País de los gordos

A l iniciar un nuevo año, nunca faltan los ingenuos quienes haciendo uso de su imaginación y capacidad ilusoria, inventan programas y di...

A l iniciar un nuevo año, nunca faltan los ingenuos quienes haciendo uso de su imaginación y capacidad ilusoria, inventan programas y dietas para rebajar de peso. Pero cuando el mal va más haya de sudar unas cuantas libras o rebanar un par de pulgadas, la situación trasciende a un estado crítico de alcance nacional, de dimensiones gigantescas y consecuencias muy graves.

No hay paliativos ni remedios tibios; el problema de la obesidad en Panamá está fuera de control y ya ocupa titulares a nivel mundial. Al menos eso es lo que nos informa la edición para el 2009 del boletín de The Economist, en su página 87. Panamá está en el 4to lugar en el planeta en la categoría de obesidad, tanto para varones como para damas. Es decir, somos un país de gordos y gordas, y cada día habrá más a menos que se haga algo.

Según la anterior publicación, el 28% de los hombres y el 36 % de las mujeres del país están obesos, y si se analizan fríamente estas cifras, se puede concluir que lideramos una lista en la que solo hay costos y gastos.

Por lo general, los obesos son improductivos y causan una sobrecarga innecesaria al Estado en materia de salud. Igualmente, la alta tasa de obesidad explica las razones por la cual Panamá también ocupa un estelar lugar entre los países con mayor índice de diabéticos, con un 10% de su población. La obesidad incide directamente en más de 2,500 muertes por año en Panamá. Sólo en los últimos veinte años, por ejemplo, la diabetes tipo 2 se ha quintuplicado en la población, especialmente en la de niños y adolescentes.

Un tercio de los niños menores de 5 años están sentenciados a adquirir diabetes en algún momento de sus vidas, y un niño de 10 años con diabetes se estima que pierde 20 años en su expectativa de vida. Basta con observar las costumbres gastronómicas de los panameños para comprender las razones del porqué estamos en la lista de los gordos.

Las fritangas, sodas, comida rápida, sao, entre otras barbaridades, representan la dieta típica. Pero eso no es todo. El programa insignia del Ministerio de Educación para evitar la desnutrición escolar viene enarbolado por el bendito tercio de leche. Los comedores y cafeterías colegiales están escuálidos de directrices en nutrición, pero son focos para el crecimiento de células adiposas.

En otras latitudes, donde hay gente más civilizada y con mayor comprensión de la problemática, están limitado y prohibido la venta de sodas, bebidas azucaradas, pastillas y “picaditas” en las escuelas y colegios públicos. Esta medida, junto con dosis diarias de 30 minutos de ejercicio físico en escuelas primarias y 20 minutos en colegios secundarios, ha ayudado a concienciar a la población.

Panamá debiera adoptar medidas similares, tanto a nivel público como en escuelas particulares. No solo el eliminar las máquinas de sodas va a hacer la diferencia; hay que involucrar a los padres, maestros, gobernantes y empresarios para que participen en el surgimiento de una cultura nacional de buena salud. Hay que emular hasta donde sea posible al gobernador Paterson del Estado de New York, quien creó un impuesto a la obesidad del 15% a todas las bebidas azucaradas para compensar un déficit presupuestario y así generar un estimado de 400 millones de dólares por año.

Esto puede todo parecer muy banal. Quizás haya que utilizar más argumentos estadísticos o instrumentos figurativos para convencer a los incautos. Pero hay que recordar que las grasas matan a más personas que el terrorismo y el narcotráfico juntos. Y tal vez, si no se hace nada al respecto, esta generación podría ser la primera en la que su expectativa de vida sea menor que la de sus antecesores.

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