' El éter de los espartanos'

Actualizado
  • 25/06/2022 00:00
Creado
  • 25/06/2022 00:00
La historia de la fallida inmigración de cosacos rusos al Perú, vía Panamá, tuvo los componentes de una dramática novela

“Independientemente del lugar en que me entierren, mi alma, antes de presentarme ante el juicio de Dios, volará por el cielo ruso de un extremo a otro, de Irkutsk, donde nací, hasta Novorossíisk, desde donde para siempre abandoné mi Patria... en 1920” (Nikolái Gutsalenko,1975, cosaco radicado en Perú durante cincuenta y cinco años).

Llevado por el convencimiento de que el mestizaje fortalece las sociedades multiétnicas y las preparaba mejor para afrontar los desafíos del mundo multidimensional que empezaba a perfilarse después de la Primera Guerra Mundial, el presidente peruano Augusto B. Leguía impulsó, con resultados variables, la inmigración china, japonesa y rusa hacia la tierra de los incas.

Si bien se pueden relatar historias de éxito e inclusión sobre las dos primeras, la historia de la fallida inmigración de cosacos rusos al Perú, vía Panamá, tuvo los componentes de una dramática novela. Concluida la guerra civil que enfrentó a bolcheviques y zaristas, miles de cosacos partidarios del extinto zar Nicolas II abandonaron su tierra natal y se dirigieron a Europa desde donde buscaron establecerse en otras latitudes del globo.

La investigadora española Sala i Vila (2001) menciona el tema en el contexto del desarrollo del movimiento campesino y de la propiedad en Apurímac a principios del siglo XX pero es el periodista Kosichov (2015) quien brinda una primera versión de los hechos. Afirma que el empresario ruso Vasili Korolévich tenía un contrato con el Gobierno peruano para facilitar el ingreso gradual -en tres años- de dos mil cosacos.

Esta figura escapa a los cánones con los que la autoridad peruana trabajaba el tema migratorio en la década de los '20 ya que se recurría a mecanismos de Gobierno a Gobierno con una intensa participación consular.

Si se tiene en cuenta que el Perú no tuvo relaciones diplomáticas con la URSS sino hasta 1971, es posible especular que para el caso cosaco se haya hecho una excepción y se optase por un intermediario comercial (Sala i Vila,2001).

Ochenta cosacos, dieciséis mujeres y nueve niños conducidos por el general Iván Pavlichenko, héroe de las derrotadas fuerzas zaristas, aceptaron el desafío de instalarse en la sierra peruana en la región minera de Apurímac para establecer una colonia agrícola similar a la que setenta años antes un grupo más numerosos de agricultores tiroleses había establecido en la ceja de selva del valle del Pozuzo, más al norte del proyectado emplazamiento ruso de quince mil hectáreas.

En junio de 1929, vía Panamá, a bordo del vapor “Oroya II” de la “Pacific Steam Navigation Company” arribó el grupo de inmigrantes cosacos al puerto de El Callao que fue recibido con toda pompa por el propio presidente Leguía. Pavlichenko agradeció las muestras de calidez del Gobierno y de la población limeña ofreciendo un espectáculo ecuestre que cautivó a todos.

Mientras Pavlichenko y un selecto grupo de caballistas permaneció en la capital para recaudar dinero realizando varias presentaciones artísticas folklóricas, el grueso de cosacos se dirigió hacia el río Apurímac, región a la que llegaron en temporada de lluvias, poco apropiada para la tarea que deseaban emprender. Aislados, enfermos de paludismo (ARAy, Prefectura, Leg. 65, Oficio Dr. Cavero, 19.6.1930) y casi sin bastimentos, el grupo sobrevivió esa primera temporada gracias a la ayuda de los monjes franciscanos residentes en la zona. Desesperados por su condición, los colonos cosacos se quejaron a Pavlichenko quien, versado en cultura griega y bizantina, los arengó diciéndoles que debían perseverar como “el éter de los espartanos”.

En la temporada siguiente, la seca, los cosacos recibieron dinero, aperos de labranza y semillas enviadas por el Gobierno de Lima. Y es en ese momento en que las cosas parecían mejorar que se produce un hecho que la historia no ha podido esclarecer con precisión.

Se desata una disputa entre Pavlichenko y Korolévich acerca del contrato de colonización, el segundo teme un incumplimiento por parte del primero y pide la intervención de la fuerza pública (ARAy, Prefectura, Leg. 66, Tambo, 1930).

El destacamento policial peruano -conducido por un Sargento Mayor de apellido Carlín- actuó con rudeza, detuvo a todo el grupo y lo llevó preso a la ciudad de Ayacucho, distante 157 kilómetros. Estalló el escándalo político, era junio de 1930 (Sala i Vila,2001). Se intentó entonces su reubicación en la irrigación La Esperanza (Kapsoli, 1987, citado por Sala i Vila,2001) pero sin éxito. Una segunda colonia de cosacos que buscó establecerse en Marcapata en el Cuzco también fracasa (Salazar Orfila,1930).

En agosto de 1930, el coronel Sánchez Cerro dio un Golpe de Estado en el Perú derrocando al presidente Leguía, con lo que la colonización cosaca pasó a segundo plano. La crisis económica del '29 impactó duramente al país lo que convenció a Pavlichenko que era necesario buscar nuevos horizontes. Las mujeres cosacas compusieron una triste melodía de despedida que empezaba con “…Allí, en Perú, en los bosques tropicales, expiró el espíritu cosaco” (Museo Kubán,citado por Kosichov,2015).

Probaron suerte en Chile, Argentina y Uruguay donde también les ofrecieron tierras para colonizar, pero fue finalmente en Brasil (1933) donde los cosacos se establecieron. Se instalaron cerca de Sao Paulo y llegaron a constituir una comunidad de 800 personas. Pavlichenko murió en 1961 rodeado del respeto de sus paisanos que finalmente fueron absorbidos por la cultura carioca.

Como anécdota final, es gracias a Pavlichenko y su grupo que la cocina vernacular rusa se conoció en el Perú. Su particular manera de preparar la ensalada de papa con verduras y beterraga fue incorporada a la hoy exquisita gastronomía peruana, denominándola “ensalada rusa”.

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