Un año en blanco

Actualizado
  • 21/12/2009 01:00
Creado
  • 21/12/2009 01:00
¿Por qué el presidente que logró que este país recuperara la confianza en sí mismo lo ha sumido ahora en semejante incertidumbre? Interr...

¿Por qué el presidente que logró que este país recuperara la confianza en sí mismo lo ha sumido ahora en semejante incertidumbre? Interrogante obligado, al concluir este año tan lleno de amargas incógnitas políticas. A cinco meses de elegir presidente de la República, los colombianos no sabemos absolutamente nada de lo que pueda pasar en este campo. Salvo las consabidas encuestas, donde el mandatario en ejercicio barrería con todos sus posibles contrincantes. Pero tampoco sabemos si puede lanzarse. Sabemos que quiere —y a qué precio—, aunque nada saldrá de su boca antes de que la Corte Constitucional se pronuncie sobre el referendo reeleccionista.

Difícil creer que un país pueda pasar en blanco un año entero. Sumido en la total perplejidad política por cuenta de las “encrucijadas del alma” de su gobernante. Que se ha negado a promover la alternación en el poder y ni siquiera la continuidad de sus políticas en manos que no sean las suyas.

Hace cuatro años no me cabía duda de que a Colombia le convenía un segundo gobierno de Álvaro Uribe para consolidar la recuperación lograda en el campo económico y de seguridad. Pero hoy tampoco dudo de que un tercer mandato suyo entraría en un acelerado desgaste, de imprevisibles consecuencias. Sin desconocer sus dotes de estadista o su capacidad de liderazgo y de trabajo, hay un visible agotamiento del modelo de gobierno de Uribe, de su estilo de conducción y de sus propias políticas. Incluyendo la de seguridad democrática, que más allá de sus éxitos necesita de replanteamientos y reenfoques.

El presidente no lo ve así, por supuesto. Y hasta ahora nada ni nadie lo convence de que ya hizo como gobernante lo que podía hacer. De que llegó la hora de descansar, descansar y descansar. Tampoco parece entender que aferrarse al poder lo equipara ante los ojos del mundo a un Hugo Chávez, que esto desbarajusta nuestro andamiaje democrático- institucional y que compromete su propio legado histórico.

“Democracia es renovación”, le han dicho en todos los tonos presidentes y ex presidentes amigos del mundo entero. No deja de ser impresionante —aunque a él no le impresione— el coro de voces autorizadas y de editoriales de grandes diarios americanos y europeos que han elogiado sin rubor la gestión de Uribe, pero que hoy coinciden en el desconcierto ante sus pretensiones de perpetuación. El caso del gobierno Obama ya es suficientemente claro. Quienes aún se preguntan por qué los gringos no nos apoyan más, o por qué tanta frialdad de la Casa Blanca con Colombia, deben buscar la respuesta por los lados de la obsesión reeleccionista. “En Estados Unidos, ocho años son suficientes”, volvió a recordar este miércoles el embajador Brownfield.

La actitud del presidente Uribe sorprende incluso a muchos de quienes creen conocerlo. Obliga a preguntarse, en todo caso, por las razones detrás de este apego al poder. ¿Delirio de grandeza o simple falta de ella? ¿Mesianismo o politiquería? ¿Franco convencimiento de que sin él se desmorona el país? ¿Temor a que cuando salga de la Casa de Nariño alguna corte pueda pasarle cuentas?

Yo no sé cuántas o cuáles sean las motivaciones. Pero basta con constatar que el presidente ha logrado convencer a medio país de que el dilema es: “Uribe o el caos”. Con lo cual ha introducido la parálisis política y trancado todas las dinámicas de una campaña presidencial que no arrancará en forma hasta que se sepa si el inquilino de Casa de Nariño se lanza o no.

No quisiera estar en los zapatos de esos nueve honorables magistrados de la Corte Constitucional que tienen la menuda responsabilidad histórica de decidir sobre la viabilidad del referendo reeleccionista. No sé cómo estará la correlación de fuerzas —cada día se oyen versiones distintas— entre el Estado de derecho y el Estado de opinión. Sólo sé que la Corte no debería prolongar innecesariamente esta angustiosa y dañina incertidumbre.

Por eso cabe esperar que los magistrados reflexionen a fondo durante sus vacaciones de fin de año y regresen el 12 de enero inspirados, lúcidos y listos para su trascendental sentencia. Todo indica que no se tomarán más de un mes, y ojalá que así sea.

Avisamos a nuestros lectores que esta columna reaparecerá a mediados de enero.

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