Francia y el ‘Sarkogate’

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Actualizado
  • 06/07/2014 02:00
Creado
  • 06/07/2014 02:00
En un hecho sin precedentes, el expresidente francés Nicolas Sarkozy fue detenido en una comisaría durante casi 24 horas

A Sarkozy le gustan las cámaras. Desde que llegó a la Alcaldía de la ciudad de Neuilly, cuando tenía apenas 28 años, las andanzas de este político francés han sido un verdadero reality show .

En muchos casos, él mismo se ha encargado de poner su vida en escena, como cuando invitó a un enjambre de periodistas a verlo cortejar a su actual esposa, la cantante Carla Bruni, pocos meses después de que lo dejara su primera mujer.

La semana pasada, sin embargo, este amante de los medios de comunicación hizo todo lo posible por evitar los flash y los micrófonos, que solo lograron retratarlo desde lejos o entre las brumas de los vidrios oscurecidos de su Citroën. La imagen era impactante, pues al hombre que había pasado toda una década en el centro de los reflectores no le había quedado más remedio que esconderse de ellos.

Las razones de ese ocultamiento son excepcionales y han desatado una verdadera tormenta política en su país. El martes pasado, para sorpresa de todos, ese exjefe de Estado francés fue citado a primera hora por el Tribunal de Nanterre, especializado en infracciones fiscales y financieras, donde fue detenido hasta la madrugada del miércoles para que declarara sobre un caso del que es el protagonista.

Sarkozy, que el próximo enero cumple 60 años, solo abandonó las instalaciones tras declarar ante las dos juezas que llevan su caso.

La atención que se le ha prestado al caso, justo al principio de las vacaciones de mitad de año, cuando el país galo entra en un sopor estival, está plenamente justificada, pues los cargos que se le imputan al exmandatario son graves y podrían incluso acarrear su muerte política. Según informó la Fiscalía, a Sarkozy se le acusa de ‘corrupción activa’, ‘tráfico activo de influencia’ y ‘encubrimiento de violación del secreto profesional’, una serie de delitos que, según el Código Penal francés, podrían llevarlo a pasar hasta diez años en la cárcel y tener que pagar una multa de 200,000 dólares, un castigo al que se podría añadir la privación de los derechos civiles y cívicos, la prohibición de ejercer una función pública o una profesión, e incluso su exclusión de las listas electorales.

LA CUENTAS PENDIENTES

Aunque la sanción puede parecer severa, la mala hora de Sarkozy no surge de la nada. Los cargos que se le imputaron la semana pasada se originan en uno de los múltiples procesos penales que el expresidente ha acumulado: la financiación de su campaña de 2007 por parte del exdictador libio Muamar el Gadafi. En el marco de ese proceso, los teléfonos de Sarkozy y de su abogado, Thierry Herzog, fueron intervenidos a principios de este año.

Esas escuchas fueron claves para revelar toda una serie de hechos inquietantes, como que ambos conocían al dedillo el estado de los procesos en su contra en la Corte de Casación (el tribunal de mayor jerarquía de Francia), e incluso que eran conscientes de ser escuchados. De ahí la discreta compra de dos teléfonos celulares prepago, por los cuales se comunicaban usando llamativos apodos: Sarkozy era por ejemplo el señor ‘Paul Bismuth’.

Según la versión que llevó a las juezas a inculparlo, el abogado Herzog estuvo en contacto con dos magistrados de dicha Corte, que le habrían entregado información confidencial sobre el affaire Bettencourt, otro de los casos que tienen en apuros al exmandatario. En concreto, a cambio de su ayuda, se sospecha que el magistrado Gilbert Azibert, quien también ha sido acusado por los delitos que se le imputan a Sarkozy y a su abogado, esperaba contar con el apoyo del expresidente para que lo nombraran en un alto cargo en el principado de Mónaco.

La reacción del expresidente y de sus partidarios fue airada y llena de reproches hacia los jueces y la izquierda, actualmente en el poder. El miércoles pasado, tras más de dos años de no dar entrevistas, Sarkozy recibió a dos periodistas de la cadena TF1 , y contraatacó denunciando una ‘grotesca’ instrumentalización de la Justicia, que todo se hizo para tergiversar su imagen y que decidirá a finales de agosto si regresa o no a la política.

No es en todo caso el regreso con el que Sarkozy había soñado. Paradójicamente, el contexto podría ser propicio, pues la popularidad de la izquierda registra récords negativos, con el presidente Hollande liderando la mala racha de los socialistas (78 por ciento de imagen negativa) sin olvidar la paliza que su partido recibió en las pasadas elecciones europeas. Pero a Sarkozy el pueblo tampoco parece extrañarlo, como lo indica una popularidad del 32 por ciento, que es la misma con la que dejó el poder en mayo de 2012. Su imagen saliendo del tribunal en la madrugada como un delincuente tampoco ayuda a su perfil de trabajador imparable.

‘TERMINATOR’ Y EL PODER

Sin embargo, no en vano la prensa de su país lo ha comparado con el personaje de Terminator, ‘que al final siempre termina vivo’, pues como el Ave Fénix Sarkozy ha sabido en más de una ocasión renacer de sus cenizas.

Como le dijo a SEMANA Dominique Reynié, director de la Fundación para la Innovación Política, ‘en este momento no es posible conocer las consecuencias del proceso contra Sarkozy, quien podría verse definitivamente apartado de la competencia política o, por el contrario, salir considerablemente reforzado’.

Sin embargo, sean ciertas o no las acusaciones contra Sarkozy e independientemente de cómo terminen las cosas, a corto plazo la detención del expresidente favorece sobre todo a la ultraderchista Marine Le Pen, quien ha esgrimido con éxito la consigna ‘Todos podridos’ para referirse a los políticos de los partidos tradicionales.

Como le dijo a esta revista Madani Cheufra, el secretario general del Centro de Investigaciones Políticas del Instituto de Estudios Políticos, el Sarkogate pone de manifiesto ‘la distancia creciente entre las elites políticas y la población y acentúa la sensación entre los electores de que los responsables políticos no tienen nadie ni nada que los controle’. Y en efecto, además de las cámaras, Sarkozy parece tener otra adicción: el poder.

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