Entre naturaleza e historia

Actualizado
  • 28/11/2010 01:00
Creado
  • 28/11/2010 01:00
Era la primera vez que salía de mi país y mi temor a montarme en un avión era - se puede decir - inmanejable. Sentía un vacío enorme en ...

Era la primera vez que salía de mi país y mi temor a montarme en un avión era - se puede decir - inmanejable. Sentía un vacío enorme en el estómago a causa del pánico y aún me encontraba en el aeropuerto viendo despegar los aviones. El momento de abordar el vuelo de la aerolínea Dutch Antilles Express (DAE) que nos llevaría hasta Curazao, nuestro destino, se acercaba indefectiblemente, pero conversar con otros colegas que permanecerían tres días en la isla al igual que yo y pensar que tal vez sentían lo mismo, hizo que el miedo desapareciera poco a poco.

Después de una hora cuarenta y cinco minutos de vuelo, pudimos apreciar desde la ventanillas del avión la isla que alberga a 132 mil habitantes en sus 444 kilómetros cuadrados. La exuberante vegetación que se acercaba velozmente hacia nosotros nos indicaba que estábamos a punto de aterrizar. Una pertinaz llovizna nos recibió en el Aeropuerto Internacional de la isla, sitio de tránsito de miles de turistas que utilizan este punto para trasladarse a diferentes partes del mundo, incluyendo el grupo de islas ABC formado por Aruba, Bonaire y Curazao.

Pese a la llovizna se encontraba en la terminal aérea para darnos la bienvenida el gerente de la Autoridad de Turismo de Curazao, Angelo Harms, quien nos saludó al típico estilo curazaeño con un entusiasta "Bon Bini a Curazao" pronunciado en el melodioso papiamento, idioma que resulta de la mezcla de inglés, holandés, portugués y español. Un autobús de turismo también aguardaba a la salida del aeropuerto para trasladarnos al hotel. En el recorrido de media hora bajo la lluvia confirmé mis sospechas de que las predicciones meteorológicas que había consultado antes de viajar no siempre se cumplen. Pero ese no fue obstáculo para que apreciáramos las distintas tonalidades de verde de la vegetación circundante, conformada en su mayor parte por "cagduchis", como se les llama a los cactos en papiamento.

LAS PRIMERAS IMPRESIONES

Ya en el centro de la ciudad pude comprobar lo que decía Dylene Espirt, la guía turística que nos habían asignado. ‘La arquitectura de Willemstad – capital de la isla – es de la época colonial y conserva las estructuras que construyeron sus primeros pobladores, primero españoles y después holandeses’, nos explicaba a medida que avanzábamos. Al pasar por el Puente Reina Juliana, que conecta Otrobanda y Punda las dos poblaciones en que se divide Willemstad, pudimos ver las embarcaciones que atraviesan el río St. Annabaai para llegar a la terminal de cruceros ubicada en Otrobanda.

En el hotel Breezes Resorts nos esperaba el almuerzo que se prolongó casi hasta el final de la tarde y por poco empata con la cena, que nos llevó a conocer el Rif Fort, un fuerte de casi doscientos años construido en 1828 para proteger la Bahía de Santa Ana y el acceso hacia la ciudad, hoy con sus dos plantas repletas de bares y restaurantes. Caminar en su interior nos remontó a la época de la conquista, cuando junto a sus muros se libraron cruentas batallas en las que intervino el viejo cañón que hoy forma parte de la ornamentación en la entrada.

Comenzaba el segundo día y la lluvia, al parecer, iba a seguir siendo parte de nuestro tour. Recorrer las playas en un día lluvioso no me entusiasmaba mucho: playa con lluvia no es igual a mi idea de disfrute, pero me equivoqué. Ya desde el paisaje que ofrecía la carretera hacia Cas Abao y Kenepa Grandi, con sus costados erizados de cactos de diferentes alturas y la manifestación de la naturaleza en la forma de una enorme iguana que en vez de huir por el ruido del vehículo, se quedó tomando agua a un lado del camino, compensaba la ausencia de sol.

Cas Abao y Kenepa Grandi, las dos playas más visitadas de la isla, son lugares paradisíacos similares en el color turquesa de sus aguas que de tan transparentes permiten a los bañistas ver la arena blanca bajo sus pies. Allí es posible disfrutar sin peligro de la suave brisa y del sonido del mar que golpea rítmicamente las rocas en las que ha esculpido cuevas de diferentes tamaños en su incesante ir y venir. Ambas son visitadas durante todo el año por cientos de turistas que disfrutan de la sombra bajolosl techos de palma de rústicas cabañas y de restaurantes que ofrecen un menú variado de platillos propios de la región.

Recorrer el ‘Parke National Shete Boka’ no muy lejos de las populares playas, es toda una aventura. Siete ensenadas a lo largo de la costa que forma parte del parque, constituyen su principal atractivo. La fuerza con la que revientan las olas – que pueden llegar a más de veinte pies de altura – contra las rocas volcánicas que cubre todo el valle, los corales sedimentados y el suelo árido lleno de arbustos espinosos provocan la sensación de encontrarse en un planeta donde la vida apenas está empezando o a punto de terminar y donde sus últimos habitantes son las iguanas. Desde el mirador de Boka Tabla, una de las ensenadas, los turistas se asoman al borde del acantilado a tomar fotos corriendo el riesgo de quedar empapados o en el peor de los casos, ser arrastrados por la fuerza de la rompiente.

EL ÚLTIMO DÍA

De regreso al hotel y el último día del viaje, los rayos del sol iluminaron por fin la mañana. No podíamos irnos de Curazao sin visitar el Dolphin Academy que se encuentra en el Curacao Sea-Aquarium, donde leones marinos, tiburones Gatas, flamencos rosados, tortugas, delfines y otras especies marinas son las estrellas. La parte más impactante de la visita al acuario, fue tocar la piel lisa y pegajosa de los tiburones Gatas, sentir la inspiración y expiración de sus branquias y apreciar el poder de sus mandíbulas cuando los visitantes los alimentaban – con las precauciones requeridas – al engullir las piezas de pescado colocadas en un artefacto adecuado para el efecto.

Camino al aeropuerto nos detuvimos algunos minutos en la fábrica donde se produce el Licor de Curazao, ron tradicional de la isla hecho a base de cáscara de naranjas amargas. Allí pequeñas botellas para regalo contenían en su interior la bebida en diferentes colores: naranja, azul, verde y rojo, los más vendidos. Por último, un corto recorrido por la Plaza Brion donde los curazaeños ofrecen con una sonrisa las artesanías de su país y te invitan a regresar pronto. Y finalmente de nuevo el avión, esta vez con más aplomo.

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