Entre la selva y los libros

Actualizado
  • 11/12/2020 00:00
Creado
  • 11/12/2020 00:00
La poetisa y escritora Giovanna Benedetti conversa sobre su concepción de la literatura, los efectos que los acontecimientos actuales tienen en ella y las personas que de alguna manera influyeron en el trabajo que ha realizado hasta el momento
Giovanna Benedetti está radicada en España.

Nunca he tratado personalmente a Giovanna Benedetti, pero su obra, diversa, sagaz e inteligente, ha estado siempre presente entre nosotros. Ella es poetisa, narradora y ensayista. Nació en la ciudad de Panamá, República de Panamá. Estudió derecho y ciencias políticas, con especializaciones en derecho de autor y derecho de la cultura.

Ha obtenido en seis ocasiones el Premio Nacional de Literatura Ricardo Miró (máximo galardón literario de Panamá), por su obra narrativa, poética y ensayística. Es, además, Premio Internacional de Periodismo José Martí 1992 (La Habana, Cuba) y miembro correspondiente de la Academia Panameña de la Lengua.

Entre sus obras: La lluvia sobre el fuego (cuentos, 1982); El sótano dos de la cultura (ensayos, 1985); Entonces, ahora y luego (poemario, 1992); Entrada abierta a la mansión cerrada (poemario, 2006); Música para las fieras (poemario, 2016); Vértigo de malabares (cuentos, 2017); Después de los objetos (poesía reunida, 2018-19).

Ha participado en numerosos festivales y encuentros literarios: el 30 Festival Internacional de Poesía de Medellín (2020), el Festival Internacional de Poesía de Curtea d'Arges, Rumanía (2016 y 2019); el Festival Internacional de Poesía de Madrid (2018), el Festival Internacional de Poesía de Salamanca (2019), el Encuentro Hispanoamericano de Escritores en París (2017 y 2019).

Su obra poética, narrativa y ensayística se encuentra parcialmente traducida al inglés, alemán, francés, italiano, portugués, catalán, árabe, ruso, chino y rumano. Es también artista pictórica, escultora ceramista y diseñadora gráfica. Reside desde hace una década en San Lorenzo de El Escorial, Madrid, España.

¿Cómo defines la literatura?

Yo vivo lo literario como un estímulo de redención perpetua. Entiendo la literatura como una suerte de “fármaco” de intervención anímica. Es decir: como una fórmula de proyección de imaginarios y figuraciones, capaz de crear modelos de fijación simbólica, así como espacios y tiempos alternos. Creo, con María Zambrano, en la función de una razón poética, y en la necesidad de percibir el asombro, la extrañeza, la intuición y la magia, como realidades constructivas de la experiencia universal.

Algunas de sus publicaciones
¿Quiénes y qué te marcó en tu formación como escritora?

Crecí –literalmente– entre la selva y los libros. Mi familia vivía en Las Cumbres (por la carretera que cruza el istmo entre las ciudades de Panamá y Colón), lo que quiere decir que yo tenía alrededor la selva tropical y laberíntica, y en casa una biblioteca enorme, repleta de ejemplares novedosos o heredados de mis abuelos paternos, libreros capitalinos de principios del siglo XX. Hasta donde me alcanza la memoria, recuerdo que leía de todo y que escribía ya desde muy niña. En la escuela primaria rellenaba los cuadernos de relatos, poemas y dibujos, y ya en la secundaria, hasta llegué a ganarme un concurso de cuento, en el Instituto Pedagógico, que me entregó Rogelio Sinán. En la adolescencia, viví temporadas largas en Suiza, en Francia y en Washington D.C, y aunque terminé la carrera de derecho y ciencias políticas en la Universidad de Panamá, acabé derivando hacia lo que me parecía más acorde con mis inclinaciones, especializándome en derecho de autor y derecho de la cultura. En Francia y luego en Madrid, tuve el honroso privilegio de tener de mentor y amigo al gran intelectual y poeta panameño don Roque Javier Laurenza, y aunque me llenó de advertencias –bien fundadas y concretas– no dudo en decir que fue él quien me inició en la literatura como disciplina de por vida.

