El legado (tentativo) de Barack Obama

Actualizado
  • 15/01/2017 01:00
Creado
  • 15/01/2017 01:00
. Ante una parálisis política, Obama recurrió a medidas y reglamentaciones ejecutivas

Es demasiado pronto para formar un juicio final sobre la presidencia de Obama. Todo lo que se dice sobre su ‘legado' pasa por alto dos realidades obvias. La importancia de Obama dependerá, en gran medida, de hechos que aun no han tenido lugar (para empezar, el destino del acuerdo nuclear con Irán) y comparaciones, para mejor o para peor, con su sucesor. Aún así, es posible realizar algunas observaciones tentativas.

Tal como escribí anteriormente, el gran logro de su gobierno fue, en el primer año, estabilizar una economía en colapso y evitar una segunda Gran Depresión. Incluso ahora, sólo ocho años después del hecho, mucha gente se olvida de la naturaleza horrorosa de la caída. El desempleo aumentaba aproximadamente en 700,000 u 800,000 desempleados al mes. Nadie sabía cuándo se detendría la espiral descendente.

En medio de esa turbulencia, Obama fue un modelo de calma y confianza. Las políticas que adoptó —varios paquetes económicos de estímulo, apoyo a la Reserva Federal, rescate de la industria automotriz, contención del sistema bancario— fueron las que la economía necesitaba, aunque no fueran perfectas en todos sus detalles. Aunque la recuperación siguiente fue decepcionante, no se sabe si otra persona podría haber logrado algo mejor.

Si Obama no hubiera hecho nada más, rescatar la economía le aseguraba una presidencia exitosa. Pero hizo otras cosas, y no debemos olvidar la importancia de tener a un afroamericano como presidente de la nación.

Aún así, su gestión más amplia es variada. Creo que se le reconocerá el mérito de Obamacare, independientemente de la forma en que Donald Trump y los republicanos lo modifiquen. Se presentará el argumento, correcto en mi opinión, de que la expansión de la cobertura del seguro a aproximadamente 20 millones de norteamericanos nunca se habría producido si Obama no la hubiera colocado como máxima prioridad.

Eso no significa que promover Obamacare fuera universalmente sensato. No resolvió el problema de los costos altos de la salud, y agravó la polarización política. También parece ser un producto de la ambición personal, que refleja el deseo de Obama de ser recordado como el presidente liberal que finalmente logró cobertura universal. En realidad, incluso después de los 20 millones, se calcula que hubo 28 millones de individuos sin cobertura en 2016, según el National Center for Health Statistics.

Algunos de los mayores contratiempos de Obama son bien conocidos. Uno de ellos es encarar una sociedad que envejece. Como escribí repetidamente, la creciente población de gente mayor distorsiona las prioridades gubernamentales, porque el Seguro Social, Medicare y Medicaid (que cubre los cuidados de los hogares de ancianos) dominan cada vez más el presupuesto federal, desplazando otros programas y agrandando el déficit presupuestario.

Obama nunca atacó el problema enérgicamente, porque hacerlo habría ofendido a su base política liberal. Al no hacerlo, fue imposible obtener importantes concesiones de los republicanos en el aumento fiscal. Otros fallos similares plagaron el problema de la inmigración y del cambio climático. Ante una parálisis política, Obama recurrió a medidas y reglamentaciones ejecutivas. El gobierno de Trump probablemente revoque muchas de ellas.

Lo que le faltó a Obama es la capacidad de inspirar temor y respeto, lo que ayuda a explicar por qué a menudo su política exterior no fue suficiente —Siria es el mejor, aunque no el único, ejemplo. Pocos presidentes adoraron sus palabras tanto como Obama. Para dar un ejemplo: Su discurso de despedida fue de 50 minutos; el promedio de otros siete presidentes posteriores a la Segunda Guerra Mundial fue 18 minutos, según el Wall Street Journal.

No sólo adoró sus palabras, sino que les asignó más poder del que tenían. A veces, pareció tratar la Casa Blanca como un seminario de escuela de postgrado, en el que él era el más inteligente de la sala y, por lo tanto, merecía prevalecer. En conferencias de prensa, dio respuestas largas y enrevesadas, llenas de sutilezas que quizás impresionaran a las elites políticas y mediáticas—pero que no lograron cambiar demasiado la opinión pública.

Nuestro gobierno se ha convertido en un sistema casi parlamentario. Las propuestas controvertidas son apoyadas y combatidas principalmente, o exclusivamente, por un partido o el otro. Es un desarrollo negativo. Fortalece a los extremos de ambos partidos, que tienen el poder de veto. Desalienta el compromiso y alienta la parálisis. La legislación que produce a menudo es aceptable para los partidarios pero menos para la clase media más amplia, lo que socava la fe de la población en el gobierno.

La pregunta que deben hacerse los historiadores es si Obama contribuyó a este sistema disfuncional o si fue víctima de él. Obama no pudo lograr una relación de trabajo con los republicanos del Congreso. ¿Fue eso debido, como sostiene la Casa Blanca, a que los republicanos fueron inamovibles en sus posiciones partidarias? ¿O fue Obama cómplice, porque sus propias coacciones partidarias le dejaron poco espacio para maniobrar. Quizás sean ambas cosas.

En esta época de juicios instantáneos, el verdadero veredicto de Obama está a años de distancia.

ANALISTA DE WASHINGTON POST WRITERS GROUP

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