• 26/07/2020 00:00

Obscenidad

Si bien soy una dama donde cabe, también sé ser una lupa en el lupanar. Y hablar como corresponde en cada lugar

Uno de mis libros favoritos de todas las época es El Satiricón, de Petronio, para muchos, una oda a la obscenidad. Para otros, leer este libro, así como las comedias de Aristófanes o los epigramas eróticos griegos que han llegado hasta nosotros, nos abre un mundo de posibilidades lingüísticas. Los griegos, los romanos, tenían una relación con la sexualidad que la cultura judeocristiana nos ha arrebatado, así como nos arrebataron el uso libre y soberano de la palabra.

Desde que el hombre es hombre el lenguaje ha sido arma viva para ser usada y utilizada, el lenguaje que se retuerce, (tomemos como ejemplo a otro de mis amados, a Quevedo), para expresar desde lo más excelso: “Alma a quien todo un dios prisión ha sido,/ venas que humor a tanto fuego han dado, médulas que han gloriosamente ardido,/ su cuerpo dejará, no su cuidado;/serán ceniza, mas tendrán sentido;/ polvo serán, mas polvo enamorado.” Hasta lo más chabacano: “Poeta de bujarrones/y sirena de los rabos,/pues son de ojos de culo/todas tus obras o rasgos”

El lenguaje es también cárcel cuando con él tratan de marcarte el paso y el alma. Palabras que no se dicen, verbos que no se pronuncian, vocablos malsonantes, lenguaje que una mujer no debe usar. Que una persona de alcurnia no debería dejar salir de la cárcel de sus dientes.

Es curioso, para los que no me conocen, darse cuenta de que en el día a día no suelo soltar por mi boca demasiadas palabras 'sucias'. Y entrecomillo este adjetivo porque me parece ridículo, en un sentido literal se tienen sucias las manos si no te las limpias después de cagar; o en un sentido metafórico, si las has metido en negocios turbios. ¿Pero palabras sucias? ¿Cómo una palabra podría ser sucia? Una palabra designa aquello que es. Y el culo es, igual que es el hijueputa, el ladrón y el pederasta. También es el héroe, el ángel y el ingenuo.

Y lo mismo que unos existen, existen los otros. ¿Qué pretendemos usando palabras 'limpias' para designar aquello que no lo es? Pregúntenselo ustedes mismos a su conciencia, ¿pretenden ustedes blanquear la mugre haciendo que suene más elegante? ¿O quizá quieren, como los niños pequeños, creer que sus padres no tienen sexo?

Una nalga no es el culo, y el ojete no se define con la palabra pompis. Cada cosa tiene su momento y su lugar, y de la misma manera que no me gusta que alguien se tire un pedo en la mesa, tampoco me agrada el que lleva el romanticismo sensiblero al lugar donde debe estar la lujuria sórdida.

Se quejan muchos de que a veces se me pasa la mano en pollo en mis aullidos, que son acanallados, arrabaleros y barriobajeros. Insisten en que una dama no debería hablar con ese lenguaje tabernario. Y yo alego, una vez más, que si bien soy una dama donde cabe, también sé ser una lupa en el lupanar. Y hablar como corresponde en cada lugar.

De modo y manera que, de nuevo recurro a mi Quevedo, les digo a los que me conminan: “No he de callar, por más que con el dedo,/ya tocando la boca, ya la frente,/silencio avises o amenaces miedo”.

Y aquí inserto la última quevediana, tanto para los que me quieren seguir, como para los que quieren hacer que me detenga: «Yo, que soy el escándalo, escribo a usted que es el ejemplo, y siendo tan diferentes, encaminamos a los otros a un mismo fin: yo, que nadie haga lo que yo he hecho, y usted que todos hagan lo que hace».

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