El mito del ‘cansancio de la guerra’

Actualizado
  • 08/09/2013 02:00
Creado
  • 08/09/2013 02:00
Q uizás la frase más engañosa en el debate sobre Siria se refiera al ‘cansancio de la guerra’. Los norteamericanos, dicen comentaristas ...

Q uizás la frase más engañosa en el debate sobre Siria se refiera al ‘cansancio de la guerra’. Los norteamericanos, dicen comentaristas y políticos de todo el espectro político, están agotados por una década de luchas en Irak y Afganistán, con episodios en Libia y Yemen. ¿Ahora Siria? ¿Cuándo va a parar? Los norteamericanos deben estar cansados.

Exactamente ¿de qué?

La verdad es que para la mayoría de los norteamericanos el constante combate no ha impuesto cargas, no ha requerido sacrificios ni ha involucrado trastornos. Es cierto, el dinero gastado ha sido considerable. Entre 2001 y 2012, según cálculos de la Oficina de Presupuesto del Congreso (CBO, por sus siglas en inglés), las guerras de Irak y Afganistán, junto con operaciones relativas a ellas, costaron 1.4 mil millones de dólares. Aunque esa cantidad es alzada incluso para estándares de Washington, empalidece si se la compara con el gasto federal total y la producción económica total. Entre 2001 y 2012, los gastos federales sumaron 33.3 mil millones de dólares; las guerras representaron un 4% de esa suma. En el mismo período, la economía norteamericana produjo 163 mil millones de dólares en productos y servicios. Los gastos de la guerra representaron nueve décimos de un 1% de esa cantidad.

Y lo que es igualmente importante, nunca se impuso un impuesto especial para pagar los costos de la guerra. Éstos se agregaron simplemente al déficit presupuestario, de manera que pocos norteamericanos, si es que los hubo, sufrieron una pérdida de ingresos. Es dudoso que muchos gastos gubernamentales fueran desplazados por las guerras.

El mayor costo, por supuesto, es el de los norteamericanos que murieron y los que sufrieron heridas, tanto físicas como mentales, que modificaron sus vidas. Hasta el 3 de septiembre, el Pentágono contó 4,489 muertes en Irak y 2,266 en Afganistán, incluyendo algunos civiles norteamericanos. A esas cifras deben agregarse miles de individuos con heridas serias. Hasta septiembre de 2011, según la CBO, 740,000 veteranos de Irak y Afganistán recibieron tratamiento en la Administración de Salud para Veteranos. En un estudio de los veteranos tratados entre 2004 y 2009, la CBO halló que el 21% fue diagnosticado con trastornos de estrés post-traumático; un 2%, con lesiones traumáticas cerebrales y un 5% con amabas cosas.

Un minúsculo sector de los norteamericanos, los que se incorporaron a las fuerzas armadas, más sus familias y amigos cercanos, es el que padeció el dolor, sufrimiento, tristeza y angustia de éstas y otras pérdidas. No hubo conscripción. No hubo un sacrificio compartido, como lo hubo en la Segunda Guerra Mundial, en Corea y (en menor medida) incluso en Vietnam. Los que han realizado esos sacrificios tienen derecho a sentirse ‘cansados’. En el caso del resto de nosotros, es auto-indulgencia.

Lo que muchos norteamericanos parecen querer decir con ‘cansados’ es ‘frustrados’. Están frustrados y desilusionados de que tanta lucha, durante tantos años, no haya producido los claros beneficios psicológicos y estratégicos de la ‘victoria’. Para otros, la lección es más severa: Estas incursiones militares fueron un derroche y, en muchos aspectos, han hecho más mal que bien. De cualquier manera, hay una impaciencia generalizada con nuestros compromisos, cuando a menudo se requiere paciencia para el éxito.

Para que sea útil, el debate de Siria debe abarcar asuntos mayores. Estados Unidos no puede ser la policía del mundo. No puede rectificar todos los males ni encarar todas las atrocidades. No puede imponer ‘el estilo de vida norteamericano’ ni sus valores sobre pueblos diversos, que tienen sus propios estilos de vida y valores. Pero Estados Unidos no es Mónaco. Desde la Segunda Guerra Mundial, hemos asumido una responsabilidad considerable por el orden internacional. Lo hemos hecho no tanto por idealismo sino por interés propio.

La lección mayor de esa guerra fue que la abstinencia norteamericana de la escena global finalmente contribuyó a una tragedia global de la que no pudimos mantenernos alejados.

Esa lección perdura. Pero carece de base firme en la opinión pública. La mayoría de los miembros de la generación de la Segunda Guerra Mundial han fallecido. Su experiencia es ahora una abstracción. La nueva aplicación de una vieja doctrina a menudo sufre de descuido y conveniencia —a veces demasiado entusiasmo, a veces demasiado poco.

Tenemos un interés general en un orden global estable. Para expresar un caso obvio: No puede convenir a nuestros intereses (ni a los del mundo) que Irán adquiera armas nucleares.

Cualquiera sea la decisión sobre Siria, debe surgir de un razonamiento claro sobre nuestros intereses nacionales para que obtenga un apoyo público mayor.

El peor resultado sería una retirada justificada sólo por una sensación exagerada y artificial de ‘cansancio de la guerra’.

LA COLUMNA DE ROBERT J. SAMUELSON

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