Un rebelde con causa

Actualizado
  • 05/07/2009 02:00
Creado
  • 05/07/2009 02:00
“En Panamá, tenemos una clase política y una clase económica con una epidermis muy sensible y que no acepta fácilmente la crítica”, dice.

“En Panamá, tenemos una clase política y una clase económica con una epidermis muy sensible y que no acepta fácilmente la crítica”, dice.

No es la primera vez que sus críticas al sistema educativo le traen problemas. En 1978 encabezó una serie de protestas en contra de las reformas educativas impulsadas por la dictadura, que se empeñaba en convertir las escuelas en centros de adoctrinamiento. La represión fue inclemente. En diciembre de 1979, en una manifestación, fue brutalmente golpeado por miembros de la Guardia Nacional, que casi lo matan. Pero eso no lo detuvo.

Continuó su lucha por la democracia y los derechos humanos. En 1986, el gobierno militar le impuso una multa de 2,500 dólares por atreverse a denunciar públicamente las conexiones de Manuel Antonio Noriega con los carteles de la droga. La pagó con 300 mil monedas de a centavo que recogió del pueblo en una campaña que llamó “Centavos de la dignidad”. Y siguió. Ese mismo año fue encarcelado, sin juicio, en una celda de alta seguridad en la prisión de El Renacer y en junio de 1987 lo hirieron de bala en la primera manifestación masiva contra la dictadura.

Vino otro exilio, esta vez a los Estados Unidos. “Son dos exilios y con el que llevo adentro, tres”, dice con un dejo de tristeza.

Pero ya no debería llevar un exilio adentro..

Una vez que uno lo han sacado de su país, aunque sea una vez, ya por más que uno haya regresado, no es lo mismo. El exilio se queda allí como una huella indeleble, no se borra. Y no es resentimiento. Es que son cosas que marcan.

En total fueron seis años. Tres con Torrijos y tres con Noriega. “El exilio es un aprendizaje permanente en el que hay que saber buscar las cosas positivas. Uno aprende a conocer la calidad humana y a descubrir una serie de valores que están latentes en otros pueblos. Los panameños estamos acostumbrados a mirarnos el ombligo y no el mundo? Entonces, eso también abre puertas. Aprendí mucho sobre la solidaridad y que siempre hay un mañana, por muy mal que le esté yendo a uno”.

Al oírlo hablar con nostalgia, pero al mismo tiempo con una profunda gratitud sobre esos años, sale a flor de piel el hombre optimista y soñador que hay en él, el ser humano que sabe que nada en la vida es gratis y que todo tiene un valor si uno sabe encontrárselo. “El segundo exilio tuve la alegría –y esto puede resultar medio contradictorio – de compartirlo con mi hijo a quien tuve que sacar del país porque lo amenazaron de muerte. Tenía sólo seis años y le tocó convivir conmigo el exilio. Fue muy enriquecedor para ambos. Aprendí a ser padre y comprobé lo que había leído alguna vez de que los niños son los padres del hombre. Vivimos muy cercano el uno al otro, respetándonos cada uno nuestro espacio, el suyo de hijo y el mío de padre, y creo que eso nos unió más”.

Hoy, su hijo Miguel Antonio, el cuarto Miguel Antonio Bernal de la familia, tiene 28 años y parece seguir los pasos de su padre. Estudio Ciencias Políticas e Historia en Canadá y obtuvo una maestría en Historia en España. Ávido de conocimientos como su progenitor, regresó a Canadá a estudiar Derecho. Al culminar sus estudios se fue a Sierra Leona como magistrado asistente del Tribunal de Apelaciones de la ONU. Ahora trabaja en un bufete de abogados en Montreal. “Definitivamente que tiene que haber algún tipo de influencia mía. Yo jamás le dije qué tenía que estudiar. Le di alas y él decidió a dónde volar. Eso sí, mi apoyo lo tendrá siempre, porque uno nunca deja de ser padre”, dice mientras mira de reojo una foto de los dos que muestra con orgullo en una mesa de la sala.

