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- 17/07/2016 02:00
Vamos a empezar de nuevo porque al parecer no lo he repetido suficientes veces. No soy atea. No, tampoco soy agnóstica. Y no, no son sinónimos. Pues eso, que no tengo ninguna duda de que existe la Reina del Cielo y creo que la Estrella de la Mañana guía nuestros pasos. Tampoco tengo ningún problema en aceptar que existe un dios de Israel. Y nunca he negado a Jesús el Galileo. Faltaría más, su existencia fue ratificada por Flavio Josefo. Bien. Me dirán ustedes, ¿a qué viene este credo intempestivo? Pues viene a que estoy harta de que en este país no se sepa debatir.
Me explico, la semana pasada, en este mismo espacio dominical, se publicó un Aullido titulado ‘Mojigatos y mojigatas' y algunos lectores, en lugar de debatir, refutar y argumentar con la razón por delante, sobre lo que allí se decía, atacan a la autora, o sea yo, tildándola, esta vez, no de española, sino de atea. Juas.
Todo esto porque dije que en la Biblia la gente también cogía. Quizás lo que les molestó fue el uso del verbo, localista. Tienen razón. Pido disculpas. Yo, en mi ingenuidad, tratando de hacerme entender por todos mis lectores, escribí un uso restringido del término. Voy a reformular la aseveración utilizando un verbo mucho más culto. Es más, voy a utilizar exactamente el mismo verbo que usaron los escribas (y que, como escribieron inspirados por el Señor de los Ejércitos, debemos suponer que es el que a Él le gusta): fornicar.
‘Sacudámonos de una buena vez la caspa de la religión, que también en la Biblia la gente fornicaba, ¿no me creen? Denle otra repasadita, por favor.'
Equilicuá. ¿Así les gusta más? Porque espero que el problema fuera la forma de expresarlo y no el fondo. Ya que el fondo es incontestable. En la Biblia se copula por activa y por pasiva (literalmente). Desde el primer coito, (que, por cierto y solo por puntualizar, no fue el que conllevó la expulsión del Paraíso, eso lo hizo el almuerzo campestre bajo el Árbol del Bien y del Mal), encontramos un verdadero despliegue de modos y métodos, incesto y violación alcoholizada en la historia de Lot; adulterios con asesinato incluido en David; poligamia; sexo forzado con siervas; amores entre hombres entre David y Jonatán (ayayay este David que nos salió un poquito frívolo); un libro completo dedicado al amor sensual (y no me vengan ahora con que el Cantar de los Cantares habla de Dios y su Iglesia, a no ser que la entrepierna de su Amada se considere un templo, que también puede ser…). También nos regula el sexo con animales, que aunque es cierto que especifica que es anatema, también es anatema comer langostino y sembrar diversas semillas en un mismo campo, que una mujer con la menstruación toque a un hombre o que se usen ropas de fibras mezcladas. Por no hablar de lo de no comer cerdo, animal impuro por antonomasia, cuya ingesta es un anatema fulminante, entre otras pendejadas de ese jaez. Ay, upsi, perdón. Reformulo: ‘entre otras sandeces de ese jaez'. Vale. Así está mucho mejor.
Los que invocan a Dios deberían leerse cuidadosamente su palabra revelada para ver si son un poco más coherentes con ella. No podemos pretender guiarnos por un libro escrito hace más de tres mil años, y seguir al pie de la letra unos mandatos sí y otros no, según nos convenga en cada momento o en cada tema.
No es solo decir ‘Dios primero', vivir en gracia consiste en tener un corazón puro. Y de esos hay pocos.
COLUMNISTA