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- 09/03/2020 00:00
Cuando en un país se abandona la experimentación, dejamos de soñar, esterilizando la creatividad, amputando la posibilidad de un avance colectivo. Frente a las novedades, siempre surgirán incomodidades; porque las trasformaciones necesitan de muchos soportes para que las renovaciones vengan asimiladas, y podamos gozar a plenitud de dichos avances.

Fue en una lluviosa tardecita de noviembre de 2019, cuando me encontré con Jhavier en la cafetería Coca Cola de Santa Ana, antiguo barrio de la ciudad capital. Él se encontraba probando su obra teatral 'La brújula del invierno', basada en su libro homónimo, ganador del premio Miró de Poesía 2017. Y me invitó a las pruebas generales.
Allí, al terminar sus pruebas, pude sintetizar junto al público, unas breves reflexiones sobre una problemática que, entiendo es muy común para varios artistas: la incomprensión de lo que se entiende por artísticamente válido y correcto.
Jhavier Romero es un artista exquisitamente multidisciplinario y tiene que ser colocado en un lugar especial de las expresiones del Arte Contemporáneo de Panamá. Su trabajo tiene origen en las conceptualizaciones del gesto teatral, de la retórica del guion (contenedor del lenguaje literario), de las expresiones musicales (compositor de sus propios acompañamientos musicales) y de un particular gusto estético (marcadamente visible en la preparación del vestuario, la inventiva de sus escenografías). Siempre recordando que Jhavier pinta y domina el dibujo con discreta maestría.

Quien ha tenido la oportunidad de conocer la obra de Jhavier, sin duda alguna, comprenderá la premura que me lleva a servir de puente y para hacer que conozcamos más de este creador, al que tratamos de enjaular, en disciplinas ya arcaicas, la fluidez de sus elaborados artísticos.
Mi invitación es para que me acompañen a colocarnos en un ángulo de observación inusual y captemos la esencia del arte contemporáneo que, con mucha dificultad, se desarrolla en Panamá... He aquí Jhavier Romero.
Un niño grande. Un niño melancólico que nació en La Chorrera, en el seno de una familia numerosa (soy el cuarto de cinco hermanos), con una madre que me inculcó el amor por la lectura y la música. En mi interior, sigo siendo ese niño. Y mi arte es un camino para regresar a la infancia.
Con muchas amistades, pero aún así, muy solitaria. Estudié el bachiller en ciencias en la escuela Pedro Pablo Sánchez. Me pasaba los días estudiando matemáticas y leyendo poesía. Los fines de semana ensayaba con mi banda de rock CH4, en la cual cantaba y tocaba la segunda guitarra y el piano.

Fue 'Sueños de Familia', la primera que escribí y dirigí. Es una obra construida sobre ciertos presupuestos del teatro del absurdo y del teatro físico, y en la cual exploro el tema de la violencia intrafamiliar desde una perspectiva poética.
No, qué va. Es un buen trabajo, del cual me siento orgulloso. Tuvo mucho éxito. Hay gente que ha ido a verla dos y tres veces, que van cada vez que la ponemos en cartelera, pero no creo que sea mi mejor obra.
Mi proceso es profundamente poético, y en ese sentido se articula de manera visiva y narrativa. En un primer momento, parto de un conjunto de metáforas visuales, de las cuales luego surge un hilo narrativo. En otras ocasiones, como en mi puesta más reciente 'La Brújula del Invierno', el punto de inicio se da a través de la intervención del espacio o por la realización de una acción (poética) en el sentido del arte contemporáneo.

Mi proceso es un espacio intermedio en el cual tienen cabida, incluso simultáneamente, lo visivo y lo narrativo. Y muy pocas veces escribo el texto en casa para luego ir al escenario.
En general, voy al escenario con algunas ideas y el texto va surgiendo en el proceso de montaje. Propongo alguna improvisación o realizamos lo que me gusta llamar “secuencias físico-poéticas”, trato que el cuerpo sea un signo en el escenario, que sea cuerpo y sea viento, lluvia, tren, poema. Me voy a casa con muchas notas en mi diario y muchas imágenes en mi cabeza; escribo, y al día siguiente le entrego a las actrices la escena que vamos a trabajar.
De niño empecé con la música, que me ha acompañado toda mi vida, luego llegó mi gran amor, la poesía; luego el teatro y la matemática, que, para mí, es otra forma de lo poético. En el teatro, como es una actividad múltiple, me he desempeñado como director, dramaturgo, actor y diseñador de luces.
Soy una persona con una curiosidad enorme. Me gusta saber y continuamente estoy investigando y estudiando, y no solo acerca de arte, de todo.
'Sucede que me canso de ser hombre 'es una obra que se escribió completamente como libro, sentado en mi escritorio frente a la computadora, en soledad y en secreto. Cuenta la historia de dos hermanos que han planeado el asesinato de su padre, y el intento de un tercer hermano por impedir el crimen. Más allá de la anécdota, la obra es un cuestionamiento de las masculinidades tóxicas y violentas. Es una reflexión acerca del derecho a la ternura.
El título de la obra está tomado del primer verso del poema 'Walking Around', de Neruda.
Contestando por absurdo y con ingenuidad (porque no sé si algún día la política será una actividad honesta), creo que hay que empezar por acabar con la corrupción. Es una vergüenza que cada cierto tiempo se intente aumentar el costo de la luz, el agua, el metro, cuando a diario se exponen en los medios de comunicación los salarios astronómicos y el sinfín de privilegios con los que cuentan diputados, administradores, asesores, mandos medios, entre otros.

Cuando se acabe con esa especie de “nobleza” de la corrupción y el dinero del erario vaya a educación, vivienda, salud, deporte y cultura, entonces comenzaremos a ver un verdadero desarrollo cultural. Hay que acabar con la cultura del pillaje primero. Y esto sin demeritar los esfuerzos en pro de la cultura que se están llevando a cabo en este momento, porque tampoco se trata de quedarnos con los brazos cruzados.
Que lean y estudien mucho. Que se olviden de la inspiración y crean en el trabajo continuo. Que escriban con amor, pero no solo del amor, que también se vale escribir con rabia.
Porque nos han robado la educación. Si desde kínder hasta duodécimo grado se implementaran sesiones de taller en diversas disciplinas artísticas (como se hace en muchas escuelas privadas), si se les mostrara a los jóvenes estudiantes que los escritores panameños son personas de carne y hueso y no solo desvaídas fotos en un libro de texto, entonces tendríamos un público que consumiría literatura nacional, lo suficientemente grande como para hacer rentable una industria editorial. En este momento disfrutar de la literatura resulta una cuestión de privilegio, y, por lo tanto, de minoría.
Hacia la incertidumbre, hacia el vértigo de buscar, de indagar y experimentar sin tregua.
Agradeciendo infinitamente a Jhavier por interrumpirlo en su cotidianidad productiva, sin antes, subrayar mi última reflexión: Para un artista, la mejor tarjeta de presentación es su obra. Es por eso que, pese a las dificultades, nunca debemos abandonarnos al ocio y al compadecimiento personal, más bien a la dura disciplina del trabajo creativo y sudor del taller.
Solo así toma cuerpo la validez de nuestras propuestas y Jhavier es un infatigable trabajador que da consistencia a las expresiones culturales de Panamá.