Así lo confirmó el viceminsitro de Finanzas, Fausto Fernández, a La Estrella de Panamá
- 21/05/2020 00:00
Desde muy niño, jugué fútbol en parques con muy pocos paseantes, en calles peligrosamente transitadas por vehículos de tendencias asesinas, que debíamos esquivar mientras jugábamos, en playas donde el mar era un límite más de la cancha de arena. Lo que no teníamos ni por asomo, era público, aunque a veces algún transeúnte distraído se fijaba en nuestras evoluciones iniciáticas. Eran partidos muy divertidos y feroces. Ninguno de nosotros, los anónimos protagonistas, aflojaba o perdía intensidad por no contar con la presencia de un público que nos acompañase con alientos amistosos o insultantes groserías.

Digo esto, no para minimizar el factor público en el fútbol profesional. Apenas intento contrarrestar las opiniones más radicales y dramáticas de aquellos que se oponen a la reapertura del fútbol, mientras no haya público.
Creo que todos comprendemos que la participación del público es esencial en un espectáculo deportivo. Pero aquí de lo que se trata es de salvar un deporte, peligrosamente asomado a los múltiples abismos de sus propias imperfecciones, taras y peligros. Reanudación equivale a salvación. Sin duda, está lejos de ser perfecta. Pero es un paso hacia delante. Y no es cualquier paso. Es gigantesco.
Sé que muchos dudaban de la intensidad de estos primeros partidos del retorno. Muy cierto es que los jugadores venían acumulando ciertos niveles de óxido por tanta inactividad. Pero la fuerza interior de los jugadores, no tembló. Uno juega, en primer lugar, motivado por sí mismo y no por el clamor de una tribuna. Es verdad que la comunión con el público multiplica las sensaciones participativas y de pertenencia que son esenciales en el fútbol de antes y de ahora. Pero para los que hemos sufrido la abstinencia futbolera, cortesía del Covid-19, resultó un profundo alivio participar, aunque sea a distancia, de este retorno. Es cierto: sin gritos de gol atronadores ni cálidos abrazos de festejo. Quizás el retorno no estaba completo, pero resultó reconfortante y suficiente.

En el primer fin de semana, me tocó ver el clásico de la cuenca del Ruhr, el partido más interesante de la fecha de la Bundesliga que congregaba al Borussia Dortmund y al Schalke 04. Faltaba la emoción de las tribunas, especialmente notoria en la liga que recibe mayor afluencia de espectadores en el mundo. La Bundesliga posee un clima popular y un sistema político-administrativo, que alienta la participación de los hinchas en el desarrollo de cada club. Y ellos no estaban.
Por eso, evidentemente había una profunda extrañeza frente al vacío general de las tribunas y los funcionarios inevitablemente enmascarados. Los jugadores, algunos menos oxidados que otros, salieron a la cancha a competir, haciendo lo que mejor saben. El partido nunca defraudó. El silencio no opacó la superioridad del Dortmund, ni su juego implacable y efectivo. Bajo un cielo muy nublado, el estadio más grande de Alemania se veía imponente, aun en medio del vacío. Sus gradas desnudas, su silencio insólito, la ausencia de la imponente inundación amarilla de las gradas. Todo advertía de una novedosa circunstancia. Había en el ambiente, una sensación acaso de temor, una expectativa inusual e inusitada. Era el día inaugural de un nuevo experimento. ¿El resultado de esta prueba? Más allá de las torpezas primerizas, quedó demostrado que el espíritu del fútbol mantiene muy viva una fuerza inclaudicable. Lejos de los diversos extrañamientos producidos por las nuevas circunstancias del fútbol, lo esencial permaneció. En el campo, el Dortmund fue mucho mejor y el resultado de 4-0 es una viva demostración de ello. Las combinaciones de los atacantes amarillos, su despliegue, el talento de gran conductor de Brandt, la calidad indiscutible de Haaland, que después del partido declaró: “Al final, fútbol es fútbol. Hoy nos hemos divertido”. Cada uno de los factores mencionados sirvieron para normalizar lo extravagante, para producir la proximidad cálida de lo conocido y reconocido, en medio de circunstancias que parecían salidas de otro mundo.
Y mientras el fútbol retornaba en Alemania, en el resto de Europa el regreso futbolero continuaba sus avances con algunos tropezones. La Premier League ha ido corrigiendo las entorpecedoras diferencias entre los clubes, y ya tiene una ruta mucho más clara. Los clubes aprobaron por unanimidad el estricto protocolo de 40 páginas, desarrollado por la liga, y ya hay luz verde para arrancar la primera fase de entrenamientos en pequeños grupos. Ahora toca definir la fecha inaugural del regreso de la Premier League. Originalmente se pensó en el 12 de junio, pero quizás se trate de una fecha algo optimista y tengamos que esperar un poco más. En España se avanza con rapidez y ya los equipos ingresaron en la fase 3 del protocolo. Esto implica que grupos de hasta 10 jugadores pueden participar en ejercicios colectivos. Italia permanece inmersa en la cautela. Se busca flexibilizar un drástico protocolo que por ahora parece muy difícil de cumplir. En Escocia, el desenlace ha sido aún más radical. La liga escocesa quedó suspendida, pero a diferencia de la holandesa, que finalizó en un vacío sin campeón ni equipos descendidos, en Escocia se votó en favor de darle el título al Celtic (que tenía 13 puntos de ventaja) generando, además, el descenso del Hearts, equipo de Edimburgo. Sin dudarlo ni un segundo, desde los oscuros sótanos de la segunda división, el Hearts ya ha amenazado con reclamar formalmente, y si esto no fructifica, planean recurrir a los tribunales.
Ya lo ves. El fútbol sigue su imparable ruta del retorno. Muchas cosas pueden haber cambiado, pero el espíritu es el mismo. Cuando el árbitro pitó el final del Dortmund-Schalke, Hummels, capitán, símbolo y roca primordial del equipo vencedor, llamó a sus compañeros para colocarse frente al fondo que habitualmente llenan los hinchas más acérrimos del Dortmund. Los jugadores formaron una línea y levantaron los brazos en un gesto conmovedor hacia aquellos que faltaban. Un forma de reconocer la presencia inclaudicable y esencial de quienes no estaban allí.