2020: un año para no olvidar

  • 31/12/2020 00:00
Esperemos que no haya muchos años más así. 2020 fue un año atípico, extravagante, peligroso y dramático. Un año en el que vivimos inmersos en situaciones de alto riesgo y circunstancias trágicas. Y el fútbol no fue ajeno a ello
Fútbol y pandemia

Fueron apenas dos meses, pero el tiempo que no tuvimos fútbol pareció arrastrarse a lo largo de un siglo entero. El retorno fue extraño, por las nuevas convenciones. Pero también fue emocionante porque supo devolvernos a la intensa participación del deporte que queremos tanto. Alemania fue el comienzo. Un comienzo peculiar e inolvidable.

La pandemia marcó la hoja de ruta mundial del deporte y del fútbol, que se han visto notablemente afectados.

Creo que todos comprendemos que la participación del público es esencial en un espectáculo deportivo. Pero el retorno del fútbol sin gente en las tribunas, significó la salvación de un deporte peligrosamente asomado a los múltiples abismos de sus propias imperfecciones, taras y peligros. La reanudación significó la salvación. Sin duda, estuvo lejos de ser perfecta. Pero fue un paso adelante. Y no cualquier paso. Fue uno gigantesco.

Aquellos que dudaban de la intensidad de estos primeros partidos del retorno se encontraron con jugadores que venían acumulando ciertos niveles de óxido por tanta inactividad. Pero la fuerza interior de los jugadores, no tembló. Uno juega, en primer lugar, motivado por sí mismo y no por el clamor de una tribuna. Es verdad que la comunión con el público multiplica las sensaciones participativas y de pertenencia que son esenciales en el fútbol de antes y de ahora. Pero para los que sufrimos la abstinencia futbolera, cortesía de la covid-19, resultó un profundo alivio participar, aunque sea a distancia, de este retorno.

En el primer fin de semana me tocó ver el clásico de la cuenca del Ruhr, el partido más interesante de la fecha de la Bundesliga que congregaba al Borussia Dortmund y al Schalke 04. Faltaba la emoción de las tribunas, especialmente notoria en la liga que recibe mayor afluencia de espectadores en el mundo. La Bundesliga posee un clima popular y un sistema político-administrativo que alienta la participación de los hinchas en el desarrollo de cada club. Y ellos no estaban.

Pero cuando el árbitro pitó el final del Dortmund-Schalke, Mats Hummels, capitán, símbolo y roca primordial del equipo vencedor, llamó a sus compañeros para colocarse frente al fondo que habitualmente llenan los hinchas más acérrimos del Dortmund. Los jugadores formaron una línea y levantaron los brazos en un gesto conmovedor hacia el público invisible, hacia aquellos que faltaban. Una forma de reconocer la presencia inclaudicable y esencial de quienes no podían estar allí, compartiendo el rito deportivo.

Para muchos, la pandemia ha funcionado y continúa funcionando como advertencia. La industria del fútbol, el negocio del fútbol juega demasiado cerca del abismo. Estamos todos advertidos.

La muerte de Maradona

Con la muerte de Maradona el fútbol perdió a uno de sus últimos dioses paganos. Maradona fue un ídolo falible al que Eduardo Galeano definió como “el más humano de los dioses”.

A lo largo de sus seis décadas de vida, Maradona recorrió todos los caminos posibles. De la miseria a los millones. De la gloria deportiva al infierno de las adicciones. Del afecto incondicional y multitudinario de sus ardientes seguidores al más tenso aislamiento.

Con la muerte de Diego se fuga la capacidad de sorprender. Se marcha el genio al servicio del alma popular. Se apaga el espíritu del potrero alimentado por la más profunda pasión y por el placer futbolero en estado puro.

Carismático y genial como muy pocos, Maradona tocó lo más alto con su indomable grandeza deportiva. Y cayó hasta lo más hondo por sus incontables derrotas personales. Fue genial e imperfecto. Un ídolo tan luminoso como turbio. Tan amado como despreciado. Su fabulosa presencia, que desde ahora extrañamos, significó un fulgor intenso y contradictorio; tanto como la vida misma.

Barça, el final de una época

El año 2020 fue testigo del final de un ciclo glorioso para el Fútbol Club Barcelona y para el fútbol mundial. Lamentablemente, la edad de oro del Barcelona se clausura de la peor manera, con una gran inoperancia administrativa, una aguda crisis financiera y un descalabro deportivo de extraordinarias dimensiones. La nefasta planificación de la más reciente directiva, sus fallos en política económica, sus irregulares y extravagantes decisiones, precipitaron el desenlace de la manera más terrible.

