Conversación improbable con Laura

Actualizado
  • 15/09/2018 02:00
Creado
  • 15/09/2018 02:00
Ese hombre la creía, tal vez, una hechicera capaz de salvarlo de ese destino tan cruel. Dime sinceramente

SAYS SHE TALKS TO ANGELS, THEY CALL HER OUT BY HER NAME

La conocí en ese lugar donde tocan blues. Ni es el mejor, ni es especial. Uno de tantos. Con carteles antiguos y música nostálgica. Especialmente de Satchmo. Quince o veinte mesas pequeñas, oscuro, húmedo y viejo. Podría decir, totalmente prescindible, salvo porque allí se le puede encontrar cada noche, sentada en el mismo lugar.

Entré a buscarla y le propuse mi compañía. Me dijo que sí con una naturalidad sorprendente. ¿Sabes que yo hablo con ángeles? Tampoco parecen ya molestarle las miradas de incredulidad o conmiseración, resultado de sus ocurrencias.

Empieza a hablarme, como si me conociera de toda la vida. Me contó de un pianista que le recriminaba, cada vez que venía, poseer esta mirada especialmente nostálgica y triste mis ojos son un espejo y luego me invita a verla profundamente, para atestiguar la falsedad de la supuesta melancolía.

Además del piano, la otra obsesión de aquél músico eran los ritos de sacrificios humanos. Soñaba cada noche que era la víctima de una secta seudosatánica y que ya lo habían inmolado de diferentes formas. Siempre llevaba consigo un maletín con un cuaderno donde anotaba cada sueño.

El sacrificio que más se repetía era la muerte a través de la extracción del corazón. Incluso, aseguraba que si lo examinaban detenidamente, se le notaba una cicatriz en el lado izquierdo del pecho. Ella nunca quiso comprobar si era cierto. El asunto empezó a disgustarle una vez en la que, allí mismo, quiso escenificarle la matanza de la noche anterior.

Ese hombre la creía, tal vez, una hechicera capaz de salvarlo de ese destino tan cruel. Dime sinceramente, ¿tengo cara de bruja? Junto al cuaderno, el pianista llevaba también un montón de partituras. Una vez ella le pidió una pieza. El tipo se puso reacio. Ella insistió tanto... Al sujeto no le quedó más remedio que confesarle que no sabía tocar. Luego le pidió, de todo corazón, buscarle a ese maestro definitivo, quien por fin le descifraría el misterio de las notas. Le dije que era imposible. Yo no conozco a ningún músico y tampoco soy reparadora de destinos .

Después de la negativa, no volvió más. Ella saca de su bolsa un recorte de periódico y me lo muestra. En él se relata el asesinato de un aprendiz de pianista, cometido, aparentemente, por una secta satánica. Me sonríe confundida y alza los hombros.

No entiendo por qué atraigo a tantos seres extraños. Pide otra copa de vino. Como a ese otro, el que la esperaba en el tercer piso de su facultad. Siempre con un objeto diferente. Practicaba con ella una especie de rito. La saludaba, extraía una pieza de su bolsa de cuero, se la entregaba y después preguntaba qué creía que era.

Abría su libreta y esperaba. Yo le seguía el juego, era divertido. Anotaba algunos colores, sabores y características de lo que ella decía. Guardaba todo y se marchaba, como si nada. La rutina se prolongó durante casi un mes.

Un día, ella ya no soportó la curiosidad y lo siguió hasta su casa. Se asomó por una de las ventanas y descubrió algo sorprendente. El extraño había construido una suerte de máquina, con la apariencia de un altar de ropavejero, con una silla en el medio. Cada cosa que le había mostrado, de pronto era un elemento clave en aquella armazón. Todo tenía sentido, extrañamente lo tenía. Y sin saber por qué, imaginó que algún significado debía tener aquella construcción y quiso conocer cuál era el propósito del aparato.

La mañana siguiente, sin falta, allí estaba él, con otro de los objetos. Ella fue directa y le preguntó acerca de la finalidad y razón del mecanismo. La cara del hombre cambió de colores y se convirtió en una sola expresión de terror. Nunca más lo volví a ver. Incluso fue varias veces a buscarlo a su casa. Él nunca abrió. Ella al fin se cansó y no lo buscó más.

