Incertidumbre y límites finales de la pandemia

Actualizado
  • 12/04/2020 08:52
Creado
  • 12/04/2020 08:52
Pasados los efectos de COVID19, esta forma de globalización hasta ahora conocida colocará en el centro del espectro sociopolítico a una población que se proyectará como ciudadana del mundo

COVID-19 sintetiza socialmente, en un solo término, miedo, incertidumbre, peligro, amenaza, falta de confianza, falta de defensas. Todo en uno. Según el sociólogo Zygmunt Bauman (1925-2017), la suposición de la vulnerabilidad frente a los peligros no depende tanto del volumen o la naturaleza de las amenazas reales si no de la ausencia de confianza en las defensas disponibles.

Huir, en sentido contrario a la muerte, ha sido siempre el caballo de batalla. Y digo huir, pues la humanidad no ha cedido en su empeño de construir tecnologías materiales, sociales y psicológicas para mantener ese hecho fuera de la conciencia y de la realidad cotidiana. Al mismo tiempo construimos otros para legitimar la acción letal contra la vida de un ajeno, de “otros” que no son ese “nosotros”.

Certidumbre del miedo

Lo seres humanos somos la única especie que tiene conciencia de la muerte a lo largo de su vida. Sin embargo, y probablemente por eso, la intención ha sido siempre mantenerla a raya, alejarla lo más posible de lo cotidiano.

La experiencia de la muerte como algo irrevocable y absoluto, su conciencia o, más bien, su distancia, según Bauman, la hemos mantenido gracias a tres mecanismos:

La promesa de las religiones, en general, de que si en este mundo seguimos sus preceptos tendremos recompensa en el más allá;

El socavamiento de la idea de que la muerte es provocada por causas naturales, convirtiendo ésas en cognoscibles y aprehensibles por el ser humano, por ello si las condiciones médicas y las investigaciones avanzan el miedo se disipa;

El establecimiento de lazos humanos endebles y temporales caracterizados por lo efímero, por una especie de metáfora de la muerte, donde nadie muere realmente.

Estos tres mecanismos reducen la toxicidad de la idea de la muerte y alejan su determinación sobre el hacer cotidiano.

Límites finales

El miedo a la muerte se ha hecho carne. El temor a la muerte se ha actualizado. No podemos evitar la evidencia. La cuarentena por el COVID-19 deja en evidencia el miedo y sobre todo el distanciamiento, lo más posible, de la muerte y la enfermedad, es la salida.

Pero ¿qué implicaciones a futuro puede tener esta conciencia de la muerte? ¿Nos alejará aún más socialmente o nos acercará más a la idea de que somos más falibles de lo que pensamos? Según Bauman la civilización moderna debe su potencial malsano (o, más exactamente suicida), precisamente, a las mismas cualidades de las que extrae su grandeza y encanto: su reticencia innata a la autolimitación, su carácter transgresor innato y su animadversión (y falta de respeto) hacia toda frontera o límite (en especial, a la idea de unos límites finales y definitivos).

Por ese motivo todo se muestra como ilimitado, transgresor de toda frontera incluso la más importante, las morales y éticas. Haciendo que el eterno deseo insatisfecho, propio de la posmodernidad, guíe las acciones humanas. El contexto adecuado de este obrar tiene su lugar idóneo en la sociedad de consumo. Alejar cada vez más la idea de mortalidad implica que ninguna frontera puede detener el actuar humano. Todo puede ser, no hay límite.

Esa sería sólo un una salida a la crisis provocada por la pandemia. Tras el miedo, la desconfianza, la incertidumbre y el riesgo ante una alta probabilidad de contagio, y en último término, de muerte por esta pandemia, existen otras salidas. Una de ellas, la concepción de seres humanos como mortales con límites. ¿Y por qué los límites? Porque como sociedad asumiríamos que las acciones y decisiones aceptadas no siempre son las más apropiadas. Con ello el baremo de lo que es, o no adecuado, lo pondría la ética y la moral.

Ciudadana del mundo

Pasados los efectos de COVID-19, esta forma de globalización hasta ahora conocida colocará en el centro del espectro sociopolítico a una ciudadanía que se proyectará como ciudadana del mundo, que de hecho lo es. Es el mundo de todos y como tal un espacio más allá del interés egoísta auto proclamados como suficientes para generar solidaridad colectiva.

En un mundo hiperconectado las acciones de la ciudadanía pueden tener un alcance muy amplio. De ahí la necesidad de una confluencia que provoque una potencia social lo suficientemente fuerte como para cortar el paso a las políticas económicas neoliberales que van en contra de la expansión de la vida.

Sólo una acción moral colectiva, con la fuerza conjunta de las acciones morales, generaría la potencia que podrían tener los comportamientos en un cuerpo construido colectivamente con base en un sistema de necesidades básicas que no consuma, por parte de unos pocos, los recursos que son de todos, esto transformará la globalización hasta ahora conocida.

Sin embargo hay más preguntas por responder: ¿cómo sociedad convertiremos realmente en universal aquello que esencial para la humanidad?; ¿cómo sociedad aceptaremos que el consumo desproporcionado que tenemos ahora no es sostenible para todo el planeta? Es decir, reconocemos que la muerte es algo consustancial a lo humano.

Situadas allí las sociedades, en ese punto, quedará en evidencia que el interés individual sólo genera atomización e individualismos, que solo reproducen inequidades. Es decir, el interés individual, sin base alguna en la acción moral, solamente genera una interacción global que no tiene en cuenta la amalgama de necesidades humanas y que genera cada vez más capas de población vulnerable y pobre.

La acción moral individual y la acción ética colectiva son las materias de las que estará hecha una parte de la sociedad que salga de esta pandemia. En medio de ello, una lección aprendida: somos seres falibles y débiles.

La autora es académica e investigadora social española.

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