• 02/08/2020 00:00

Presos

Como en toda cárcel panameña, hay presos que tienen corona, algunos pueden ir y venir, salir, entrar y pasear

Cuando, a primeros de año, se encendieron todas las alarmas en el mundo y los gobiernos empezaron a tomar medidas para intentar evitar este desastre sanitario, los gurús panameños afirmaban que la que se nos venía encima no era más que una gripe y que lo de cancelar carnavales y cerrar aeropuertos era pura pendejada de un par de histéricos alarmistas.

Hoy, a más de ciento cincuenta (150) días vista, con la lengua bien guardada y las orejitas gachas, nos dicen aquellos que antes ironizaban y pregonaban, que ellos no son dioses, porque los dioses no existen, y que la ciencia es equivocarse. Y tienen razón, no les digo yo que no.

Este desmadre no se lo veía venir nadie. Cuando empezó en serio el merecumbé, todos (creo que puedo afirmarlo sin temor a equivocarme demasiado), todos, reitero, estábamos de acuerdo en que la cuarentena era la mejor opción. A pesar de que yo, de agorera (pueden ustedes llamarme Casandra, si gustan) y en esta misma columna, dije que esto no iba a funcionar en un país como el nuestro con las deficiencias asistenciales y la desigualdad brutal con las que convivimos, aun así, todos entendimos que recogernos era lo más razonable.

Hoy, después de haber estado más de un 40% del año 2020 encerrados, podemos decir que la cuarentena ya no lo es. Se ha convertido en cárcel. Nos han condenado a todos a casa por cárcel. Las celdas son nuestros domicilios y apenas nos dejan salir al patio un par de horas a la semana. Como en una cárcel panameña común y corriente, la comida que los carceleros te proveen es escasa y desabrida. Y si quieres comer mejor tienes que ver cómo te las arreglas.

Como presos que somos, nos arrestan y nos maltratan de palabra y de obra en cuanto pisamos fuera de nuestra celda cuando no nos han dado permiso para hacerlo. La policía no vela por nuestra seguridad o por nuestro bienestar, solo se preocupa de que los privados de libertad no nos escapemos.

Como en toda cárcel panameña, hay presos que tienen corona, algunos pueden ir y venir, salir, entrar y pasear. Si tienen la mala suerte de que alguien se entera de su fuga, van a ponerles una multa, si no, bien por ellos y que disfruten la evasión.

Mientras tanto, los que no tenemos conocidos o influencias entre los carceleros, seguimos entre rejas. Con más miedo de la depresión, la ansiedad, el hambre, los amantes maltratadores con los que nos han obligado a convivir y del futuro, que de ese bicho que ronda fuera de nuestra trena. Y si bien la muerte 'con' coronavirus es una posibilidad, la sensación de sentirse preso sin haber hecho nada es mucho peor.

Además de eso, estamos condenados, aunque aún no nos hemos dado cuenta, a trabajos forzados, las empresas están al borde de la quiebra, y en su reestructuración forzada están pidiendo al trabajador, al que aún conserva su puesto, claro está, un esfuerzo sobrehumano. Horas extras sin pago, sin derecho a descanso, ni a fines de semana ni a vacaciones, ¡¿es que no han tenido ustedes suficientes vacaciones?! Y el decimotercer mes será un bono de papá Estado como premio por remar en galeras intentando mantener la economía a flote.

Ah, y no debemos quejarnos, quejarnos es malo; debemos dar gracias de que nos encierran por nuestro bien, porque nuestro papito sabe. Porque mientras nosotros estemos encerrados, ellos, en libertad, pueden hacer y deshacer a su antojo, todo para que, si algún día deciden abrirnos las puertas del penal, encontremos un país limpio. Bien limpio.

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