El destino rocambolesco de los restos del Libertador

Actualizado
  • 05/08/2018 02:00
Creado
  • 05/08/2018 02:00
El gobierno de Rafael Urdaneta decretó un mes de duelo nacional 

El féretro con su cuerpo embalsamado fue llevado de la Quinta de San Pedro Alejandrino a Santa Marta y depositado en la casa del Consulado, cuyas puertas fueron abiertas para que cuantos lo quisieran pudieran rendirle tributo al héroe desaparecido.

El gobierno de Rafael Urdaneta decretó un mes de duelo nacional para que en todos los rincones de Colombia se pudieran realizar homenajes: un imponente desfile militar en Bogotá, la catedral de Cartagena vestida por completo de luto, discursos, elegías. Por unos días pareció que se le daba al Libertador la última satisfacción: si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro.

Pero nada dispuso él para su entierro, diferencia de gobernantes de otras latitudes: Felipe II, por ejemplo, dispuso que se abriera el ataúd de su padre, el emperador Carlos V porque quería quedar amortajado igual que su ilustre progenitor, diseñó su propio ataúd y escogió la madera con la cual hacerlo…y que se celebraran 62500 misas en su memoria. Como al Libertador de a malas le alcanzó la vida para dictar su testamento y su última proclama, quedó en mano de sus allegados y autoridades lo relativo a su entierro.

Las exequias se llevaron a cabo el 20 de diciembre. Su primera tumba fue en una bóveda perteneciente a la familia Díaz Granados, al pié del Altar de San José, en la nave derecha de la Catedral de Santa Marta, y sobre su tumba no se colocó ninguna lápida sepulcral que señalara su nombre, a fin de evitar sus restos fueran profanados por sus enemigos, ya fueran colombianos o venezolanos. El odio hacia el Libertador era impresionante por parte de aquellos que se habían confabulado para accesar al poder. Inclusive, hasta tenían planes para desenterrarlo y arrojar sus restos a las profundidades del mar, donde no pudieran ser rastreados y extraídos en el futuro.

En el año 1834, un terremoto asoló Santa Marta, la tumba del Libertador se agrietó y así permaneció sin arreglos hasta que en 1937 un rayo destruyó la bóveda, y terminó de hundirla. Los enemigos de Bolívar le arrojaron tierra y piedras sobre el ataúd, que se encontraba a la vista. La madera, que ya estaba podrida, quedó por completo destruida.

Un ciudadano español, nacido en Colombia, Manuel Ujueta y Bisais dejó escondido un testimonio de aquel episodio que merece citarse. Como el testimonio es muy largo, solo extraigo algunas frases: entré gritando a la iglesia catedral los presentes se quedaron asombrados de verme así tan descompuesto. Pues el rayo caído había terminado de romper la cúpula habiendo pasado por su través para descomponer la tumba. Y unos infames trabajadores del gobierno pretendiendo cumplir órdenes de un gobernador sin moral iban a sellar de cualquier forma y sin maña la sepultura.

Llevé sus restos livianos y poco olientes a mi casa de habitación con algo de enfado por las dos callejas que la separan de la iglesia catedral. Fue inevitable la imagen de procesión que di con los mozos que pagué para transportar con decoro aquellos huesos ennegrecidos de carne muerta y agusanada del Libertador por entre el mujerío rezandero de la tarde. Antes, había tenido que hacerme valer como hombre de respeto ante los malagradecidos que pisando su cuerpo deshecho devolvían a Bolívar la gracia de darles la libertad.

Los huesos pasaron el resto de la tarde en un rincón mientras se hallaba algún mejor sitio de la casa; ido el sol, caí en razón de que algunas gentes querrían ver los restos de su Libertador y estaban en el derecho.

Sigue un relato casi novelesco de las dificultades que hubo de sortear, de las amenazas que sufrió por cuenta de las autoridades y de facinerosos dispuestos a arrebatarle los restos del Libertador, unos para desaparecerlos para siempre arrojándolos al mar, otros para llevárselos para Venezuela. Solo por consideraciones de tiempo lo omito y regreso a las propias palabras del Manuel Ujueta Bisais.

Los velé en la sala de recibir visitas durante tres días con sus noches y al cuarto se le dio cristiana sepultura al hombre que, dicen malas lenguas, alguna vez retó a Dios, nuestro señor. Yo no lo creo, y lo digo, pues pienso que Bolívar, con el perdón de Su Majestad, es lo mejor parido en estas tierras en cuanto a hombres.

En el año 1839, regresó a Santa Marta, su tierra natal, el general Joaquín Anastacio Márquez, y tuvo la iniciativa, pagando los gastos por cuenta propia, de disponer la construcción de un nuevo sepulcro para los restos del Libertador, para lo cual se apoyó en el mencionado Manuel Ujueta y Bisais. El sitio escogido fue en la nave central, bajo la cúpula dando frente al presbiterio. En julio de ese año fueron los restos fueron trasladados a esta nueva tumba sobre la cual fue colocada una lápida de mármol, costeada por el mismo general Márquez, en la que se grabó, para que no hubiera dudas que allí se encontraban los restos del Libertador de Colombia y el Perú.

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Llevé sus restos livianos y poco olientes a mi casa de habitación con algo de enfado por las dos callejas que la separan de la iglesia catedral. Fue inevitable la imagen de procesión que di con los mozos que pagué para transportar con decoro aquellos huesos ennegrecidos de carne muerta y agusanada del Libertador por entre el mujerío rezandero de la tarde.

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