Miguel Iturrado: el virtuoso violinista panameño del siglo XIX

Actualizado
  • 28/05/2023 00:00
Creado
  • 28/05/2023 00:00
El musicólogo y compositor panameño, Samuel Robles, ha comenzado a reconstruir el rico ambiente cultural del Istmo durante el siglo XIX, a través de un violinista apodado 'el Paganini panameño'
Samuel Robles investigador permanente del Centro de Investigaciones Históricas, Antropológicas y Culturales de Panamá.

Samuel Robles —lo reconoce él mismo en tono de broma—, está obsesionado con el siglo XIX panameño. Y lo está porque, como musicólogo y compositor, se cansó de leer sobre aquel período histórico como un siglo caracterizado por el abandono y la indiferencia política de Santa Fe; abandono e indiferencia que, desde la historiografía dominante, explica y justifica los repetidos intentos de separación de Colombia.

El problema con este enfoque histórico es que se concentró tanto en las convulsiones políticas, tanto en los anhelos liberales y económicos, que en el camino propició la construcción de un imaginario istmeño pobre y decadente desde la perspectiva cultural. “Yo no niego que había un clima político bastante volátil; no niego que había un olvido por parte de Santa Fe; no niego que muchas de las cosas en las que se ha concentrado la historiografía hayan existido… Lo que sí niego es que haya habido un panorama pobre de cultura y arte, porque hay amplia evidencia de lo contrario”, sostiene, en una entrevista realizada en las instalaciones del Arco Chato, en Casco Viejo.

Así que el interés de Robles por la cultura y el arte del istmo de Panamá durante el siglo XIX empezó por ser terco, terquísimo —tal como dicen los versos que escribió la poeta Diana Morán, allá por 1985—, frente a las versiones unívocas de la realidad social panameña durante este periodo. Y ante esta realidad quiso entonces investigar sobre el violín para recobrar la memoria histórica cultural, y desde el violín llegó a un personaje llamado Miguel Iturrado, cuya historia será contada más adelante.

“Obviamente no éramos Londres ni París, pero sí había mucho más de lo que se ha reconocido”, agrega Robles. “Existen gotas de luz de personas que han mencionado la riqueza cultural del Istmo en el siglo XIX, pero siempre alrededor de los forasteros, de los franceses, de la construcción del Canal de Panamá… Pero teníamos esa riqueza antes de todo eso, a pesar de eso e indistintamente de eso”, recalca.

Miguel Iturrado: el virtuoso violinista panameño del siglo XIX
Anuncios en diarios y crónicas de viajeros

Para tener un primer vistazo de la vida cultural istmeña durante el siglo XIX, Robles fue a la Biblioteca Nacional de Colombia y consultó los ejemplares microfilmados de El Panameño, el periódico en español de mayor circulación entre los años 1840 y 1860. La enorme cantidad de anuncios de eventos culturales que se publicaban —teatro, música, conciertos en casas, al aire libre, compañías de circo, de acróbatas locales, clases de pintura y música—, le confirmaron pronto sus sospechas. “Aquí había un ambiente cultural bastante importante y esas son cosas que no encuentras en La Estrella de Panamá, que viene desde esa misma época”, explica.

Otra fuente importante son las crónicas de los viajeros que pasaban por el Istmo y describen lo que hallaban: un viajero francés de apellido Auger, por ejemplo, estaba en el pueblo de Cruces y se encontró con el entierro de un niño que, al principio, pensó que se trataba de una fiesta. “La razón por la que él pensaba que era una fiesta es que la procesión estaba encabezada por unos músicos que cantaban canciones alegres, entre los cuales estaba un violinista acompañado de guitarras”.

Auger se quedó una temporada en el Istmo porque perdió su conexión de viaje. Mientras esperaba una nueva conexión, tomó la costumbre de ir a la iglesia Catedral todas las tardes, porque allí había música de violín y coro de mujeres. “Seguro era un servicio de vísperas, la hora canónica que es más pública. Lo interesante de Auger es que nos dice que había un violinista tocando dentro de la iglesia, y ese es el tipo de cosas que hemos olvidado”.

De hecho, lo que se suele recordar, como se mencionó al principio, es la convulsión política y el desmadre social con el que también podían encontrarse los viajeros, versiones de nuestro pasado decimonónico que se cimentaron como imagen única y que responden, de alguna forma, a la visión racista de esos viajeros: “Pensamos que solamente había muchos bares y peleas, que sacaron a gente de sus casas para usarlas de hoteles (por la creciente necesidad de alojamiento por la Fiebre del Oro, por ejemplo). Esas cosas pasaban, pero también es cierto que esa gente necesitaba entretenerse”, insiste Robles, ya totalmente imbuido en el relato de sus investigaciones.

Otro viajero, estadounidense e inversionista, llamado Theodore Johnson, es otro de esos personajes que pintan el panorama cultural de la época: en el hotel donde se hospedaba, contó, había música en vivo tres veces a la semana, y la música la describe “de alto nivel y calidad”, y que el violinista que tocaba “era uno de los mejores que había escuchado”.

¿Quién era ese violinista que tanto había deslumbrado al señor Johnson?

