El mercenario que coleccionaba obras de arte

Actualizado
  • 03/04/2020 00:00
Creado
  • 03/04/2020 00:00
Los relatos intercalados de Valentina, la cubana que va a París y a la que se le antojan las cosas más extravagantes, van de la mano con los embates amorosos (mejor dicho, sexuales) que tiene

A fines del año 2018 la editorial Alfaguara publicó la novela “El mercenario que coleccionaba obras de arte de la escritora cubana Wendy Guerra, que a finales de este año cumple 50 años. En otras ocasiones me he referido a sus libros, pues es una autora conocida, con obras potentes como Nunca fui primera dama (reeditado cuando murió Fidel Castro), Todos se van, Domingo de revolución, además de Negra y Posar desnuda en La Habana.

El personaje de este libro está inspirado en un individuo real que tuvo un papel clave en el escándalo Irán-Contras, y descubre cómo Estados Unidos vendía armas de manera ilegal al país del Medio Oriente.

Guerra se graduó de dirección de cine, con especialidad en guión en el Instituto Superior de Arte de La Habana y en la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños, que fue fundada por Gabriel García Márquez.

Ella se considera a sí misma la heredera literaria de Gabo y son frecuentes los contactos que mantiene con su familia, como nos dejó saber en una visita que hizo a nuestro país a inicios del año pasado, durante la cual dictó un curso sobre la estructura de la novela en el Centro Cultural de España y aprovechó presentar sus libros en la Librería de Panamá Viejo.

Su primer libro, Todos se van, que fue publicado por editorial Bruguera en 2006 y ha sido reeditado por Anagrama, es un recuento de sus diarios y de su niñez y adolescencia en Cuba. Recibió el Premio Bruguera y en esa ocasión –el único jurado fue el escritor español Eduardo Mendoza, que hace un par de años recibió el premio Cervantes–. Esa novela fue seleccionada como la mejor de ese año por el periódico El País, traducida al inglés y esa edición fue seleccionada en 2012 como uno de los mejores nueve libros de ese año por la revista Latina, escrita por autores latinoamericanos. En 2014 fue adaptada al cine por Sergio Cabrera, cineasta colombiano.

En 2008, también en Bruguera, publicó Nunca fui primera dama, donde cuenta la influencia que tuvo una de las consortes del comandante Fidel Castro en las decisiones de Estado, y en 2016, cuando falleció el Guerrillero del Tiempo (así se llama una de sus biografías) Alfaguara le propuso reeditarla y agregarle un capítulo final donde contaba cómo se sintió el país a partir de la noticia de la muerte de quien fuera el líder histórico de la revolución cubana. Dicho libro fue presentado al año siguiente en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL).

Posteriormente, y esta vez en Alfaguara, salió a la luz un libro interesante, Posar desnuda en La Habana, que es un estudio de los diarios apócrifos de Anaïs Nin de 1922-1923, la escritora francesa cuyos padres eran cubano-franceses y que fue amante y musa del también escritor Henry Miller. Para lograr esta portentosa obra, Wendy Guerra realizó una profunda investigación tanto en París, como en Nueva York y Los Ángeles. Ese libro se publicó en 2010 y su presentación, también en la FIL, involucró un happening. De ese libro Camille Tenneson, del semanario francés Nouvel Observateur, señaló que es “un hermoso homenaje a Anaïs Nin que convierte a Wendy Guerra en su heredera contemporánea”.

En 2016, en Anagrama, publicó Domingo de revolución, que es una novela política, con sentido de pertenencia de una cubana que se resiste a dejar la isla a pesar de que su talento no es apreciado ni bien visto por las autoridades. Como además es poeta, actriz, columnista de importantes diarios y gestora cultural, hemos tenido que esperar un rato para que nos regale con una nueva obra.

El mercenario que coleccionaba obras de arte

Este libro, presentado a finales de 2018 en la FIL, es una combinación de relatos de las luchas guerrilleras en América Latina, especialmente en Centro América y el Caribe, de donde no sale exento Panamá, en las figuras de Hugo Spadafora (incluso narra su decapitación) y Manuel Antonio Noriega. Los entresijos de las luchas intestinas y la injerencia de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) en la región, además del desarrollo que tuvo la contrarrevolución en Miami, la cuna del anticastrismo, están bien retratados aquí. Se nota que Guerra ha recopilado una información monumental sobre la corrupción, las intervenciones, las guerrillas, el narcotráfico, las “contra” y toda la parafernalia que ha marcado nuestros países entre 1961 y 1989. El libro está compuesto por 25 diarios de campaña que se escenifican en diferentes lugares del continente y un manual del mercenario latinoamericano, ese que se vende al mejor postor y que no tiene ideología. Por la ubicación en el tiempo en que transcurre, vemos caer el muro de Berlín, la invasión de Panamá, y otros hechos históricos.

