‘El arte transgrede como el crimen'

Actualizado
  • 03/07/2016 02:00
Creado
  • 03/07/2016 02:00
Jhafis Quintero, artista panameño que representará al país en la X Bienal Centroamericana de Arte, nos habla sobre su obra

Cuando tenía 19 años, Jhafis Quintero recibió una condena mayor que él: tendría que pasar dos décadas en la cárcel por intentar robar un banco en Costa Rica.

Pasarían tres años de su encierro hasta conocer a Haru Wells, una mujer que intentaba demostrar que la cultura es la forma ideal de reinserción social. Allí Jhafis crearía un vínculo con el arte que lo ha llevado a tener intervenciones en París, Amsterdam, Hong Kong, Madrid y Latinoamérica.

Este 2016 –después de haber participado en varias bienales incluyendo la de Venecia– representará a Panamá en la X Bienal Centroamericana de Arte con una pieza que da testimonio de una reflexión sobre la humanidad y el claustro.

CREATIVIDAD ES UN ARMA

Desde hace tres años vive en Verona, Italia. ‘Ahora soy mucho más consciente de que el crimen y el arte son exactamente la misma cosa', me advierte con acento itañol (mezcla de español e italiano).

Lo ha dicho en innumerables entrevistas. Para él asaltar una entidad bancaria no significaba convertirse en millonario. Significaba más bien convertirse en un transgresor del sistema, de lo establecido. Pero esta transgresión, confiesa, se la ofrece también el arte. En el mejor de los casos sin daños a terceros, bromea.

La pieza con la que participa en la bienal de este año se llama ‘Spider'. Un video en el que unas manos salen de los orificios de una pared de cemento y se encuentran. Cuando se tocan, una le escribe encima a la otra con el dedo: ‘existo'.

‘En este momento yo existo porque me estoy comunicando contigo', me explica el artista. ‘Digamos que el castigo más brutal en la prisión es el aislamiento, condenado al silencio, y te anulas porque no existe otra persona con la que te puedas comunicar y de esa manera existir'.

En ‘Spider' vuelve a aparecer el discurso del artista relacionado al encierro. El video expresa cómo el ser humano lucha contra la limitación de la arquitectura y busca alternativas de comunicarse con otros.

Recuerda que en prisión veía gente que hacían huecos con cuchillos para buscar la forma de sentir a otro ser humano. Rememora que la creatividad es un arma poderosa. En el video se deja ver esa vulneración del cemento, de esa ‘otra piel' que tienen los encerrados. ‘Los muros de la cárcel son una segunda piel que vas a vestir por 10 años', añade, recordando los años que cumplió de sentencia.

UN TELÉGRAFO EN LA CELDA

En la Bienal de Venecia de 2012, Jhafis presentaría la performance ‘Prótesis'. Era una intervención en la que hacía referencia a cómo los reclusos vulneraban las paredes y los barrotes para comunicarse.

‘Derriten una bolita de plomo, le amarran un hilo y un personaje de cada celda que le dicen ‘telégrafo' los tira hasta 10 metros y viaja a través de barrotes', cuenta. La bolita llega a las manos de otro ‘telégrafo' en otra celda, y así se pasan todo tipo de mensajes o hasta cigarrillos.

‘Un gesto creativo tira por tierra no sé cuántas toneladas de cemento y concreto', añade el artista nacido en La Chorrera, en 1975.

DIABLO EN LA PARED

Con el tiempo, su condena se fue reduciendo a 13 años. Diez tras barrotes y tres firmando. De esa década privado de libertad recuerda, además de la creatividad, una oda a la frustración.

En Costa Rica se había creado un mito. Cuando alguien le hacía daño a la familia de un recluso, este último debía dibujar un diablo en la pared y darle correazos gritando el nombre de la persona de la que quería vengarse. Los que practicaban el rito explicaban que como el diablo no quería seguir recibiendo los latigazos, hacía caer en prisión al tipo que se buscaba y de esa manera lo podían tener cerca para hacerle daño.

‘El nivel de frustración es tal que la gente entra en el misticismo', formula Jhafis. ‘Digamos que es la versión ‘malandra' de lo que hacen las mujeres para tener esposo, que agarran a San Juan y lo ponen de cabeza'.

La primera obra de arte que hizo rodeado de esta atmósfera fue ‘La vida te da' (1997). Inspirado en la frase ‘la vida te da sorpresas' de la canción ‘Pedro Navaja' de Ruben Blades, el artista había dibujado una imagen que parecía un escudo de apellido de familia noble, pero que mostraba en realidad a un hombre con pies en lugar de manos, un ser dislocado.

‘Así me sentía', rememora. ‘Pero tener consciencia o poder razonar, poder organizar las ideas, los pensamientos, era ya un síntoma de que estaba encontrando el camino correcto'. Esa obra ganó una mención honorífica en una competencia nacional de Costa Rica, agrega.

EL ARTE EXORCISTA

Lo más difícil al momento de crear sus obras es la memoria. ‘Generalmente todos recordamos de forma estroboscópica, pero cuando veo terminado un video o una obra que hice, el recuerdo es de una nitidez increíble', detalla.