El 'Paganini' panameño

Para precisar: estamos a mediados del siglo XIX. Por Panamá pasaban miles de viajeros. El ferrocarril está por construirse. Según Robles, el violinista que ha escuchado Johnson es Miguel Iturrado, y el investigador está casi seguro de que el violinista al que se refería Auger era el mismo. Ya para este tiempo Iturrado aparecía en los periódicos “porque era muy famoso, apreciado por la gente”, lo que demuestra que en el Istmo había cultura musical. “Nadie se convierte en uno de los mejores músicos de la noche a la mañana”, recalca.

Tan famoso era que, de acuerdo con las investigaciones del musicólogo, Iturrado también era director de orquesta en los muchos circos itinerantes que llegaban a la ciudad, en celebraciones patrióticas, en los bailes de sociedad. Tocaba valses, polcas, contradanzas, ritmos populares entre los viajeros estadounidenses, en una época en la que los bailes eran espacios importantes de movilidad. ¿Por qué? Porque tras la independencia de 1821, muchos pardos y otros segmentos de la población que no podían acceder a los altos mandos militares, de pronto accedieron y, con ello, entraron también a estos espacios.

“Iturrado era protagonista de todos estos movimientos y estos cambios. Era el más destacado, el músico del que la gente más hablaba. Vivía de eso y vivía bien. En 1868 cobraba dos dólares americanos por hora, una entrada bastante cómoda”, detalla Robles.

Otra persona que hace referencia a Iturrado es Jenny White. Conocedora de la música, gran cantante, ejecutora del piano y del órgano, acostumbrada al lujo de la ciudad de Nueva York, White se establece en Panamá porque se casó con un comerciante acaudalado de la ciudad de Santiago de Veraguas, de apellido Del Bal.

Un día fue invitada a un evento en honor al cónsul de Perú en Panamá, “y en ese evento ella describe un gran baile… Un baile exactamente igual como en la ciudad de Nueva York, con el mismo esplendor, la misma comida, pero se concentra sobre todo en la música, una música maravillosa… Y describe la orquesta que estaba a cargo de un gran violinista al que le decían Paganini”.

En efecto, su fama era tanta y su talento tan destacado, que en algún momento lo bautizaron como el “Paganini panameño”, haciendo referencia al compositor italiano Niccolò Paganini (1782-1840), considerado como un gran virtuoso en la ejecución del violín. De hecho, esto empezó a ocurrir a partir de 1848, apenas ocho años después de la muerte del compositor italiano. “Eso indica dos cosas: que el tipo tenía que haber sido bueno; y que aquí en Panamá la gente sabía quién era Paganini”, enfatiza Robles.

La primera vez que Robles se topó con el nombre de Iturrado fue en un artículo escrito en 1915 por el músico y diplomático panameño, Narciso Garay. Allí no solamente afirma que Iturrado era el mismo al que le decían “Paganini”, sino que además cuenta que su abuela costeaba las novenas en la iglesia La Merced, y que Iturrado, junto a otros músicos, se encargaba de tocar la música allí.

De hecho, fue esa primera relación entre el nombre y el apodo la que le abrió las puertas de la investigación, porque a partir de allí fue posible ir reuniendo las piezas que le permiten afirmar hoy que el siglo XIX istmeño fue rico desde lo cultural, que el amplio repertorio para violín existente, anotado a partir de la segunda década del siglo XX (de Artemio de Jesús Córdova, Francisco “Chico Purio” Ramírez, Clímaco Batista, Abraham Vergara) fue producto de esa rica herencia decimonónica, y que esa herencia tiene muchos orígenes e influencias que todavía requieren más investigación para entender cómo ocurrió todo.

Iturrado falleció en 1879 y recibió un “entierro de cruz alta, gratuito”. El tipo de entierro es importante porque, explica Robles, “las únicas personas que podían pagar esto eran las personas con mucho dinero”, por los costos de los golpes de campana, el acompañamiento de los presbíteros, el ataúd, las velas y otra serie de ritos, servicios y parafernalia religiosa incluidos en esta clase de funeral. El hecho de que la Iglesia haya ofrecido todos estos servicios sin cobrar implica que era una persona vinculada con la institución.

“Él venía enfermo desde hace tiempo e incluso se le hizo un evento con acróbatas y música meses antes de que muriera, para reunir dinero. Se había gastado todo atendiéndose y llevaba tiempo sin trabajar por la enfermedad”, comenta Robles.

Pero Iturrado es apenas una de las aristas de las investigaciones que, sobre el violín y la cultura musical panameña, realiza Robles. La profundización en la vida de este personaje del siglo XIX y del movimiento cultural del que fue parte guarda relación con lo que ha venido a llamar “La Escuela de Azuero”, y la influencia de esta escuela en la construcción de la identidad nacional.

En esta línea, en febrero de 2023, se publicó en Fronteiras: Revista Catarinense de História, un estudio titulado “Las transcripciones de Narciso Garay y la construcción de un paisaje musical panameño en el siglo XX”, en el que Robles analiza las citas que los compositores panameños Alberto Galimany, Roque Cordero y Eduardo Charpentier hicieron de la obra Tradiciones y cantares de Panamá (1930), de Garay, la influencia que tuvo en la construcción de la identidad, y cómo esta noción de “lo panameño” repercutió en las siguientes generaciones de compositores. Pero esta, como se ve, es otra historia.

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