Un café con Pedro

  • 07/09/2020 00:00
Aristides Ureña Ramos comparte un encuentro con el escritor panameño Pedro Rivera, en una rápida tertulia, para generar reflexiones sobre el pasado, el presente y el futuro de Panamá
Pedro Rivera, escritor.

Esta mañanita de septiembre, al levantarme, busco en mi alacena un café tostado traído de Santa Fe de Veraguas, hecho por la Cooperativa de Héctor Gallego (1974). “Café Tute” o “Santa Fe” es la decisión que se presenta frente de mí... pues “Café Tute”, es amargo, con cuerpo, perfumado de historia, es la mejor opción. ¿Qué más podemos pedir esta mañana en nuestro Café Estrella? Nuestro anfitrión merece ser acompañado y saboreado con el mejor perfume engalanado de un buen café típico panameño. Existe una compartida preocupación –de muchos personajes– por delinear un justo perfil del nuevo hombre panameño. Ellos han derramado una gran cantidad de versos, poemas, escritos, ensayos, colores, tonadas, melodías, cinceladas y pinceladas, en pro de cuestionar el presente, proponer cambios sobre hacia dónde nos debemos conducir y cuál es la justa postura de ese nuevo hombre panameño. Es así que hoy nos acompaña Pedro Rivera Ortega, en una rápida tertulia –tiempo de una taza de café matutino– para hacernos reflexionar sobre el pasado, el presente y el futuro de nuestra tierra istmeña… gracias, Pedro.

¡Buenos días, Pedro! El barrio de El Chorrillo te vio nacer, ¿cómo fue eso?

En 1939 no era casualidad nacer en el barrio de El Chorrillo. No había muchos lugares de dónde escoger: se nacía en San Felipe, barrio de los rabiblancos que ya iba dejando de serlo. En Santa Ana, El Chorrillo, El Marañón, Calidonia, San Francisco. Los demás, Río Abajo, Parque Lefevre, Juan Díaz eran considerados “el monte”. Todos esos barrios juntos no albergaban a más de 100,000 habitantes. El Chorrillo era el más pobre de todos; un barrio de 13 cuadras, bien trazadas, donde los gringos construyeron barracas de madera para albergar a migrantes del Caribe vinculados a la construcción del Canal. Mi padre, cubano, venía de Colombia, rumbo a México para unirse a su familia, pero se quedó en Panamá por culpa de mi mamá y de mí. Dejé constancia de ese pasaje en mi libro Los pájaros regresan de la niebla, allí digo: “Mi madre cortó sus alas de viajar cuando parió y parió hasta alcanzar la cifra de 11 pobladores terrestres”.

Te iniciaste en la literatura a los 16 años en el Instituto Nacional.

Empecé a escribir a los 16 años, en el Instituto Nacional, después de leer el Romancero Gitano, de García Lorca, y Chimbombó, de Demetrio Korsi. Lo primero que escribí fue un largo poema en octosílabos, con rima asonante, para mi propio gozo. No obstante, por insistencia de mi profesora de español, lo inscribí en un concurso de poesía y, curiosamente, gané el premio. Así empezó todo este relajo.

Pedro, coméntanos sobre la Generación del 58.

El 19 de mayo de 1958... ¿qué decir? la Asociación Federada del Instituto Nacional (AFIN), a la que yo pertenecía, organizó una marcha multitudinaria a la Presidencia de la República con la consigna 'Más escuelas y menos cuarteles'. La represión fue brutal. Primero cayó un estudiante artesano, José Manuel Araúz. Como era natural, nos atrincheramos en el Instituto Nacional con propósitos insurreccionales. Allí, el 22 de enero, fuimos masacrados. Nos llovieron balas como si la pelea se diera en un villorrio de Vietnam. Murieron 11 estudiantes, la mitad de los que mataron los gringos, más tarde, el 9 de enero de 1964, en un solo día. Ocurre que por esos días el macartismo, anticomunismo, y la Guerra Fría estaban en todo su apogeo, y el ejército estadounidense daba las órdenes en Panamá. Había que encarcelar o matar a todo el que se saliera del tiesto. Después de la catástrofe, derrotados, frustrados, sin explicarnos lo que había pasado, porque éramos peleadores espontáneos, sin ideología orgánica, un grupo de nosotros decidió estudiar en universidades extranjeras, más por razones políticas que anémicas. Yo escogí Chile, otros México o Argentina. Hubo quienes viajaron a Boloña.