El arte lo exorciza de memorias, de recuerdos poco agradables que nadan en su mente, asegura Jhafis. Cada pieza es un demonio que tuvo adentro, circulando en las venas, y cada recuerdo tiene adjunto una emoción.

Estos recuerdos que por ra tos se disuelven cuando sonríe o cuando vive el hoy, se hacen más estremecedores cuando ve una obra de arte suya. Como cada uno de sus videos son pasajes que vivió en primera persona, es como si regresara a ese lugar, a ese instante en el que sucedió.

‘El tema de la prisión es un tema inagotable porque el ser humano dentro de situaciones extremas como esta, actúa extremadamente humano', plantea el artista panameño. Es estar lejos de tu país, de tu familia, de la tecnología.

‘Las necesidades son humanamente básicas, tus sueños son humanamente básicos, regresas al origen, a lo primitivo, y es una riqueza antropológica increíble', añade. ‘Es un tema tan infinito como el ser humano'.

Vuelve al recuerdo del aislamiento en prisión. ‘Podría hablar, por ejemplo, del valor de la comunicación porque en este momento nosotros lo tenemos garantizado, pero ahí no', dice. Gritar y que no te escuche nadie, o por lo menos no tener la seguridad.

NUTRIR LA VISIÓN

Como una especie de doble presagio, el primer recuerdo que tiene Jhafis con el arte es dibujar mapas en su escuela, llamada República de Costa Rica.

Nunca imaginaría que su libertad se privaría en el país vecino, y quizás tampoco que el arte lo llevaría a muchos países de los que pudo dibujar con el pulso de un artista nóvel.

‘Cuando viajas adquieres una visión cenital de ti y de tu trabajo', esboza. ‘Y pienso que esa es la definitiva vuelta de tuerca para que el artista esté completo'. Al salir de nuestra zona de confort, y someter nuestro trabajo a un contexto diferente, se empieza a hacer los últimos ajustes que hacen falta.

Así como cada año que pasa le da perspectiva sobre su vivencia en la cárcel, viajar cambia la percepción de sus obras y le ha permitido esa universalidad a su discurso.

‘La Bienal es maravillosa porque crea un diálogo entre todos los países de Centroamérica y sus representantes, que en este caso no son políticos sino gracias a dios artistas', concluye.

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‘El tema de la prisión es un tema inagotable, porque el ser humano dentro de situaciones extremas como ésta, actúa extremadamente humano'

JHAFIS QUINTERO

ARTISTA

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REFLEXIÓN

Sobre la gente igual y estar debajo de la bota

Hay una irremediable añoranza cuando le preguntan a Jhafis Quintero sobre La Chorrera, su lugar de origen. ‘Siempre termino sintiendo una nostalgia por los sitios que recuerdo porque solo están ahí, en el recuerdo', dilucida, ‘no existen en el mundo material pero los atesoro aún más, están inmortalizados'.

Recuerda el paisaje de su casa como un conjunto medieval. Un terreno desigual y una corriente de agua a espaldas de su hogar, en el que se quedaba hipnotizado viendo a los borrigueros caminar sobre el agua.

Luego el barrio evolucionó y los espacios verdes en medio de los que nació ya casi no existen. ‘Hay más gente, más desechos, más fricción y más ánimos encontrados', describe. ‘El progreso no es exactamente una cosa positiva a veces'.

En este punto tiene una opinión sobre las personas que están libres y las personas que están encerradas, en la cárcel. En su tiempo en prisión conoció a un psicoanalista y le preguntó porqué seguía trabajando ahí, en un centro penitenciario. El especialista le respondió: ‘En ningún otro sitio voy a encontrar tanta variedad de seres humanos en un sitio tan reducido'. Una filosofía con la que Jhafis se identificó.

‘Si nos transportamos afuera de las cárceles, la gente se reúne por similitudes', postula, ‘hay urbanizaciones enteras de gente igual'.

Esto lo observa sobre todo en las barriadas adineradas, opina el artista, en cambio en los barrios bajos, ‘populares' –un eufemismo que le parece maravilloso–, percibe más la belleza de la desigualdad. ‘Al final es bonito, aunque sea una cosa románticamente irresponsable', añade. ‘Y en la cárcel, te podrás imaginar, es aún más diferente, cada persona era un mundo'.

En medio de este paisaje que le tocó vivir, el arte le enseñó mucho sobre él mismo. ‘El arte te educa, y la sensibilidad es un músculo', aduce. Después de 20 años ejercitando esta manera peculiar de sentir y pensar, ‘uno se vuelve más capaz de entender a los demás, ese también es el valor del arte', dice.

El poder establecer una comunicación con los demás a través de una obra, es lo que hace al artista un ser capaz de desmentir a la sociedad. Como el ser humano es un individuo de costumbres, si está ‘debajo de la bota de alguien más' por mucho tiempo, llega a acostumbrarse y se convierte en su zona de confort. ‘Si llega un artista y le dice que está debajo de una bota, la persona no estará feliz con él', sugiere. Pero esa es la labor de un artista, transgredir lo establecido. ‘Por eso los artistas siempre estamos estremeciendo, y la empatía es el principio', detalla.

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