La redefinición de los viernes culturales

Actualizado
  • 26/07/2015 02:00
Creado
  • 26/07/2015 02:00
Hoy Carreño y yo hemos decidido poner a valer nuestro sueldo con un buen par de pintas extranjeras

Es una mañana de juego y sol. Las mañanas siempre son de mañana y sol cuando se trabaja en una escuela, sobre todo cuando la escuela es privada y no se gana tan mala platita, cuando el sueldo no es la mierda esa que te paga el solemne y vetusto Ministerio de Educación (MEDUCA) de la puta madre que lo parió y uno por lo menos puede pagar el alquiler del apartamentico en que vive ubicado en la cada vez más colombiana (y venezolana) vía Argentina y tomarse las pintitas extranjeras (muy ricas) que venden en la Rana Dorada y comerse, a veces —cuando apremia aquello de cuidar la salud— algunos emparedados de Subway; el sueldito de profe de Literatura, Inglés y Geografía da también para el carrito, pero yo no aún no me lo compro porque me gusta caminar a pesar del calor (me la paso todo el día dentro de un salón con aire acondicionado).

El profesor de Educción Física, mi hermano Leopoldo Carreño alias ‘El Escarabajo' me dice que estoy loco. Claro, ‘El escarabajo' no me entiende porque se la pasa todo el día bajo el sol entrenando, o pretendiendo entrenar, a todos los alumnos de la escuela, y cuando digo todos es ‘todos', pues el hombre es el único profesor de Educación Física de pre-kinder a duodécimo año. ‘Lo único bueno es cuando doy piscina en undécimo, hermano', me dice. Y yo le digo: ‘Juega vivo, pues, que te botan por lujurioso'. Carreño y yo nos la pasamos tomando cervecitas en la vía Argentina. ‘¿Por qué siempre tomamos en vía Argentina?', me pregunta Carreño. ‘Porque aquí vivo y me queda cerca para irme a dormir de una vez, compadre', le respondo descaradamente y él se me queda mirando como con ganas de aplicarme una de esas llaves de Judo que ya no puede aplicar tan efectivamente por la edad (las canas) y los grados de alcohol que circulan por sus neuronas.

Carreño vive en Chorrera, el muy borrachín, y se tiene que mamar un tranque como de dos horas para llegar a su casa. Y en fuego. En fin. Hoy es jueves y, como ya había dicho, es una mañana de juego y sol. Afuera hay gritos. Hoy visitan los padres de familia. Y empiezo: ‘Señora Trivianni, su hijo es una basura de ser humano, una desgracia para mí y para la escuela; lo detesto. Es, en una palabra, desagradable, además, feo como una patada de yegua o un dolor de estómago a media noche (una diarrea, pues) y ya ni siquiera puedo regañar a sus compañeros de clase cuando lo llaman verruga (marica) o bodoque de estiércol con patas (mierda); es más, la mayoría de las veces tengo que aguantarme la risa mientras yo mismo pienso en otros sobrenombres que ponerle. Ya no soporto a su hijo, señora Trivianni, tendremos que...'

Doy un suspiro, me miro la corbata en el espejo y me la ajusto, me examino la barba, echo una ojeada al reloj y salgo del baño de profesores al pasillo donde Rolando Trivianni me esperaba acompañado de su madre. Tomó a Rolando por el hombro y digo:

-¡Señora Trivianni, qué gusto verla! Oiga, déjeme decirle que Rolandito ha mejorado mucho, es una bendición tenerlo en…

El sueldo es bueno. Es viernes. Carreño y yo hemos quedado de meternos una buena borrachera hoy. Las cervezas extranjeras no son baratas.

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