Doble riesgo

Actualizado
  • 28/09/2019 07:00
Creado
  • 28/09/2019 07:00
Cegado de rabia, Alberto abre la gaveta de su escritorio, en busca de su arma. El metal frío sobre su mano lo estremecía, la impaciencia por utilizarla contra ese traidor era evidente.

Cegado de rabia, Alberto abre la gaveta de su escritorio, en busca de su arma. El metal frío sobre su mano lo estremecía, la impaciencia por utilizarla contra ese traidor era evidente.

No razonaba, no entendía, y no quería hacerlo. Pero debía utilizarla para apaciguar su frustración, sus celos, su enojo.

Hace una hora los siguió a un pequeño motel a las afueras de la ciudad. Su esposa, abrazada, entrelazada, al que él consideraba, hasta ese momento, su mejor amigo.

No lo vieron llegar, ni irse. No pudo enfrentarlos, no en ese momento, la impotencia se lo impedía.

Pero ahora, después de regresar y constatar que no se encontraban ya en esa habitación que aún olía a lujuria, se dirigió a la casa de Héctor.

Ciego de rabia, abrió la puerta del frente con la llave que, en algún momento, Héctor le había entregado, subió en silencio a la habitación donde su amigo dormía y disparó dos veces el arma contra su nuca.

Salió, aún acongojado por la traición, pero aún le dolía más la de su amigo que la de su esposa.

Doble riesgo

Cabizbajo y deprimido, se dirigió al mirador de las montañas a calmar su mente y su pulso con cerveza. Al sitio donde tantas veces había ido con su amigo.

Entre las sombras, unos pasos lo alertaron. Girando lentamente su cabeza vio con horror al hombre que acababa de asesinar. Caminando hacia él.

Se levantó tambaleándose por las cervezas que había bebido y maldijo atónito.

--Alberto, debo decirte algo. --dice la aparición.

Alberto, presa del miedo, se levanta a trompicones, tropieza y cae del acantilado con un grito ahogado que pronto cesa.

--Supongo que nunca te contó que tenía un hermano gemelo… y al parecer, ella tampoco lo hizo.

Dice entre dientes el hombre parado en el borde.

Dilena Lezpin
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