Crees que esta pandemia podría cambiar lo que estamos reflexionando y escribiendo?

Quiero creer que esta pandemia empujará hacia arriba la sensibilidad de las nuevas generaciones. Sería bueno imaginar que la catástrofe que hoy padecemos, obligará a la humanidad a hacer balance del individualismo frente a la responsabilidad social de todos. Pero no lo sé con certeza. Hay un aleteo de incertidumbre y de discordia planeado sobre nuestras cabezas, y todos estamos pagando un precio en soledad. Por lo demás, y de repente, hemos coincidido en el experimento de la plaza virtual, donde estamos creando una suerte de multitud acéfala: un mundo paralelo. Las posibilidades aún no están fijadas. Y nadie sabe lo que ocurrirá; pero ojalá que al reanudarse la “normalidad” –y por encima de los particularismos– demandemos la pertenencia recíproca a una misma especie humana, y nos empeñemos más en el cuidado de nuestra única casa común.

Como poetisa, ensayista y cuentista que eres, ¿qué puede ser el pensamiento crítico hoy?

En este “infierno de lo igual”, que diría Byung-Chul Han, el pensamiento crítico corre el peligro de explotarse a sí mismo y creer que está realizándose. Vivimos en un mundo de “memes”, eslóganes y facturas desinformativas, donde un sinfín de imágenes idénticas desvirtúan los discursos y amañan las inclinaciones. El conocimiento debe seguir dependiendo del pensamiento crítico, por lo que no es infundado el temor de que se devalúe notablemente, si se encuentra comprometido por intereses sesgados y simplificaciones persuasivas. Como escritora y como artista –pero sobre todo como persona social– me asusta la inconsecuencia de estas uniformidades estéticas, y me incomoda sobremanera la indiferencia ante lo trascendente.

Escribir cada libro es una experiencia personal, una aventura, y un riesgo. De tus libros, ¿cuál te quitó el sueño?

Cuando un libro está naciendo, suelo soñarlo con frecuencia. Por el tamiz del desvelo pasan todas mis ocurrencias: allí dan vueltas, se hinchan, sacan pecho o se evaporan. Y es que cada libro trae su abismo e impone sus propios demonios. Entonces, ahora y luego, mi poemario de 1991 se presentó con tal fuerza que, al principio, me costó acostumbrarme al espesor de sus imágenes. Recuerdo que me solía internar en él a ratos y de a poquito, hasta que lo fui reconociendo, y me atreví a poetizar en letra propia las figuraciones mitológicas y ancestrales que me proponía. Al final, no fue tanto que me quitara el sueño, sino que me permitió soñar otras vigilias hasta ese instante dormidas. El último de mis libros de cuentos, Vértigo de malabares, tuvo también una gestación muy intensa. Apareció de golpe, se me metió en el cuerpo: me internó en un laberinto repleto de oscuridades y me hizo lidiar con espectros, cambiadores de piel, teramorfistas, artistas del trapecio y personajes que limitan con el vacío y las tinieblas. Lo literario tiene eso: te hace vivir la noche y soñar allí otros desvelos.

Su trabajo ha sido premiado.
¿Qué estás leyendo ahora mismo?

Estoy leyendo una maravilla: El infinito en un junco: la invención de los libros en el mundo antiguo, de Irene Vallejo (Siruela, 2019), que acaba de alzarse, aquí en España, con el Premio Nacional de Ensayo y también con el de Ojo Crítico de Narrativa. Es una lectura de esas que desvelan: que llevan a cruzar umbrales, abrir puertas, subir escaleras y saltar por encima de lo acostumbrado. Bellamente escrito y editado, esta obra es un recorrido deslumbrante por la historia de los libros en el mundo clásico. Lo estoy disfrutando como tiene que ser, como una vieja “ratona de biblioteca”, y no puedo sino recomendarlo con entusiasmo y fascinación.

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