Invocación

Actualizado
  • 01/12/2019 00:00
Creado
  • 01/12/2019 00:00
Hay muchas cosas que he de agradecerle a mis padres, muchas. Y entre ellas el que me hayan sabido enseñar la muerte. Me siento una privilegiada en la sociedad ridícula en la que vivimos.

Hay muchas cosas que he de agradecerle a mis padres, muchas. Y entre ellas el que me hayan sabido enseñar la muerte. Me siento una privilegiada en la sociedad ridícula en la que vivimos. Les cuento, mi padre fue cazador, en la temporada salía con su escopeta al hombro y con la sonrisa en los ojos. Ahora bien, nunca, jamás, vi que trajera nada a casa que no nos fuéramos a comer. Si traía conejo, esa semana comíamos conejo. Si cazaba un par de perdices, esa semana tocaba comer perdiz, y si encontraba un erizo herido en el camino, durante un par de semanas había un erizo correteando por casa hasta que se le curaba la pata y lo volvíamos a soltar en el monte, adonde pertenecía.

En mi casa la matanza del cerdo era ocasión de fiesta. La muerte de un ser vivo al que has visto crecer durante un año asegura el sustento de varias familias, padres, hijos, hermanos, sobrinos y sobrinonietos. Incluso algún que otro vecino. He tenido la suerte de ver morir a criaturas para saber apreciar lo que es la vida. Porque tampoco me evitaron ver partos, despertarme en medio de la noche para ver como un ternero empezaba a surgir, todo patas y líquidos mezclados. El círculo eterno. La muerte ofreciendo la mano. Y el sabor de la sangre fresca cuando el hacha falla el golpe y algunas gotas te salpican la cara que aún no ha visto más que cinco o seis inviernos.

Hoy los niños viven en un globito de colores. Crecieron creyendo que la mierda es queque, que no hay que pagar un precio por nada. Que a todo tienen derecho. Que los deberes son cosas que no deben existir en este mundo ubérrimo de unicornios rosas y arcoíris inclusivos.

Y yo, loba con el colmillo roto, leo y veo, espío desde mi hueco y me doy cuenta del barranco que se abre ante los pies de los que corren desbocados hacia él.

La muerte es la vida. Hay que morir antes o después. Hombre, yo también quiero que sea más después que antes. Y exijo que mis afectos se vayan después que yo; ahora bien, también sé que lo que yo quiera a Átropos, a Láquesis y a Cloto les viene importando ente cero y menos tres, es decir, una puta mierda.

No puedes pretender hacer una guerra y que nadie muera. No puedes pretender luchar y que no te hagan pupa. No puedes pretender salir del campo de batalla y no estar atollado de barro, de excrementos, de sangre y de sesos pisoteados.

Cuando leo por algunos sitios aquello de 'Creo que necesitamos una guerra' y sé que la panoli que lo dice tiene hijos, me pregunto, ¿será que ella está de acuerdo en entregar al hijo de sus entrañas al matarife? ¿O es que pretende que el hijo que muera sea solo el ajeno?

Hay que ser muy idiota y muy tarado. Hay que tener en muy poco la vida para ser tan inconsciente. La muerte es inevitable. Todos debemos de morir. Algunos merecerían morir mucho antes, otros no tendrían que morir nunca, pero lo cierto es que, en cien años todos calvos, y que seguro que la Señora no se olvida de ninguno de nosotros.

Tratemos de vivir lo mejor posible, tratemos de solucionar nuestros enredos de la mejor manera posible, y dejemos de invocar al jinete del caballo rojo. Recordemos que estos son como el Diablo, que aparece cuando lo llamas. Allá será el llanto y el crujir de dientes. Y ya oiré a la pánfila berrear.

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