Diplomacia 'bacanal' y la metástasis iliberal

Actualizado
  • 07/10/2022 00:00
Creado
  • 07/10/2022 00:00
El 2 de octubre, el Gobierno de EE.UU. de Joe Biden liberó a los “narcosobrinos” del dictador Nicolás Maduro, quienes cumplían sentencia en EE.UU. desde 2017
La visión de Estado del gobierno democrático de EE.UU. ha sido un faro de luz guía en la tormenta de revoluciones políticas a nivel internacional.

El secretario de Estado de EE.UU., Antony Blinken, culminó su gira por tres países de la Alianza del Pacífico (Colombia, Chile y Perú) en Lima, Perú, con su participación en la Asamblea General de la Organización de Estados Americanos (OEA). La presencia del jefe de la diplomacia estadounidense y sus homólogos en Lima pinta un panorama político muy distinto a la reunión extraordinaria de la OEA en Lima en 2001. El 11 de septiembre de 2001, Collin Powell, que en paz descanse, una figura imponente no solo por su estatura y porte militar sino por su trayectoria, se reunió con sus homólogos en Lima, a pesar de que las torres gemelas aún ardían, para firmar el compromiso compartido de los líderes de la región: la Carta Democrática Interamericana. En medio de un ataque, los aliados de EE.UU. en la región reforzaron su compromiso por los principios de la democracia. Dos décadas después, Antony Blinken, un desinspirador profesional de carrera diplomática, negocia con un exguerrillero, un rondero comunista, un líder estudiantil y hasta un narcodictador el futuro de la gobernabilidad de la región. En menos de dos semanas, el Gobierno de EE.UU. negoció con la dictadura de Maduro (Venezuela), transó una nueva estrategia sobre el narcotráfico con Gustavo Petro (Colombia), y dio un necesitado espaldarazo a los asediados gobiernos de Gabriel Boric (Chile) y Pedro Castillo (Perú). El nuevo rumbo de las relaciones diplomáticas de la región apunta hacia el final definitivo de la era liberal en el hemisferio.

OPEP+ y Venezuela

En la política internacional los tiempos de las decisiones no son coincidencias, sino parte de las negociaciones y estrategias. El 2 de octubre, el Gobierno de EE.UU. de Joe Biden liberó a los “narcosobrinos” del dictador Nicolás Maduro, quienes cumplían sentencia en EE.UU. desde 2017, por intentar traficar 800 kilos de cocaína a EE.UU. La decisión fue parte de un “intercambio de prisioneros”. El régimen venezolano liberó, a cambio, a siete estadounidenses que mantenía arbitrariamente detenidos. Dos días después, la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) decidió recortar la producción diaria del cartel en 2 millones de barriles de oro negro, un equivalente a 2% de la producción mundial, para mantener los precios de hidrocarburos más altos. Existe un interés evidente de la Administración Biden de utilizar a Venezuela para balancear los impactos de la guerra en Rusia. Desde el inicio del conflicto en Europa, el gobierno demócrata de EE.UU., en repetidas ocasiones, ha reabierto los diálogos con el régimen de Maduro, y en ninguno de ellos el tema principal fue la transición democrática.

La crisis energética a nivel mundial y la crisis migratoria producto del colapso de la economía venezolana han barajado cartas más favorables para el régimen venezolano para esta ronda de negociaciones. Es por eso que Maduro también se posicionó como garante del proceso de paz entre el ELN y el Gobierno Colombia, para tener el control de la amenaza latente y desestabilízante de nuevos conflictos paramilitares que desaten olas impredecibles de flujos migratorios en la región.

Colombia y el narcotráfico

A Gustavo Petro no se le pueden borrar las rayas de tigre. El primer presidente de izquierda de Colombia algo habrá aprendido de sus experiencias como guerrillero, y si no, habrá aprendido del legado de los Castro y la izquierda revolucionaria en las Américas. Petro sabe que sin el control del congreso, que no tiene, no podrá gobernar. Y que sin resultados rápidos (así sean a corto plazo), su victoria histórica podría culminar en el fracaso de su causa iliberal.