Siente que la mayor herencia que le puede dejar a su hijo es su actitud frente a la vida. “Cuando quiero decir algo se lo digo en la cara de la gente. En Panamá, la gente critica, pero no quiere ir a debate con uno. Dicen las cosas a las espaldas. No pierdo la esperanza que algún día seamos capaces de dar un verdadero debate. Lo que llaman los gringos face to face (cara a cara). Pero ni siquiera los políticos se atreven. Se les olvida que el debate es la matriz de la democracia”.

- ¿Qué errores cometió que no quisiera que repitiera su hijo?

- No haber sido más malicioso y menos ingenuo?

- ¿Y porqué considera que esto fue un error?

- No supe tener en su momento la malicia para entender, cuando regresé a Panamá después de terminar mis estudios en Francia, que estaba llegando a una sociedad que en su gran mayoría estaba sumamente cómoda con la dictadura. Y yo llegué a “perturbarle su comodidad”. No supe tener la malicia de lo que eso acarrearía.

- Pero, ¿se arrepiente de eso?

- ¡No! Me arrepiento de no haber sido ser más malicioso. Si lo hubiese sido, hubiera podido hacer muchas cosas mejor. No me arrepiento de nada de lo que hice contra la dictadura. Al contrario, me quedé extremadamente corto. Yo lo único que hice fue abogar por la libertad de uso de la palabra. Jamás llamé o recurrí a la violencia de ninguna naturaleza. Ellos sí. Gobernaron con base en una violencia de la que algunos ahora se arrepienten. La mejor prueba de la violencia es la injusticia. Todavía hoy no conocemos la verdad de los desaparecidos ni quiénes son los responsables directos de la muerte de muchos, que no fueron pocos: unos 120, sin contar los que desaparecieron en la invasión y que no tenían que morir. A los que realmente provocaron la invasión, usted los ve por ahí, muertos de risa, algunos en altas posiciones gubernamentales, del gobierno que se fue, o del que viene?

Cuando llegó la invasión, él estaba en Estados Unidos. Y desde allí pudo olerla?sentir que venía. “Ya había rumores de que los gringos iban a invadir. Un día antes, me llamaron tres canales de televisión – NBC , CBS , y ABC – solicitándome entrevistas para el día siguiente en el prime time de las 6:00 de la mañana. No me dijeron nada. Solo ‘Si está disponible, le mandamos una limosina’. Después un profesor amigo mío de Carolina del Norte, me dijo que había muchos aviones saliendo de la base de Fort Bragg, lo cual era muy indicativo. Llamé a mi hermana y le dije: ‘Todo parece indicar que la invasión va hoy’. Ella no me creyó. ‘Los gringos se la pasan diciendo que van a invadir y no invaden’, me dijo”.

- Para usted, que tuvo que salir a la fuerza por la dictadura, ¿qué representó ese momento?

- Una mezcla de sensaciones. Desde Estados Unidos, no dejé de combatir la dictadura. Seguí mandando mi periódico Alternativa por fax, daba conferencias, participaba en programas de radio y televisión. Quería dejar en claro que el problema de Panamá no era Noriega sino el militarismo y que de la forma como cayera la dictadura dependería el futuro de Panamá. Jamás creí –y todavía no creo– que la solución fuera la invasión. Esa era una tarea que nos correspondía a nosotros. Y por no haberla realizado, estamos en esta situación que no es “ni chicha ni limonada”. Entonces dije que se habían llevado a Alí Babá y nos habían dejado los 40 ladrones. Ahora no son 40. Multiplíquelos por 10 o por 100? Se han reproducido como algas. Todo el mundo le echa la culpa a Noriega. ¡Como si aquí lo único malo fuera él! Y no es así. Él no hizo las cosas solo. Lo que pasa es que aquí, a partir del 19 de diciembre, surgió una nueva corriente de “los yo ni”. Yo ni lo conocí, ni lo vi?Son muy pocos los que hoy –a 20 años de la invasión– se atreven a decir que hablan con Noriega.

