Los académicos y el demonio de la política

Actualizado
  • 11/02/2018 01:03
Creado
  • 11/02/2018 01:03
Qué habría pasado con los ensayos y reflexiones de figuras como Guillermo Andreve, Octavio Méndez Pereira y Diógenes De la Rosa, si hubieran tenido tiempo, tranquilidad y una institución académica lo suficientemente fuerte para dedicar sus energías

Sentado en el Instituto Iberoamericano de Berlín, leo una frase de un estudio sobre Aimé Césaire (1913-2018), quien fue poeta, dramaturgo, ensayista, diputado por el Partido Comunista Francés en la Asamblea Francesa y alcalde por muchos años de Fort de France, de la isla de Martinica, departamento francés, y donde fundó el Partido Progresista: ‘para entregarse al demonio de la política'. Esta frase era para remarcar que había dejado en parte sus actividades literarias y académicas, punto que es la trayectoria común de muchos de nuestros académicos, literatos e intelectuales de América Latina y del Caribe. Allí está el caso extraordinario de Rómulo Gallegos (1888-1969), presidente de la patria de Bolívar en 1948.

Si analizamos estas trayectorias, de acuerdo a la teoría sociológica clásica sobre la modernidad, podría decirse que son trayectorias que responden a la falta o ausencia de especialización del personal político. Para Max Weber, por ejemplo, la política debe ser ejercida por los profesionales de la política. Pero sabemos que, en nuestras playas, estas son corrientes que se confunden, aunque, hoy día, hay que decirlo, se encuentran pocos políticos que tengan una formación académica y, mucho menos, con algún rastro intelectual. Sin temor a equivocarme, pienso que Aristides Royo Sánchez fue el último presidente con un verdadero trasfondo académico e intelectual que tuvo el país.

De hecho, cuando escuchamos hablar a los políticos de hoy, reconocemos lo insulso y vacío de sus frases, sus limitaciones culturales y de reflexión, y, peor aún, el deficiente y pobre manejo de la lengua castellana, taras que no pueden ser solventadas por los asesores de imágenes y los redactores del poder político.

Es posible que, en Panamá, con la muerte del liberalismo clásico, esta cantera de políticos con una fuerte formación cultural e intelectual, como Belisario Porras, Eusebio A. Morales, Carlos A. Mendoza y Ricardo J. Alfaro, no volvamos a ver partidos políticos de esta altura. Por supuesto, hay casos individuales, que nos siguieron hasta muy tarde en el siglo XX, como Diógenes de la Rosa, pero han venido desapareciendo (para no decir desaparecido) del paisaje político del país.

Lo que más bien tenemos ahora son activistas políticos, simples perseguidores de la pragmática del poder, repetidores de frases y consignas hechas, movilizadores y agitadores, que les preocupa muchísimo más el voto y ratings de las televisoras que leer un buen libro.

Este demonio de la política, que hoy día está completamente desprestigiado, pues sufre bajo todas las sospechas de corrupción y debilidad institucional, no ha dejado, sin embargo, de ejercer su atracción en el medio académico e intelectual. Algunos ven en la política, como buenos ciudadanos que son, una forma de darle al país una institucionalidad. A ellos solo les puedo desear buena suerte con su tiempo, sus energías y sus proyectos.

En efecto, lo que aquí me interesa es llamar la atención sobre este demonio. No pocas veces, por ejemplo, me he topado con ensayos (o discursos) de Guillermo Andreve, Octavio Méndez Pereira y del mismo de la Rosa, disculpándose de hacer ciertas generalizaciones por no haber tenido el tiempo de escribir por ejercer otras funciones como el ejercicio de administrar una institución o por la política. Uno se pregunta, por cierto, qué habría pasado con ellos, con sus escritos, con sus ensayos y con sus reflexiones, si hubieran tenido ese tiempo y esa tranquilidad, la fortaleza de unas instituciones, que les hubiera dado la oportunidad y el espacio de contar con una buena biblioteca y de una institución académica lo suficientemente fuerte para dedicar sus energías a ello.

Precisamente, desde un punto de vista académico, la pregunta sería aquí cómo ellos negociaron y resolvieron el hecho de ser ‘intelectuales fundacionales' con sus múltiples otras actividades.

Mi punto de partida, para dejarlo claro, es el programa humboldtiano del académico que se define por tan solo dos palabras, y nada más: investigar y enseñar. Para nosotros, que venimos de otras experiencias institucionales, será muy poco.

No obstante, en Alemania, donde hice mi doctorado, encontré a los profesores universitarios muy ocupados con sus investigaciones, con sus publicaciones y con sus congresos académicos por todo el mundo. Para otra cosa, no hay tiempo. Y en una ocasión me tocó presenciar una discusión entre académicos donde el latinoamericano le planteaba al alemán que, por ser el Estado-nacional una realidad, la academia no podía olvidarse de este. El alemán, que viene de otra trayectoria institucional, solo respondió que la academia tiene sus propias preguntas y no depende de la política para pensar.

Por mi parte, sí creo que debemos cuidar y promover el mundo académico, identificar a los jóvenes talentos que tengan interés verdadero en la investigación y la docencia (con una beca de investigación de verano a jóvenes académicos) y darles todo el apoyo necesario. Ya no creo que nos encontremos en la fase fundacional de la República, donde muchos talentos, por las necesidades propias del país, corrieron hacia el mundo de la política.

Hoy no hay menos problemas que, seguramente, son peores que antaño, pero es un lujo perderlos hacia el demonio de la política, esta política depredadora que deja un sabor amargo a vacío, a superficialidad y a dilapidación de tiempo.

‘De hecho, cuando escuchamos hablar a los políticos de hoy, reconocemos lo insulso y vacío de sus frases, sus limitaciones culturales y de reflexión, y, peor aún, el deficiente y pobre manejo de la lengua castellana, taras que no pueden ser solventadas por los asesores de imágenes y los redactores del poder político'.

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