Elefantes y cadenas

Actualizado
  • 05/11/2017 01:06
Creado
  • 05/11/2017 01:06
Poco a poco han acostumbrado a la plebe a estar tranquila, a que no tiene sentido protestar

En medio de las celebraciones de las Fiestas Patrias, enarbolando la bandera de la independencia, la separación y la defensa acérrima de todo un territorio, sin tutores, ni ordenamientos foráneos, les voy a contar un cuento.

Dicen los que saben, que para poder domesticar a un elefante, hay que ponerle una cadena en una de sus patas cuando aún es un bebé, y así, acostumbrado a ese amarre, cuando de adulto lo sujeten con una soga, él nunca tratará de soltársela. Eso es lo que logra el paternalismo y la deseducación con un pueblo. Muchos de los que estos días aparecen en los desfiles, dándose golpes de pecho a golpe de redoblante, con camisilla almidonada y sombrero pinta'o bien fino están robando los recursos de todo un pueblo. Se están burlando de todos nosotros, y ¿saben qué es lo peor?, lo peor es que a nadie le importa. En serio. A nadie. No, no se equivoquen, los que nos indignamos somos un porcentaje ínfimo del elefante. Digamos que nosotros representamos apenas la puntita de la trompa. El resto de la mole elefantiásica está feliz, con su patita atada a las subvenciones, a las becas universales y a los partidos de fútbol (‘¡Hey, tarada, deja de quejarte, que vamos a Rusia!').

Poco a poco han acostumbrado a la plebe a estar tranquila, a que no tiene sentido protestar. Y lo han logrado, han conseguido que la corrupción sea endémica. Que los escándalos pasen sin pena ni enfado, que a las protestas vayan siempre los mismos cuatro gatos.

Y no, yo no voy a las protestas, porque me caló hondo una frase de Robert Graves, que dice que: ‘Uno no debe protestar contra nada a no ser que su protesta tenga un efecto. Las manifestaciones no lo tienen'.

Así que, como estoy convencida de que los que tienen la sartén por el mango se regodean muertos de la risa viendo las pailadas y las consignas; como estoy segura de que saben que el paquidermo está bien amarrado y engrasadito; como nadie me saca de la cabeza que están todos conchabados, los de un color y los del otro, para que nada se mueva, yo no voy a darles la satisfacción de que me vean codearme con sinvergüenzas con piel de gente honesta.

Celebramos muy ufanos los años de vida republicana mientras en las escuelas se ningunea la historia, se elimina la filosofía, se mitologizan los hechos y se convierten en héroes aquellos que apenas llegan a esbirros.

Todos los años, algún periodista pregunta a alguien, famoso, relevante o no, que qué se celebra en cada fecha, y todos los años los aludidos fallan estrepitosamente, pero nos damos golpes de pecho vociferando acerca de cómo colocar correctamente la bandera.

Somos un elefante atado, perdido en las formas y sin llegar al fondo.

Nos cuentan tantas veces la mentira que acabamos por creerla verdad. Sale el Excelentísimo Señor Presidente, con su cara de concha, hablando de su lucha contra la corrupción y la gente mira al dedo en lugar de ver la luna gigantesca de la que él también tuvo una porción, según cuentan muchos testimonios.

Sale la Primerísima Dama arrebatada batada, batada, exigiendo que boten a determinado magistrado, y muchos nos preguntamos si no tenían, desde su reelección en la Corte, suficientes pistas de que el tipo seguiría siendo el desastre que había sido. ¿Usted está indignada? ¿¡Usted!? ¡Venga ya, Señorísima, no nos tome más el pelo!

Ahí está el pobre mastodonte atado, a pie de calle, loor a la patria mancillada. Mientras agita banderitas. Y los que la violan, contentos.

COLUMNISTA

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