El papa Francisco en su liturgia penitencial tocó el corazón de los jóvenes

Actualizado
  • 25/01/2019 13:00
Creado
  • 25/01/2019 13:00
'¡No Todo no ha terminado!, porque tenés un propósito grande' dijo el papa a los jóvenes

En horas de la mañana el papa Francisco celebró una ceremonia religiosa en el Centro Cumplimiento de Jóvenes y Menores Infractores de Pacora, al Este de Panamá. Esta fue la primera liturgia penitencial que realiza el Sumo Pontífice en Panamá

El papa se reunió con los jóvenes que se encuentran en la institución y que por su condición de detenidos, no pueden salir a las actividades porpias de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), allí escuchó las confesiones de varios de los jóvenes recluidos en el centro.

El mismo papa solicitó asistir a un centro de detención de menores infractores para conversar con quienes no pueden asistir a la JMJ.

Luis, un joven de 21 años, privado de libertad narró su testimonio ante el papa, a quien agradeció por su presencia y su mensaje de amor, fe y esperanza, a la vez pidió perdón a Dios y agradeció por brindar segundas oportunidades para transformar las vidas de los jóvenes sin importar su pasado.

'Mi vida ha sido difícil' expresó el joven. reconció que causó daño muy profundo a un ser querido y a él mismo con su comportamiento. No imagine que lo que hacía tendría consecuencias graves, dijo el joven que aparecio en cadena nacional de televisión de espaldas para proteger su identidad.

En este centro se realizaron doce confesiones, de las cuales el papa Francisco hizo al menos tres, mientras que las otras las hizo el arzobispo de Panamá, José Domingo Ulloa y el Capellán del centro penal.

Para esta actividad fueron escogidos 150 jóvenes de los distintos centros a nivel nacional; 80 son de ese Centro de Cumplimiento de Pacora, quienes fueron inscritos como peregrinos de la JMJ.

En el centro hay al menos 167 detenidos menores de edad, detenidos por diversas causas, muchos de los cuales no profesan ninguna y algunos de los cuales son de otras denominaciones cristianos, pero que igual participaron en la ceremonia que ofició el papa Francisco.

Estás fueron las palabras del papa Francisco en la misa:

«Este recibe a los pecadores y come con ellos» acabamos de escuchar al inicio del evangelio (Lc 15,2). Es lo que murmuraban algunos fariseos y escribas bastante escandalizados y molestos con el comportamiento de Jesús.

Con esa expresión pretendían descalificarlo y desvalorizarlo delante de todos, pero lo único que consiguieron fue señalar una de sus actitudes más comunes y distintiva: «este recibe a los pecadores y come con ellos».

Jesús no tiene miedo de acercarse a aquellos que, por un sinfín de razones, cargaban sobre sus espaldas con el odio social como eran los publicanos ―recordemos que los publicanos se enriquecían en base a saquear a su mismo pueblo; ellos provocaban mucha pero mucha indignación― o con el peso de sus culpas, errores o equivocaciones como los así llamados pecadores. Lo hace porque sabe que en el cielo hay más fiesta por un solo pecador convertido que por noventa y nueve justos que no necesitan conversión (cf. Lc 15,7).

Mientras ellos se limitaban tan solo a murmurar o indignarse coartando y cerrando así todo tipo de cambio, conversión e inserción, Jesús se acerca, se compromete, pone en juego su reputación e invita siempre a mirar un horizonte capaz de hacer nueva la vida y la historia. Dos miradas bien diferentes que se contraponen. Una mirada estéril e infecunda ―la de la murmuración y el chisme― y otra que invita a la transformación y conversión ―la del Señor.
La mirada de la murmuración y el chisme

Muchos no toleran y no les gusta esta opción de Jesús, es más, entre dientes al principio y con gritos al final, manifiestan su disgusto buscando desacreditar su comportamiento y el de todos aquellos que están con él. No aceptan y rechazan esta opción de estar cerca y ofrecer nuevas oportunidades. Con la vida de la gente parece más fácil poner rótulos y etiquetas que congelan y estigmatizan no solo el pasado sino también el presente y el futuro de las personas. Rótulos que, en definitiva, lo único que logran es dividir: acá están
los buenos y allá están los malos; acá los justos y allá los pecadores.
Esta actitud contamina todo porque levanta un muro invisible que hace creer que marginando, separando o aislando se resolverán mágicamente todos los problemas. Y cuando una sociedad o comunidad se permite esto y lo único que hace es cuchichear y murmurar, entra en un círculo vicioso de divisiones, reproches y condenas; entra en una actitud social de marginación, exclusión y de una confrontación tal que le hace decir irresponsablemente como Caifás: «Conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca
la nación entera» (Jn 11,50). Y normalmente el hilo se corta por la parte más fina: la de los más débiles e indefensos.

Qué dolor genera ver cuando una sociedad concentra sus energías más en murmurar e indignarse que en luchar y luchar para crear oportunidades y transformación.
La mirada de la conversión

En cambio, todo el evangelio está marcado por esta otra mirada que no es nada más y nada menos que la que nace del corazón de Dios. El Señor quiere hacer fiesta cuando ve a sus hijos que retornan a casa.

Amigos: Cada uno de nosotros es mucho más que sus rótulos. Así Jesús nos lo enseña e invita a creer.
Su mirada nos desafía a pedir y buscar ayuda para transitar los caminos de la superación. Hay veces que la murmuración parece ganar, pero no la crean, no la escuchen. Busquen y escuchen las voces que impulsan a mirar hacia delante y no las que los tiran abajo.
La alegría y la esperanza del cristiano ―de todos nosotros, también del Papa― nace de haber experimentado alguna vez esta mirada de Dios que nos dice: vos sos parte de mi familia y no puedo dejarte a la intemperie, no puedo perderte en el camino, estoy aquí contigo. ¿Aquí? Sí, aquí. Es haber sentido como lo compartiste vos, Luis, que en aquellos momentos que parecía que todo se había acabado algo te dijo: ¡No! Todo no ha terminado, porque tenés un propósito grande que te permite comprender que el Padre Dios estaba y está con todos nosotros y nos regala personas con las que caminar y ayudarnos a alcanzar nuevas metas.

Una sociedad se enferma cuando no es capaz de hacer fiesta por la transformación de sus hijos, una comunidad se enferma cuando vive de la murmuración aplastante, condenatoria e insensible. Una sociedad es fecunda cuando logra generar dinámicas capaces de incluir e integrar, de hacerse cargo y luchar para crear oportunidades y alternativas que den nuevas posibilidades a sus hijos, cuando se ocupa en crear futuro con comunidad, educación y trabajo. Y si bien puede experimentar la impotencia de no saber el cómo, no
se rinde y lo vuelve a intentar. Todos tenemos que ayudarnos para aprender, en comunidad, a encontrar estos caminos. Es una alianza que tenemos que animarnos a realizar: ustedes, chicos, los responsables de la custodia y las autoridades del Centro y del Ministerio, y sus familias, así como los agentes de Pastoral.
Todos, peleen y peleen para encontrar y buscar los caminos de inserción y transformación.

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