• 22/03/2020 06:00

Tiempecillos

Y los niños, santa Filomena bendita, por tu corona de santidad te lo rogamos, danos fortaleza para no cometer infanticidio

Que estamos en estado de excepción, que andamos todos revolucionados y medio histéricos. Y preocupados, nerviosos, desasosegados.

Que un bicho diminuto está poniendo de rodillas a toda nuestra civilización. Que tememos y temblamos porque vemos lo frágiles, lo tremendamente frágiles que somos, nuestras estructuras que suponemos fuertes y bien asentadas, se agitan y zozobran en el miedo y la incertidumbre.

La semana pasada escribí un aullido incendiario mostrando la cara más fea del ser humano, ese rostro que nadie quiere reconocer, pero que es igual de humano que el que nos regala sonrisas hipócritas y parabienes en el día de las madres, de las mujeres y de los ingenieros de telecomunicaciones. Porque cuando el sello del miedo se rompe y la enfermedad y la muerte campan por sus respetos en esta tierra, el ser humano, frágil e indefenso no sabe a qué santo encomendarse.

San Apapucio, líbranos de las tentaciones; san Bartolo bendito, entretennos durante la cuarentena con tu flauta de un agujero solo. San Pito Pato, danos paciencia mientras nos reencontramos obligados con la esposa a la que en los días normales vemos, si acaso, diez minutos por la mañana y diez minutos por las noches y con la que compartimos un colchón taciturno que usar por turnos, como dice la canción.

Y los niños, santa Filomena bendita, por tu corona de santidad te lo rogamos, danos fortaleza para no cometer infanticidio, sobre todo si es con los niños mayorcitos, que el cadáver no va a caber en el congelador y después de un mes con estos calores el hedor va a ser insoportable; aunque, como la familia acaparó rollos y rollos de papel higiénico y se les olvidó comprar proteínas, siempre puede ser que él se haya sacrificado para que los demás puedan comer proteína animal durante unos cuantos días.

En la columna anterior hubo voces que protestaron diciendo que mi forma de hablar no era la adecuada y que yo era el ladrón que juzgaba por mi condición, pues miren ustedes, yo, que hace días no salgo a ningún sitio que no sea imprescindible y no me relaciono con nadie que no sea fundamental, pues yo soy la mala porque llamé egoístas a los que andan por ahí como si no estuviera pasando nada. Pues vayan atándose los machos aquellos ofendiditos, porque hoy toca que les llame hijos de puta y asesinos en grado de tentativa. Porque puede que ustedes, anormales tórpidos se sientan bien y no sientan ningún síntoma extraño, pero pueden contagiar a otros, imbéciles, y a esos otros puede que su mala salud no los proteja de aquello que les cae encima por su culpa, de modo que sí, listos, hijos de puta egoístas: son ustedes unos homicidas.

¡Ah! Y quiero reservar las últimas palabras para los cabrones desalmados que han realizado actos como mandar cartas señalando a una señora de ochenta años, pretendiendo cercarla por hambre, o aquellos que echaron de un autobús a una enfermera del Santo Tomás, o a los que exigen por redes sociales los nombres y la dirección de los que están en cuarentena por haber dado positivo por coronavirus. Ojalá los hados estén frotándose las manos con ustedes, ojalá que lo que les tenga preparado el destino sea deliciosamente cruel, atroz, sádico e insufrible.

A santa Olga de Kiev estoy yo poniendo velas para que todos los que están sacando su peor rostro en esta crisis, reciban aquello que se merecen y que se lo quintupliquen, ¡qué carajo!, no están los tiempos para andar ahorrando dádivas.

Ah, y no olviden lavarse las manos.

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