Panamá en medio de época lluviosa, cargando encima una túnica de fieltro púrpura y coronita de púas”.

Mi mami se atrevió a aclarar que ella no cree en brujerías y añadió que púrpura era el color de moda en esos tiempos, y ella sabe de esas cosas porque le gusta leer revistas francesas de modas y diseños.

Cuando finalmente le plantearon a mi papi la idea de peregrinar hasta Colón como solución a mi Condición, él se limitó a comentar que en Panamá llueve todo el año y que el Cristo Negro ya lleva en Portobelo más de cuatro siglos.

Moda poscolonial o no, el vestigio de aquel conjuntito púrpura pervertidillo invade a todo el país todos los años el mismo día de octubre. Como misa en domingo, enjambres de devotos, enfermos y desamparados escogen el pináculo de la temporada lluviosa caribeña para vestirse con sus propios cortes y matices de túnica berenjena y empiezan su kilométrico peregrinaje a pie desde sus casas en los cerros de Boquete, los llanos de Penonomé y las playas de San Carlos.

Nosotros nos unimos a la asonada religiosa, “para no oírle más la boca a la Charito”, en un Chevrolet Monte Carlo color vino de dos puertas y cajón de sonido con subwoofers. Aunque no tiene el mismo peso en sacrificio que una caminata a pelo de tres días, el peregrinaje de la máquina V8 nos tomó más de un tanque de gas porque mira que la gasolina está cara en este país.

“Todo el mundo está en base y a salvo”, la voz del comentarista radial retumbaba por todo el carro, “así calificó la actual situación política nuestro mismísimo vicepresidente”. Mi mami, carmín en mano, miró a mi papi y lanzó su propio comentario, “ponte una musiquita allí pa matá el tiempo”. Pero mi papi subió el volumen aún más, “ni en las Grandes Ligas, señores. Tan poderoso es ese hombre, nuestro General, ese santo de hombre, que pegó su mejor batazo cuando lo incineraron en esa avioneta. ¿Sí, ah?”. Mi mami enroscó la tapa del carmín, lo metió en su cartera y mató la voz del comentarista, “prefiero entretenerme viendo vaca comiendo caca”.

Pero el silencio y el camino nos regalaron algo más perturbador que la oferta escatológica de mi mami. Vimos hombres raquíticos caminando sobre sus rodillas, mujeres enjutas cargando sobre sus espaldas a sus niños enfermos, arrepentidos arrastrando inmensas cruces que se hacían más pesadas por las cadenas y cuchillos que las adornaban. Más adelante, vimos ancianos sin túnicas, pero con pantalones raídos y espaldas a la intemperie para practicar la flagelación mientras peregrinaban. Vimos chiquillas –cabezas gachas, sin maquillaje o conocimiento de peinilla– caminando descalzas y sin pedicure. Todo eso vimos mientras mi papi manejaba a toda velocidad hasta mi salvación.

Nuestro peregrinaje a pie comenzó cuando mi papi estacionó el Monte Carlo en playa La Angosta, “con tanta cruz en el camino, llegamos más rápido caminando. Apúrense”. Mi mami se limitó a responder, “yo todavía no me he terminado de maquillar, oye”, pero mi papi la ignoró y me subió sobre sus espaldas, “llegaremos tarde a la misa”, pronosticó, mientras apartaba de su paso, sin mucho éxito, a las abejitas peregrinas. Como por instinto, mi mami, rímel en mano, entró en estado actoral-teatral, magistralmente complementado por los sobornos emocionales de mi papi. “Déjame pasá, tigre. Aquí tengo a mi muchacho malo. Míralo. ¡Pero míralo!” Y los tigres me miraban. Dos segundos, y lo tenían todo claro: El pelao es maricón.

“Ya casi”, anunció mi mami. Y allí, sobre las espaldas de mi papi, vi a cientos de creyentes con sus miradas pegadas con goma a la imagen inmensa que adornaba el altar. Todos adorando a un Cristo negro, negro como yo, con su túnica púrpura con encajes blancos como los manteles de la casa de la tía Amparo. El Cristo que se apareció en Portobelo llevaba encima flores, cintas, cadenas y rosarios que los feligreses habían traído desde sus casas en Volcán, Los Santos y Capira.

Nosotros no le llevamos ninguna ofrenda, Daniel. Mis papis no pensaron en eso. Ellos solo llevaron esperanza, “Dios, por favor, no lo dejes que viva en pecado”, imploraba mi papi. Mi mami me recordaba, “si no se lo pides tú mismo, vivirás un infierno. Tiene que venir de ti”. Con los zumbidos de las abejitas peregrinas atacándome los oídos, fijé mis ojos en aquella víctima de la moda poscolonial y le pedí que, por favor, me arreglase el programador del Betamax para poder grabar entera la telenovela de las nueve.

Autor
Javier Stanziola

Economista y escritor.

Dramaturgo y novelista. Ha sido ganador cuatro veces del Concurso Nacional de Literatura Premio Ricardo Miró.

Con su novela 'Hombres enlodados' se aborda por primera vez en la literatura panameña el tema de la identidad de género y fluidez sexual.

Su obra de teatro 'De mangos y albaricoques' fue la primera en recibir el premio Ricardo Miró bajo una temática gay. Una de sus obras, 'El mito de la gravedad', aborda el tema del matrimonio y la adopción igualitaria.

Otras de sus obras de teatro son 'Solsticio de invierno', 'Hablemos de lo que no hemos vivido' y 'Cristo Quijote Tratado'.

*Esta publicación es un fragmento adaptado de su novela 'Hombres enlodados'.

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