• 22/11/2020 00:00

Porfiado

A aquellos contra los que tú protestas les importa un pito tu paila porque cuando quieran, ponen a diez mil personas en la calle a favor de ellos

Ahí estaba, solo frente al peligro, pecho afuera, cabeza arriba y el fundillo apretado por el frulo, pero manteniendo el tipo. Muy bien, chaval, me dije a mí misma, así se hace. Heroísmo inútil. Muy aparente, pero absurdo e inútil.

Entonces las voces de Les Luthiers comenzaron a resonar en mi cabeza con la Cantata del Adelantado Don Rodrigo Días de Carreras:

—Don Rodrigo: ¡Mi honra está en juego y de aquí no me muevo!

—Coro: ¡¡¡¡Uuuuuuhhhh!!!!

—Narrador: ¡Firme ante el enemigo! ¡Firme, con valor, firme Don Rodrigo! Y Don Rodrigo... ¡firmó la rendición!

Y entre la lástima y la risa recordé unos juguetes de mi infancia.

Aquí llaman porfiado a lo que yo siempre llamé tentetieso. Tal y como lo define la RAE es un muñeco de materia ligera, o hueco, que lleva un contrapeso en la base semiesférica, y que, movido en cualquier dirección, vuelve siempre a quedar derecho. Puedes golpearlo, tumbarlo, patearlo, y vuelve a su posición inicial con ese gesto falso permanentemente pintado en su rostro.

Alguien que se enroca en su posición y por más que lo golpeen no cambia de parecer ni se da cuenta de su error. Alguien que cree que, cuando le pegan, debe volver a ponerse de pie, pero siempre en el mismo lugar, porque los culpables de que él siempre se caiga son los demás, no él, no su deformidad de fábrica que le impide comprender que, con su peso en la base, no puede avanzar ni moverse a posiciones más ventajosas, los malos son los que lo golpean.

Lo peor es que piensa que lo golpean por sus convicciones y no se da cuenta de que no es más que un juguetito, un mono porfiado al que los infantes maltratan porque es muy divertido ver cómo vuelve a ponerse en pie para que puedas volver a golpearlo. Y no, los ofensores no se dan cuenta de que está mal pegar solo porque tú continúes parándote delante de ellos. Tú no eres Gandhi, solo eres un moscardón insistente, obstinado, empecinado, terco y testarudo. A aquellos contra los que tú protestas les importa un pito tu paila porque cuando quieran, ponen a diez mil personas en la calle a favor de ellos.

Quiero terminar el Aullido de Loba de hoy transcribiendo una entrevista que le hicieron a Robert Graves en el libro Writers at Work: The Paris Review Interviews, editado por 4th Series.

—Usted ha dicho: “No preveo ningún cambio para bien en el mundo sino hasta que todo empeore”. Bueno, ya ha empeorado. ¿Qué podemos hacer al respecto?

—Graves:  Los poetas no pueden hacer marchas de protesta ni cosas por el estilo. Creo que es contra las reglas y que no tiene caso. Si la humanidad quiere una buena explosión final la obtendrá, sin duda. Pero uno no debe protestar contra nada a menos que su protesta tenga un efecto. Las manifestaciones no lo tienen”.

Robert Graves, a quien muchos reconocerán por su Calígula o su Yo, Claudio, es un poeta magistral, inmenso, más grande que su propio nombre. Nadie que pretenda escribir poesía puede no haber leído La Diosa Blanca. Pero no es de eso de lo que quería hablar hoy. Hoy quería traer a colación ese párrafo supraescrito porque fue lo siguiente que se me vino a la mente cuando leí el otro día la noticia del nuevo superhéroe que ha llegado a la ciudad: el Protestón Solitario, con la paila como escudo y el cucharón como arma, vestido de negro. Pobrín.

Él solito frente a cientos de tongos, aguantando el tipo en una manifestación a la que ni siquiera asistió aquel que la había convocado.

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