Si buscásemos un punto de inflexión, este podría ser la venta de Neymar al PSG. Es cierto que Neymar quiso largarse y que resultó imposible impedirlo. Pero la búsqueda de un reemplazo se multiplicó por tres (Dembelé, Coutinho y Griezman), que costaron una monstruosidad y jamás rindieron ni un tercio de lo esperado. La plantilla del Barcelona es corta, veterana y carísima (de hecho la más cara del mundo futbolístico en el pago de salarios). En parte, gracias a los sueldos extravagantes, y por supuesto en una situación desfalleciente acrecentada por la pandemia, se fueron creando agujeros económicos, y la única idea para paliarlos fue vender a jugadores de la cantera, al precio que fuera. De esta manera se fue debilitando la profundidad del equipo, además de eliminar la competencia interna entre consagrados y aspirantes, que al final es una clave esencial para ostentar un equipo competitivo y rico en talentos y opciones.

Finalmente el ahora expresidente Bartomeu se vio forzado a renunciar. Todavía estamos esperando que pronuncie las dos palabras mágicas en cualquiera de los desaguisados del club: “me equivoqué”.

Y mientras esto ocurría, Leo Messi primero expresaba su hastío exigiendo marcharse del club, para poco después aceptar que le tocaba quedarse por razones económicas y legales. Pero cuando termine esta temporada, el ídolo argentino deberá decidir si continúa con los blaugrana o cambia de aires buscando un nuevo destino.

En los 6 años 9 meses y 4 días correspondientes a la gestión de Bartomeu, el Barça ganó 13 títulos (una cifra considerable, aunque nada espectacular si consideramos la historia reciente del club). Pero en el proceso consumió a cinco entrenadores (Tata Martino, Luis Enrique, Valverde, Setién y ahora dejó a Koeman, el quinto, en el mando). También devoró a cinco directores deportivos (Zubizarreta, Robert Martínez, Pepe Segura, Abidal y dejó a Planes como responsable actual). Además, durante su gestión renunciaron once directivos, de los cuales seis eran vicepresidentes. Así, se agotó, se rindió y se largó Bartomeu. Dejando la caja registradora del Barça sin un centavo y un plantel con salarios excesivos que devoran el 70% del presupuesto del club, el cual, además, debe lidiar con la crisis suscitada por la pandemia.

Bayern Munich, el equipo del año

Por sexta vez, el poderoso Bayern Munich se consagró campeón de Europa. Además, por segunda ocasión en su historia, obtuvo el trébol (Champions League, Liga alemana, Copa alemana). Su triunfo en la Champions contabilizó solamente victorias, once a lo largo de once partidos jugados, con una abismal diferencia de goles en su favor, 43-8, a lo largo del torneo. Mediante un fútbol de elevado nivel físico, atractivas cualidades asociativas y extraordinaria eficacia (apenas cuatro derrotas durante la temporada de Bundesliga, incluyendo el período crítico que llevó al relevo de entrenador), el Bayern volvió a inscribir su nombre entre los más grandes de la historia del fútbol europeo. Hans-Dieter Flick llegó en la jornada once de la Bundesliga y desde el primer minuto supo imponer su criterio y su visión. Recuperar a Müller fue más que acertado, lo mismo que incorporar a Kimmich como eje en el centro del campo. La sensación que dejó el Bayern es que sus jugadores son ajenos al cansancio. Presionaban con la misma intensidad en el minuto 4 y en el 88. Eso fue parte de su expresión vertiginosa y del dominio zonal que ejercieron en cada partido. La profundidad del plantel muniqués es una suma de envidiables recursos que pocos clubes pueden emular. El Bayern es un club que sabe renovarse sin mayores dramatismos. Lo hace de manera gradual y poco traumática. Jugadores con poco tiempo en el club, como Goretzka, Gnabry o Davis se fueron situando en el equipo, pero dejaban la sensación de llevar años acomodados a los lenguajes deportivos del Bayern. El club alemán calibra muy bien el valor de sus veteranos y lo combina armónicamente con el ímpetu de los recién llegados. El proceso se siente de manera natural, sin presiones innecesarias, mientras los más nuevos y los veteranos se ajustan y complementan de un modo completamente orgánico. Si bien la fuerza futbolística del Bayern reside en su infatigable espíritu colectivo, el nombre de Joshua Kimmich es precisamente una de las piedras angulares de este poderío grupal, y una demostración viva de cómo un jugador puede simbolizar la suma de las virtudes de un equipo. La versatilidad, la capacidad atlética, la disciplina táctica han convertido a Kimmich en un jugador indispensable. En el centro del campo del Bayern es puro músculo y dinámica junto a Goretzka. Y cuando le toca jugar de lateral derecho es dueño de un asombroso ida y vuelta que garantiza la dinámica del equipo por ese costado. Lo cierto es que la adaptabilidad de Kimmich lo ha convertido en un jugador indispensable. El Bayern, un clásico europeo, se tomó siete años para volver a lo más alto de la Champions. Y lo hizo de manera ejemplar. Su voluntad feroz, su capacidad estratégica, su insaciable apetito de títulos, lo convierten en un equipo temible, que todavía tiene mucho más que dar.

