Cuando Hungría cambió la historia

Actualizado
  • 19/11/2020 00:00
Creado
  • 19/11/2020 00:00
Fue un equipo glorioso. La selección nacional de Hungría fue una genuina pionera, cambió la manera de jugar y en el camino ganó un torneo olímpico; tuvo el mayor promedio de goles en un mundial y fue parte de la derrota más dramática en la historia de los campeonatos del mundo. A partir de aquel momento, nadie, ni los propios húngaros, volvería a ser el mismo

Es inevitable. Cada cierto tiempo, al mundo del fútbol (sea institucional, periodístico o simplemente pasional) le surge la necesidad de definir “cuál fue el mejor partido de la historia”. Como si alguien hubiera podido presenciar todos los partidos jugados en todas las épocas y lugares, antes de tomar una decisión. Pero igual insisten. Hubo un tiempo que se mencionaba el Italia vs. Alemania del mundial México 1970 como mejor partido de la historia. Eso tendría algún sentido, si el equivalente a mejor partido fueran noventa minutos de tedio total, matizados por dos tiempos extra de muchos goles y emociones trepidantes.

El llamado Equipo de Oro dejaba de existir. Desaparecía su extraordinaria expresión futbolística.

Hace poco años, la UEFA hizo una encuesta para definir cuál era el mejor partido jugado en suelos europeos a lo largo de su historia. El vencedor resultó uno del torneo que hoy es la Champions League. Lo jugaron el Ajax y el Bayern Munich. La victoria del Ajax, por 4-0, delata que el partido fue una genuina masacre. Pero anterior a este enfrentamiento, fue otra la masacre que también fue considerada como el mejor partido de la historia. Se trató de la primera victoria sufrida por la poderosa Inglaterra en el suelo sagrado de Wembley. No fue una paliza cualquiera. Hungría llegó a Londres con el título olímpico bajo el brazo para retar a los ingleses, orgullosos inventores del fútbol. No podía ser en otro estadio. Wembley, inaugurado en 1923, era la inexpugnable fortaleza del fútbol de Inglaterra. Hungría mantenía un invicto legendario en competencias y amistosos. Su poderío innovador, la belleza plástica de su juego, su incalculable fuerza ofensiva, eran sus mejores avales.

El partido se pactó para el 25 de noviembre de 1953. Con la clásica falta de imaginación que tantas veces contamina el deporte, el partido, antes de jugarse, ya había sido bautizado como el partido del siglo.

Fue una genuina exhibición del equipo húngaro. No solo por la belleza de su juego, sino por la sísmica transformación táctica que se expresó a través de su fútbol. Esa tarde irrumpieron con fuerza devastadora los primeros pasos del lo que muchos años después se llamaría fútbol total. Para Inglaterra, que apenas jugaba con equipos de fuera de la isla desde hacía muy pocos años, y que vivía sumida en la superioridad del inventor, la golpiza recibida le abrió los ojos y de paso la bajó de las alturas, devolviéndola de golpe a tierra. El fútbol acababa de ser reinventado.

El partido trascendía largamente el concepto de amistoso. Era en realidad un desafío, en el que pese al invicto que acumulaba Hungría de 24 partidos sin perder, el favorito en las apuestas era Inglaterra.

El resultado final fue de 6-3 a favor de Hungría. Con gran fluidez en ataque, fantasía expresada a gran velocidad y una inagotable vocación ofensiva, los húngaros destrozaron a Inglaterra, desconcertando a sus rivales con audaces cambios posicionales y movimientos sorpresivos que no hicieron más que aturdir a los anfitriones. Al primer minuto ya tenían un gol en su cuenta. Hidegkuti hizo un triplete personal, después de retrasarse para funcionar como el armador de los ataques húngaros, desconcertando de paso a su marcador, mientras lo obligaba a perseguirlo a lo largo y ancho de la cancha y se convertía en el primer “falso nueve” de la historia.

Inglaterra se esforzó, pero no logró ni siquiera amenazar a los visitantes. De hecho, el marcador pudo haber sido muchísimo más abultado. Hungría disparó 35 veces al arco (varios de sus misiles se estrellaron en los palos), mientras sus rivales lo hicieron en apenas 7 ocasiones.

Meses más tarde, Inglaterra, con el orgullo magullado, pidió la revancha en Budapest. El resultado no fue muy distinto. En esta ocasión, Hungría venció con un brutal 7-1. Hungría estableció ese día su dominio definitivo en Europa, siendo catalogada con el tiempo como una de las mejores selecciones de la historia. Solo la posterior invasión de la URSS acabó con aquel once legendario.

Pero antes estuvo el mundial de 1954, al que Hungría llegó como favorito absoluto. A lo largo del torneo, las diferencias entre los húngaros y sus rivales parecían ridículas. El promedio de goles de Hungría en esa copa, llegó a 5.4 por partido.

Todo marchaba sin problemas, hasta llegar a la final, bautizada luego como el Milagro de Berna. El rival era Alemania, que ya había sido vencido por Hungría durante la fase de grupos por un categórico 8-3. En esa final pasó de todo. Extrañas decisiones arbitrales, jeringas sospechosas encontradas después del partido, un gol decisivo de Puskas, anulado por un fuera de juego inexistente, jugadores lesionados en el campo que no podían ser reemplazados porque las reglas de la época no lo permitían. A los 8 minutos, Hungría estaba en ventaja 2-0. Pero luego del pitazo final, los tenaces alemanes le habían dado la vuelta y vencían 3-2.

Al igual que ocurrió con Brasil en el mundial de 1950, Hungría había deslumbrado, pero era un campeón sin corona. Se dijo de todo. En Hungría hubo quienes acusaron a los jugadores de venderse, y hubo graves amenazas de violencia.

Pero la estocada final llegaría en 1956. En octubre de ese año estalló una revolución popular en Hungría, reprimida por feroces tanques soviéticos que invadieron el país. Mientras los tanques invasores se internaban en Hungría, los dos equipos principales, el Honved y el MTK que nutrían a la selección con sus talentos, estaban fuera del país. Cuando la Unión Soviética aplastó la insurrección, selló el destino del fútbol de Hungría. El desarrollo deportivo quedó interrumpido. Sus mayores estrellas no regresaron. Kocsis firmó por el Barcelona, mientras el portentoso Puskas lo hacía con el Real Madrid, y terminaría jugando para la selección española en el mundial de 1962. El llamado Equipo de Oro dejaba de existir. Desaparecía su extraordinaria expresión futbolística. Su magia había sido sofocada. Moría así un equipo revolucionario, aquel que dio los primeros pasos para cambiar el lenguaje del fútbol. Y lo hizo para siempre.

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