El Estado colombiano, sin importar el gobierno de turno, es el aliado en materia de seguridad más importante de EE.UU. en el hemisferio. Colombia tiene puertos hacia el Atlántico y el Pacífico, y también la plataforma natural para los flujos migratorios y de lo ilícito de Sudamérica hacia Norteamérica. Teniendo esto presente, Gustavo Petro planteó un balance perverso al Gobierno de EE.UU., el que pecó desde el momento en que decidió negociar. Por un lado, el presidente y exguerrillero colombiano, con toda la familiaridad intrínseca de aquellos sin respeto por la formalidad diplomática, dejó claro, durante la rueda de prensa en conjunto con Antony Blinken en Bogotá, que mantendría la política de su predecesor Iván Duque de otorgar un estatus de protección temporal a los migrantes venezolanos, a cambio de concesiones que beneficien políticamente al gobierno izquierdista neogranadino.

El precio para que Colombia siga absorbiendo esos flujos migratorios, en vez de facilitar su tránsito hacia Norteamérica, es un cambio en la política conjunta de EE.UU. y Colombia en la lucha contra el narcotráfico. "Tenemos muchos puntos en común en prácticamente todos los problemas que tenemos que abordar. En el combate contra las drogas, por ejemplo, apoyamos firmemente el enfoque integral de la Administración de Petro”, dijo Blinken en la Casa de Nariño. Este enfoque integral que propone Petro busca descriminalizar los cultivos de cocaína y cesar los programas de erradicación de cultivo, para enfocarse en supuestos esfuerzos de “interdicción e inteligencia”. En otras palabras, Petro planteó a EE.UU. solo enfocarse en el combate al tráfico de las drogas hacia Norteamérica vía rutas marítimas y aéreas (interdicción) y supuestamente atacar a los narcotraficantes y no a la cadena de producción de lo ilícito (inteligencia). Traducido al lenguaje político latinoamericano: Colombia trabajará con EE.UU. para detener los flujos migratorios y de drogas hacia Norteamérica, y el gobierno de Petro recibirá a cambio nuevos juguetes para apaciguar a las Fuerzas Armadas y herramientas de espionajes para mantener cierto control en los niveles de narcotráfico, sin hacer nada para disminuir la producción y, por supuesto, el lucro de la actividad ilícita.

Es un balance perverso. Gustavo Petro con estas negociaciones puede decirle al campesinado que ya no será perseguido inclusive si decide cultivar coca. Puede decirle a sus excompañeros de trinchera, los grupos narcoparamilitares, que podrán seguir operando mientras cumplan con sus reglas, y los grupos paramilitares podrán utilizar los lucros de lo ilícito para seguir comprando candidatos y curules ahora accesibles gracias al proceso de paz. Petro inclusive podría comprar el favor electoral de migrantes venezolanos acelerando los procesos de nacionalización, lo cual además será bien recibido por la Washington de Biden. La debilidad que está mostrando Washington permitirá que un gobierno que tiene todas las de quedar hundido en el abismo de sus mentiras, no solo sobreviva, sino tenga victorias políticas suficientes como para persistir.

Chile, Perú, la OEA Y EE.UU.

Tras su viaje a Colombia, el secretario de Estado de EE.UU. viajó a Chile y Perú. La visita oficial del emisario del ejecutivo estadounidense es un espaldarazo a los gobiernos de Boric y Castillo. Ambos mandatarios tienen menos de dos años en sus despachos y cuentan con menos del 35% y 22% de aprobación en sus respectivos países.

En Chile, Boric disfrutó de una bachanalia de cumplidos en la forma de símiles de democracia, igualdad e inclusión. El secretario de Estado de EE.UU. elogió una y otra vez las políticas del presidente Boric y subrayó que están alineadas con la visión de democracia del gobierno de Joe Biden. Algo que definitivamente tienen en común estas visiones es contar con la aprobación de una minoría que cada día se desmorona más.

Al llegar a Perú, el diplomático de EE.UU. se reúne con sus homólogos en una igualdad de condiciones políticas sin precedente en la historia del hemisferio. EE.UU. llega a la Asamblea General de la OEA con un gobierno que tiene visión de partido político y no de Estado. La diplomacia estadounidense para con América Latina se convirtió en un organizador de una bacanal de minorías políticas buscando los apoyos suficientes para permanecer en el poder.

Si bien podrá existir algún disfrute en el imaginario del sur global en ver a EE.UU. tropezar y hasta caer, debemos estar alarmados por el futuro de las libertades en nuestro hemisferio. La visión de Estado del gobierno democrático de EE.UU. ha sido un faro de luz guía en la tormenta de revoluciones políticas a nivel internacional. Si la degeneración de la política y los principios democráticos de EE.UU. continúa, el cáncer que significa el ideal iliberal habrá entonces hecho metástasis en todo el cuerpo político de las Américas.

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