Racismo, la lucha interminable

En ocasiones, el deporte se ve dignificado por sus practicantes, o incluso por sus dirigentes. Son momentos especiales en los que mucho más allá de gestas y resultados, de habilidades y polémicas, los protagonistas del mundo deportivo son capaces de manifestar solidaridad y empatía con los menos privilegiados, los perseguidos, los amenazados, los eliminados.

La muerte a manos de un policía del ciudadano afroamericano George Floyd desató la ira popular en Estados Unidos. Y los ecos de las voces multiplicadas en miles de manifestaciones llegaron hasta el fútbol. A veces nuestro deporte parece habitar en una burbuja alejada de las realidades más acuciantes del mundo. Pero existen situaciones que revientan la burbuja y obligan a la reflexión y a la acción. Y mientras las ciudades estadounidenses ardían de indignación, y el entonces presidente de ese país azuzaba la polarización y los enfrentamientos, el mundo del fútbol operó como una modesta aunque poderosa caja de resonancia de esta crítica situación.

Cuatro jóvenes jugadores de la liga alemana, manifestaron su posición antirracista con clara lucidez. Un inglés (Jadon Sancho), un estadounidense (McKennie), un francés (Thuram) y un marroquí (Achraf Hakimi) dejaron de lado, al menos por un momento, sus respectivos estatus de jóvenes estrellas del deporte, para mostrar un rostro más esencial, solidario y humano. Los cuatro tienen orígenes en lugares permeados por diferentes niveles de racismo. En un principio, la liga alemana advirtió que investigaría cada caso (existen normas que impiden a los jugadores mostrar mensajes políticos, religiosos o personales en sus indumentarias) y ejecutaría las sanciones que ameritasen. Pero algunos de los mayores directivos de la propia liga ya admitieron su solidaridad y comprensión hacia los jugadores.

Hasta la FIFA se manifestó, también en defensa de los jugadores, sugiriendo a la liga alemana que no incurriera en castigos o sanciones: “La FIFA se ha expresado en repetidas ocasiones para estar resueltamente en contra del racismo y la discriminación de cualquier tipo y recientemente ha reforzado sus propias normas disciplinarias con el fin de ayudar a erradicar tales comportamientos”.

Para aquellos que constantemente intentan deslindar la política del deporte, esta situación nos recordó que el deporte está entrelazado vitalmente con la política, al igual que el resto de actividades humanas. Así, mientras las protestas se multiplicaban en cada ciudad estadounidense, el deporte alzó su voz dignificada contra la violencia racista. Leyendas del baloncesto como Michael Jordan o Kareem Abdul Jabbar se levantaron como lúcidos y feroces portavoces del cambio.

Fueron particularmente emocionantes algunas imágenes de los entrenamientos del Liverpool y Chelsea, mientras se preparaban para el retorno de la Premier League. En ellas, los jugadores del Liverpool se retrataron con una rodilla hincada a lo Kapernick, formando un círculo de unidad; mientras los del Chelsea formaban una H enorme, representando la palabra humano. Incluso Nike, empresa que tiene desarrollado un agudo sentido de sintonía con las masas, y que participa activamente en las luchas contra el racismo, ha generado un nuevo video en el que cambiaron su tradicional lema “Just Do It” por un inesperado “Don't Do It”. En el video se podía leer: “Por una vez, 'no lo hagas'. No finjas que no hay un problema. No mires a otra parte. No aceptes que nos roben vidas inocentes. No pongas más excusas. No creas que esto no te afecta. No vuelvas a sentarte en silencio. No creas que tú no puedes ser parte del cambio. Seamos todos parte del cambio”.

Feliz 2021.

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