En tu manera de entender el mundo intelectual, siempre remarcas el espacio para las ideas o territorio donde crear. ¿Qué me dices sobre eso?

Desde el principio me matriculé con el compromiso social. No concibo la literatura divorciada de la sociedad y de las desigualdades. Soy martiano de raíz y, desde el principio, 'eché mi suerte con los pobres de la tierra'. Consideré que el mundo era un campo de batalla y, en ciertos casos, la literatura no podía ser otra cosa que un arma de guerra.

La cinematografía no es parte de tus estudios, pero el 6 de septiembre de 1972 fundaste el GECU. ¿Por qué decidiste crearlo?

La fundación del GECU se basó en el mismo principio. Más que como arte, lo convertimos en una herramienta para hacer conciencia, para ayudar al pueblo a entender las razones por las cuales era vital para Panamá recuperar el Canal. A mi juicio, las nuevas generaciones no creen que, por aquella época, más de la mitad de los panameños pedía que los gringos no se fueran, porque estaban convencidos de que no podríamos administrar el Canal, y de que si se iban los gringos, nos íbamos a morir de hambre. Nuestro interés era ayudar a los panameños, a través de la imagen en movimiento, a superar ese complejo de inferioridad, porque tenían que tomar su decisión en un plebiscito.

“Cultura es todo, cultura es el hombre”, así me definías en una conversación el término... ¿podrías explicarnos eso?
Un café con Pedro

Yo reflexiono de esta manera: la cultura es el ámbito humano. El hombre por un lado crea la cultura, y por otro, la cultura crea al hombre. No se equivoca quien diga que hombre y cultura son sinónimos, no se los puede separar, porque todo lo que existe, desde el punto de vista humano, es su creación, hasta los dioses. El concepto, la abstracción –exclusiva del hombre– construye una realidad autónoma en relación con la naturaleza y permea todo cuanto existe. El arte es una expresión cultural, nada más.

Pedro, yo pienso que en estos momentos la fragilidad del intelectual panameño se encuentra a la deriva, ¿qué me dices sobre esta afirmación?

¿El intelectual panameño se encuentra a la deriva? Yo diría que la humanidad entera, sin excepción, se encuentra a la deriva; se mantiene al pairo, vive entre la desaparición y fortalecimiento de la Era Antropocéntrica; todo dependerá de la opción que escoja entre todas las ofertas que están sobre la mesa, como diría hace poco un atorrante que gobierna el mundo. Creo que los intelectuales panameños en poco nos diferenciamos de los que habitan todas las regiones del planeta. Vivimos las mismas crisis de valores. Enfrentamos similares desafíos. La globalización es real y nadie puede escapar de sus designios. Por ahora. Ojalá sea por poco tiempo. En el caso panameño, creo que a veces nos excedemos en la cháchara, no porque lo queramos, sino porque entretiene y en la coyuntura, según los pesimistas, no podemos hacer otra cosa. Toda la vida hemos sido los que nos dejamos arrastrar por la ola. Lo que hagamos siempre, va a depender de los que hagan los demás. A eso también podríamos llamarle 'conectividad'. La globalización se da en todos los terrenos. La cultura oficial, la cultura del establishment, a través de los recursos que posee, académicos y mediáticos, empieza a resquebrajarse debido al peso del hambre y las desigualdades. Estamos atrapados en el famoso caos, la incertidumbre es la única certidumbre de la que podemos hablar y el azar (en Panamá la lotería) que nos regale el 'premio mayor'.

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