El personaje de este libro, el mercenario, está inspirado en un individuo real que tuvo un papel clave en el escándalo Irán-Contras, y descubre cómo Estados Unidos vendía armas de manera ilegal al país del Medio Oriente y cómo financió los enfrentamientos a la revolución sandinista. Su seudónimo es Adrián Falcón, aunque en el desarrollo de la trama adopta varios apodos.

Su vida está reconstruida a partir de los diarios de batalla y va entretejiendo estas tres décadas de historia política latinoamericana, con un personaje que se parece mucho a Wendy, por lo pizpireta y demandante, una cubana que viaja a París para estar en la subasta de las obras de un tío artista. Pero no se entusiasmen los coleccionistas, que la historia no va de cuadros o esculturas, eso solo es el final. En el ínterin, el relator es un cubano que sale de Cuba después que fusilan a su padre y cómo el afán de venganza lo convierte en un individuo cínico y sin ideales, dispuesto a cumplir con los cuatro pasos de un mercenario: concebir, conspirar, ejecutar y evadir.

Los relatos intercalados de Valentina, la cubana que va a París y a la que se le antojan las cosas más extravagantes, van de la mano con los embates amorosos (mejor dicho, sexuales) que tiene. Aquí se nos revela una autora con poder narrativo erótico a su máxima potencia. Igualmente hay un regusto por la referencia a clásicos literarios, cultura musical y literaria cubana. El mítico Che no sale bien parado en este libro, y la ejecución de Arnaldo Ochoa y Tony de 1989 es parte esencial de la comprensión de la historia del tiempo que se relata.

Valentina es compleja, enigmática, caprichosa y pasional. Va pareja a la inteligencia maquiavélica de Adrián, por lo que siempre hay entre ellos una tensión titánica que muchas veces se desahoga en embates sexuales que echan chispas. Adrián es el coleccionista que ha mostrado interés en hacerse con los cuadros porque, según confiesa, todo lo que ha ganado como mercenario lo ha invertido en obras de arte.

La historia engancha, a pesar de lo complicado de la construcción del relato, pero la muy exhaustiva y sólida investigación sobre la que está sustentada va revelando de a poco las intrigas, los finales, que parecen predecibles. Como parte de lo narrado es real, ha ocurrido y es conocido por muchos de nosotros, como lo ocurrido con Hugo Spadafora, el libro tiene un interés más allá del literario, porque retrata parte de los conflictos latinoamericanos pocas veces explorados y la concatenación entre ellos, que generalmente, para los que tratamos de entender las circunstancias, nos muestran quiénes son héroes y quiénes villanos. Wendy nos presenta un antihéroe capaz de encarnar todas las contradicciones que tuvieron y siguen teniendo esos conflictos, especialmente por la manipulación no siempre bien intencionada que hace la CIA. Adrián Falcón tenía ideales que se confrontaban a los románticos preceptos de la izquierda latinoamericana y renunció a sus principios. Esta ambigüedad persiste hasta el día de hoy.

La participación cubana en Angola, que es poco conocida, la resistencia que han estado financiando las agencias estadounidenses contra el régimen cubano, algunas veces con el dinero de los carteles de la droga, tanto colombianos como mexicanos, y el complejo apoyo que brindó el gobierno de Reagan a la contra nicaragüense en la venta de armas a su mayor enemigo hoy por hoy, Irán, se entrelazan con los devaneos de una cubana que vivió de pequeña en Europa, de padres diplomáticos y que atendió, como funcionaria del Ministerio de Exteriores, a personalidades que visitaban Cuba, como Danielle Mitterrand.

Las referencias a los gustos de una vida hedonista, con champagne, bufandas Hermes y collares Chanel no se escapan a este libro, en el que el mercenario llama loquita a la cubana que va a París por la subasta de los cuadros de su tío. Un buen libro para estos tiempos de recogimiento forzado, que nos llevará a consultar muchas otras fuentes.

Para el famoso periodista Jon Lee Anderson, quien escribió la fajita que envuelve el libro, es “Una historia sobre el exilio de Miami y la CIA, sobre la contra nicaragüense de los años ochenta y sobre mercenarios carismáticos. Como todo lo que escribe, y de hecho, como la autora misma, esta es una novela original, fresca, provocadora y de lectura compulsiva”.

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