Déficit de la familia, una realidad en la época moderna

Actualizado
  • 26/10/2014 03:00
Creado
  • 26/10/2014 03:00
El porcentaje de las personas que ha decidido no casarse ha caído de 12% a 5%

Nosotros, los norteamericanos, creemos en el progreso y, sin embargo, el progreso es a menudo una navaja de doble filo.

Los beneficios y las aventuras del cambio a menudo compiten con sus defectos y trastornos, dejándonos en una nebulosa de ambigüedad y dudas sobre el resultado final. Pocos temas ilustran mejor este fenómeno que la decadencia del matrimonio, como lo demuestra Isabel Sawhill en su aleccionador libro, ‘Generation Unbound: Drifting into Sex and Parenthood without Marriage’.

Hasta los que saben que el matrimonio está cuesta abajo —supuestamente la mayoría de nosotros— pueden sorprenderse por el alcance de su decadencia. Un poco de historia es útil. Para los norteamericanos que llegaron a la adultez en la década de 1950, la expectativa era que la mayoría se casaría. Era parte de la estructura de principios de la sociedad. Y la mayoría lo hacía. Ahora esas poderosas presiones sociales se han desvanecido y, para muchos, han desparecido.

Consideremos lo siguiente. En 1960, sólo un 12% de los adultos entre 25 y 34 años no se había casado nunca; para cuando alcanzaron entre 45 y 54 años, la porción de los nunca casados había caído a un 5%. En 2010, el 47% de los norteamericanos de entre 25 y 34 años nunca se había casado. Sobre la base de las actuales tendencias, ese grupo aún será de un 25% cuando ellos tengan entre 45 y 54 años, calcula el Pew Research Center.

El poder que tenía el matrimonio en el pensamiento y la conducta de la clase media comenzó a debilitarse en la década de 1960 con las pastillas anticonceptivas, la publicación de ‘The Feminine Mystique’, de Betty Friedan —un ataque contra los papeles tradicionales de la mujer de limpieza de la casa y cuidado de los niños— y la gradual liberalización de las leyes de divorcio.

La expansión resultante de las opciones personales ha sido pasmosa. Esas leyes de divorcio liberalizadas han liberado a millones de hombres y mujeres de matrimonios insatisfactorios y abusivos. (Entre 1960 y 1980, la tasa de divorcio se elevó casi un 150 por ciento; desde entonces ha revertido casi la mitad de ese aumento.) Los tabúes contra el sexo y la convivencia pre-matrimoniales prácticamente han desaparecido. Como también lo ha hecho el estigma del nacimiento fuera del matrimonio o, para las parejas casadas, el de no tener hijos. Con más oportunidades laborales, las mujeres han inundado el mercado laboral..

Naturalmente, hubo una reacción negativa. Estos cambios generaron nuevo descontento. Balancear la vida del hogar y el trabajo es estresante y a veces provoca culpa. Tanto a los hombres como a las mujeres les preocupa no dedicar tiempo suficiente a sus hijos y/o su trabajo. Las mujeres se resienten cuando los hombres no hacen lo suficiente en la casa, aunque hacen mucho más de lo que antes hacían. En 1965, las esposas pasaban casi siete veces más de tiempo en el cuidado de la casa y de los hijos que los hombres; ahora las mujeres sólo pasan el doble, mientras los hombres aún pasan más tiempo en el trabajo.

La fuga del matrimonio quizás haya impactado también la felicidad personal. Sawhill cita lo siguiente de un respetado estudio: ‘las mujeres y los hombres casados viven más; tienen menos probabilidades de estar incapacitados. ... Tienen mejores relaciones sexuales que los no-casados y tienen menos probabilidades de sentirse solos’.

Pero el mayor costo social de la disminución de los matrimonios se centra en los hijos. ‘Las nuevas opciones para los adultos,’ escribe Sawhill, ‘en general no han ayudado al bienestar de los hijos’.

Las familias de un solo progenitor se han multiplicado.

En 1950, constituían el 7% de las familias con hijos menores de 18 años; para 2013, constituían el 31%. Además el cambio no fue aislado. La porción era de un 27% entre los blancos, 34% entre los hispanos y 62% entre los afroamericanos. Al dañar el desarrollo emocional e intelectual de los niños, la expansión de las opciones de los adultos podría haber reducido el bienestar colectivo de la sociedad.

No es que todas las familias de un solo padre sean malas y todas las de dos padres sean buenas (recalca Sawhill repetidamente). Pero la ventaja yace en el enfoque que puede proporcionar a los hijos más apoyo económico y atención personal. Dos cheques de bajos ingresos, o dos personas para escucharle a uno, son mejores que una.

Con un colega, Sawhill simuló el efecto que hubiera causado en la actualidad el mantenimiento de las tasas de matrimonio de 1970. El resultado fue que la tasa de pobreza infantil habría caído en alrededor de un 20% —un ‘enorme efecto’ comparado con la mayoría de los programas gubernamentales.

Existen otros problemas. Los comentaristas sociales Jonathan Rauch y Charles Murray, entre otros, han alegado que el casamiento se está convirtiendo en ‘la gran división de clases’, mientras los graduados universitarios siguen casándose, las parejas menos educadas no lo hacen. Más del 40% de los nacimientos ocurren ahora entre no-casados. Algunas de estas madres, dice Sawhill, tendrán múltiples compañeros y someterán a sus hijos ‘a un grado de caos en cuanto a relaciones e inestabilidad que es difícil comprender’.

Sawhill duda que los liberales o conservadores tengan remedios viables para estos problemas. Más servicios sociales (los liberales) podrían resultar ‘muy costosos’ e ignorar la máxima de Bill Clinton: ‘Los gobiernos no crían a los hijos, los padres lo hacen’. Revivir el matrimonio (conservadores) supone —de manera poco realista, dice Sawhill— que muchas normas anti-matrimonio pueden revertirse. La preferencia de Sawhill es que las mujeres jóvenes usen anticonceptivos para impedir embarazos no deseados. Eso también parece una expresión de deseos.

Junto con el déficit presupuestario, tenemos un déficit familiar. Explica cierta pobreza obcecada y nuestras frustraciones al combatirla. Aprendimos que lo que proveen las buenas familias no puede obtenerse fácilmente en otras partes. Para la nación, éste es el déficit más importante.

ECONOMISTA

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