- ¿Sirvió la invasión?

- Veinte años después, arrastramos todavía el 90% de los problemas de 1989. Los pocos progresos que se han dado han sido gracias a la nobleza del pueblo panameño que ha logrado rescatar ciertas libertades, tampoco muchas. Nos hemos quedado con una democracia de tipo “bonsái”. Y yo creo que una democracia debe ser como un roble.

Regresó después de la invasión. Desde entonces su rebeldía se ha volcado hacia las instituciones, “obsoletas y decadentes” que dejó la dictadura. Ha luchado incansablemente por promover una Asamblea constituyente que reforme la Constitución militar de 1972 y se ha opuesto con firmeza a los sucesivos parches que han introducido a la Carta Magna los gobiernos posteriores a la dictadura. Hasta ahora no ha tenido éxito.

- ¿Se siente un poco solitario en su lucha?

- La mayoría de la gente que ha estado animada por principios a lo largo de la vida y ha actuado en consecuencia con ellos –llámase Ghandi, Mandela, o Luther King– siempre ha vivido en soledad, por rodeada que esté. Pero esa soledad y sus principios son su compañía.

Crítico implacable del poder, Miguel Antonio Bernal no tiene pelos en la lengua a la hora de evaluar el gobierno que acaba de terminar. “Una figura como Torrijos no tiene cabida en ninguna perspectiva histórica. Para ser sujeto de historia y de la historia, usted tiene que haber hecho cosas y no encuentro algo que amerite más de una línea de referencia a su gobierno. Ha sido ante todo incapaz y le ha hecho un daño estructural muy grande al país, cuyas dimensiones todavía no se pueden medir. Gastar 75 mil dólares al mes en su imagen personal ha sido un exabrupto. Pero nadie le ha pedido cuentas. Si estuviéramos en otro país, debería estar preso. Pero en Panamá, a partir del 1 de julio, Martín Torrijos pasó a ser un ‘señorete’ con pasaporte del Parlacen”.

- ¿Qué va de Omar a Martín?

- De tal palo tal astilla. Torrijos padre usurpó el poder 13 años. Éste, felizmente, sólo llegó a cinco. El padre persiguió, reprimió, encerró, desterró y enterró a muchos panameños. El hijo no, porque no se le dejó. Y hablo así porque, a diferencia de muchos que se llenan la boca hablando de democracia, a Torrijos padre le dije en vida lo que pienso y al que se fue no me he privado de hacerle los señalamientos necesarios.

Aunque ha aspirado dos veces a la Alcaldía de Panamá, hasta ahora, sólo ha visto el poder desde la oposición, que ha ejercido con vehemencia y sin tapujos. En la administración pública sólo ha estado “por un ladito”. Fue vicerrector académico de la Universidad de Panamá por unos meses, pero el establishment no lo dejó seguir. Con Mireya Moscoso tuvo un contrato de asesor por seis meses, pero no se atrevió a nombrarlo porque, según él, ‘Bernal no se deja manejar’.

- ¿Cómo sería Miguel Antonio Bernal en el poder?

- No sé porque todavía no me han dejado, contesta entre risas. Y agrega, como en la conocida ranchera, “Si algún día me dejan? seré el primero en establecer controles para el poder que ejerza”.

- ¿Cuál lado es más difícil: el gobierno, o la oposición?

- Yo creo que es más difícil ser oposición que ser gobierno. La gente cree que es más fácil. Pero no estamos en un estado de derecho. Aunque no estamos en una dictadura, el daño moral que te pueden hacer cuando te señalan porque opinas distinto de los que gobiernan es inmenso.