Me pide un cigarro. Yo no fumo. Le ofrezco a cambio algo de comer, aunque no sé si en ese lugar es posible. Pide entremeses y una copa más de tinto.

¿Sabes que también he sido una princesa mitológica? Hace un tiempo se le acercó un escritor. O al menos eso decía ser. Ella nunca supo si era cierto. Una noche apareció y sin siquiera pedir permiso, se sentó en la mesa y le soltó así, sin más, la razón de su llegada. Le aseguró que ella, hace muchísimos años, fue una doncella atrapada en la fuente original. Rescatada por la mágica intercesión del trío de seres elegidos, venidos de los continentes separados. Y le confesó que había estado buscándola casi la mitad de su vida. Bebió algo y luego añadió que era perfectamente comprensible que no lo recordara, pues esas cosas se guardan secretamente en la memoria. Eso sí, estaba pronto el día en el que todo se aclararía.

La dejó sin palabras. ¿Sería esa manía de contar historias una extraña forma de entablar relaciones, o aquel tipo de verdad se creía sus cuentos? A ella no le extrañó mucho su aparición. Era consciente de su predisposición a las rarezas.

Otra noche, el cuentero llegó con un par de guantes y le pidió que los usara todo el tiempo. Son tiempos especiales, advirtió, y no se sabía qué clase de ser arbóreo podía dejarle en la mano la descendencia. En todo caso debía ser el dios correcto. Solo así el ciclo se iniciaría de nuevo.

Aunque al principio le pareció demasiado extraño, sus relatos eran fascinantes. Cuando los contaba, le endulzaba los oídos. A él es al único al que extraño. Así como una noche vino, otra sólo le dijo que su misión estaba cumplida. Le aseguró que ya había crecido lo suficiente como para cuidarse sola y que al ver en sus ojos el futuro, estaba seguro de que en ella la luz iba a brillar por muchas generaciones, razón por la que su trabajo no iba a ser necesario en algunos milenios.

Ya te lo dije, mis ojos son como un espejo. Cada quien ve en ellos lo que quiere ver. Se queda callada. Precisamente en ese instante empieza a tocar el grupo y ya no hablamos, hasta que termina la función.

Me mira directo a los ojos, con curiosidad. ¿Qué es lo que ves tú? ‘Yo te veo a ti, solamente a ti', le respondo. ¿Y con qué locura me vas a salir?

Le sonrío dulcemente. ‘Con ninguna, Laura. Simplemente quise venir a hablar un momento contigo'. ¿Cómo sabes mi nombre? Le sonrío de nuevo y me despido con un beso suave en la mejilla.

‘De vez en cuando es lindo encontrar a alguien capaz de hablar con los de nuestro linaje', le digo, antes de despedirme. Salgo del lugar y afuera me quito el abrigo largo y siento un gran alivio al sentir cómo se me liberan las alas, justo frente a su mirada hipnotizada. Alzo el vuelo y no puedo impedir que una lágrima amarga ruede hacia mi corazón.

ESCRITOR GUATEMALTECO INVITADO AL CONGRESO INTERNACIONAL DE LA UTP SOBRE EL CUENTO EN CENTROAMÉRICA

‘Hace un tiempo se le acercó un escritor. O al menos eso decía ser. Ella nunca supo si era cierto. Una noche apareció y sin siquiera pedir permiso, se sentó en la mesa y le soltó así, sin más, la razón de su llegada. Le aseguró que ella, hace muchísimos años, fue una doncella atrapada en la fuente original'.

JAVIER MOSQUERA SARAVIA

Escritor

Nació en Guatemala, en 1961. Bachiller en Ciencias y Letras por el Liceo Javier y Licenciado en Letras. Vivió exiliado en la Ciudad de México entre 1981 y 1991.

Entre sus libros de cuentos, están: ‘Dragones y escaleras y otros... cuentos' (2002); ‘Conversación improbable con Laura' (2012); y ‘Una manzana peligrosa en el último día perfecto' (2015). Ha publicado, además, dos novelas: ‘Espirales' (2009) y ‘Figuraciones' (2012).

Elegido como uno de los 25 secretos mejor guardados de América Latina en la XXV edición de la FIL de Guadalajara.

Invitado este en este 2018 al Congreso Internacional de la UTP sobre el cuento en Centroamérica, que se realizará los 17, 18 Y 19 de septiembre.

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