• 12/07/2020 00:00

Crueldad

A más de tres meses vista se cumple lo vaticinado: seguimos siendo unos perfectos hijos de puta

Laurentino Cortizo anunció el martes 24 de marzo de 2020 la cuarentena obligatoria indefinida en todo Panamá: “A partir de las 5:01 a.m. del miércoles 25 de marzo (10H01 GMT), declaro cuarentena total obligatoria en el territorio nacional de manera indefinida, con excepciones”, escribió en su cuenta de Twitter.

Hoy, domingo 12 de julio, se cumplen ciento ocho (108) días en los que el grueso de la población (menos las excepciones que tan bien apuntaba el Excelentísimo Señor Presidente en su muy bien redactado tuit), hemos estado encarcelados en arresto domiciliario y comiéndonos un cable.

Al inicio de esta debacle social y económica los optimistas lanzaban mensajitos de alegría y alborozo, de esta vamos a salir mejores personas, decían, vamos a mejorar como seres humanos, inventaban (y no dudo de que se lo creían) en sus sueños de opio.

Yo, que soy una mona vieja y ya tengo el culo pelado de sentarme en las ramas a ver cómo se descalabran los monos nuevos, los leía y los escuchaba, asentía con displicencia y advertía que no soñaran. Que el ser humano es cerril y contumaz, que no se cambia de un día para otro, que si la Peste Negra del siglo XIV no nos cambió, que si no cambiamos después del azote de la Dama Española en plena primera Guerra Mundial y apenas unos años después nos lanzamos de cabeza a la segunda gran guerra, no nos va a cambiar una pequeña pandemia de gripe, por mucho que los políticos y los periodistas quieran meternos los pelos para adentro. Dicho y hecho. A más de tres meses vista se cumple lo vaticinado: seguimos siendo unos perfectos hijos de puta.

Y se lo voy a explicar con anécdotas, así como Jesús, a los judíos lentos de entendederas, les hablaba en parábolas.

El pasado miércoles, en mis horas de salir correspondientes tuve que ir a la farmacia y a una tienda de alimentación. En la rotonda de Clayton, una grulla desorientada estaba parada en medio de la vía. Nadie frenaba, nadie paraba. Dos autos estuvieron a punto de atropellarla y un carro de policía la esquivó por los pelos.

Yo he parado el coche con las intermitentes y jugándome el pellejo entre los autos que piensan que, como no hay mucho tráfico pueden dejar caer el pie en el acelerador y pasarse las señales de tráfico por el arco de triunfo, la fui espantando poco a poco hasta ponerla a salvo en el llano. Ni un solo coche paró, nadie ni siquiera frenó para ver qué estaba pasando. No era asunto suyo.

Llego a la caja para pagar en mi último mandado y escucho unos gritos espantosos en la calle, improperios, blasfemias, ofensas. '¿Qué ocurre?', le digo a la cajera y ella me contesta que una mujer está insultando a su madre porque la señora dejó caer una bolsa de compra al suelo. Y mientras la pobre señora trataba de recoger las cosas que habían rodado bajo los carros, su hija le estaba diciendo de bruta para arriba. A su madre. Porque no pudo cargar una bolsa. Gritándole improperios espantosos. Cuando terminé de pagar y salí, ya el auto con madre e hija desnaturalizada estaba dando la vuelta a la esquina, de eso que se libró la imbécil, porque a gritar no me gana nadie. Y a maleducada tampoco. Pero allí había varias personas. Nadie volteó. Nadie intervino ante tal flagrante caso de maltrato intrafamiliar. No era asunto suyo.

¿Qué la cuarentena nos iba a hacer mejores seres humanos?, ¡y una mierda!

No merecemos lo que nos pasa y mucho más, nos merecemos la extinción.

Columnista
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