Durante la campaña, expresó en múltiples ocasiones que se sentía más cercano a Martinelli que a los demás candidatos. Sin embargo, no parece muy optimista sobre lo que pueda logar en el gobierno. “Apenas empieza el presente. Pero por lo que he logrado ver, no la va a tener fácil. Despertó demasiadas expectativas. Y para ver resultados se requiere una tolerancia y una paciencia que no percibo. Estamos en lo que se llama en física un punto de bifurcación. En un momento en el que se asciende y se sobrevive o se desciende y se llega a la autodestrucción. Estamos en el ‘ya no’ y el ‘todavía no’. Ya no queremos lo que tenemos y todavía no tenemos lo que queremos. No sabemos para dónde vamos”.

- ¿Cuál es el mayor reto de Martinelli?

- Cumplir lo prometido. Respetar la supremacía de la Constitución y la Ley. Es un gran reto para él. Porque un país no es un negocio. Una cosa es ser buen administrador y otra ser buen un gobernante.

- ¿Cuáles son los principales obstáculos que tendrá Martinelli para cumplir?

- La ausencia de controles al ejercicio racional del poder político y de herramientas y canales de participación ciudadana. Y los caballos de Troya que él mismo salió a buscar para su gobierno. Hablo de Juan Carlos Varela?

- ¿Por qué cree que Varela puede ser un obstáculo?

- No ha dejado de serlo. Porque la ambición nunca ha sido sana para conducir. El enfrentamiento entre ellos va a ser permanente?ya empezó.

Con Mayella Lloyd, su mujer –periodista e inquieta como él y de quien lo enamoró su inteligencia y espiritualidad– Bernal comparte, en la tradicional Vía Argentina, un apartamento tapizado de libros a donde todavía alcanza a llegar en las tardes, por entre las recién levantadas edificaciones, la brisa que viene del océano. Su rutina diaria es casi siempre la misma: se levanta muy temprano, “ojea” por internet la prensa internacional – The New York Times , Le Monde (del que ha sido corresponsal), El País , The Washington Post –, dicta cuatro horas de clase en la Universidad de Panamá y luego se va a su oficina de abogado, donde defiende con su oficio lo que le dictan sus convicciones. Lo que más disfruta quizás es su programa de radio, “Alternativa”, que ha estado en el aire –con varias interrupciones ocasionadas por las vicisitudes políticas– durante 30 años. En él, Bernal ha generado un escenario para propiciar lo que considera la herramienta fundamental de cualquier democracia: el debate. Pero, eso sí, trata de hacerlo con humor. “El sarcasmo es una herramienta básica en una sociedad. Sin el humor no hay vida y hacer política sin humor no tiene sentido. En el aula, disfruto mucho que los estudiantes puedan no sólo aprender sino también reírse. Los panameños nos hemos vuelto gruñones. La falta de humor es falta de cultura política. Mi mayor satisfacción es cuando la gente me dice que se divierte con mi programa?”

- ¿Quiénes son sus enemigos?

- Yo no veo a nadie como mi enemigo. Adverso ideas, ejecutorias, pero no personas.

- ¿Y sus amigos?

- Tengo muchos, afortunadamente. Dentro y fuera de Panamá..

Y así se lo han demostrado las innumerables veces en que ha sido prisionero de sus propias convicciones. Esas que lo han llevado a ser lo que es, una especie de conciencia pública que muchos admiran y otros temen, al punto de estar al borde de ser expulsado de la universidad donde ha dictado cátedra por tres décadas, sólo por atreverse a decir lo que piensa. Pero dará la pelea hasta el final. Así es él. Un hombre cuyo sueño es llegar a ser alcalde de Panamá “para convertir la ciudad en una gran aula” y que está seguro de que sólo se retirará de la política “después de muerto”. “Y ni siquiera?voy a dejar unos cuántos cassettes o CD´s –como se llaman ahora– grabados?”

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