Así lo confirmó el viceminsitro de Finanzas, Fausto Fernández, a La Estrella de Panamá
- 03/09/2020 10:06
La enfermera Milagros Armas camina casi una hora desde el centro de Guatire (este) hasta un fértil terreno que cultiva a las afueras de esta ciudad, cercana a Caracas, y donde la crisis y el hambre que atraviesan Venezuela hace más de un lustro están consiguiendo un efecto que pocos esperaban: la ruralización.
En su parcela de poco más de una hectárea, la mujer cultiva desde hace 5 años plátanos, bananas, sandías, calabazas, aguacates y maíz, productos que, si no fuera por este esfuerzo que surgió en medio de la escasez, no estarían en su mesa.
"No exactamente no como (si no siembro), pero sí tengo la oportunidad de comer un poquito más, de compartir un poquito más, por ejemplo con mi familia, uno comparte porque como son tantas manitos (personas)...", dice a Efe la mujer durante una pausa de su jornada del domingo.
Con metro y medio de altura y cerca de 50 kilos de peso, cuesta imaginar a esta menuda y aparentemente frágil mujer de 52 años trabajar la tierra.
Mucho más cuando su esfuerzo se materializa en el barrio de Valle Arriba, que a finales de la década de 1990 atrajo a parte de la clase media caraqueña que se había hastiado del bullicio de la capital venezolana.
Pero a Armas, al igual que los miles de venezolanos que optan por la agricultura urbana, no le quedó otra opción: su salario como enfermera alcanza, en el mejor de los casos, los 10 dólares por mes, mientras que la canasta alimentaria se ubicó en julio en casi 270 dólares, de acuerdo con los cálculos del Centro de Documentación y Análisis Social de la Federación Venezolana de Maestros (Cendas).
En 2016, cuando la escasez de medicinas y alimentos básicos sacudía al país, el presidente venezolano, Nicolás Maduro, creó el Ministerio de Agricultura Urbana, una cartera pensada para promover la economía de subsistencia.
No fue un plan que Maduro sacó de su chistera. El fallecido presidente Hugo Chávez (1999-2013) solía relatar en público y cada vez que podía las bondades de la siembra en las ciudades, e incluso llegó a proponer la cría de gallinas en edificios de viviendas de Caracas.
Maduro retomó la idea cuando el país era incapaz de alimentarse a sí mismo, y el flujo de caja de su Gobierno se contrajo por la caída en la producción de la industria petrolera, de donde Venezuela obtenía casi el 96 % de sus ingresos.
El arranque del programa fue titubeante, y apenas se vieron resultados en su primera etapa.
Pero hubo un relanzamiento en 2018, que ha animado a más residentes de las ciudades a sembrar los especies que con sus ingresos no podrían costear en el mercado.
Es el caso de Argenio Córdoba, que produce en un terreno cercano al de Armas buena parte de los alimentos que pone en su mesa.
"Yo tengo tiempo que no sé lo que es comprar un plátano, cambures (bananas), lechoza (papaya)", dice el hombre de 58 años a Efe. "Lo que se saca es para consumo personal, mi familia es grandísima", añade.
Córdoba fue restando cada vez más el tiempo que pasaba en su herrería, que poco dinero producía en medio de la crisis, para dedicarlo a la siembra, el trabajo que ponía alimentos en su mesa.
"Esto me ayuda muchísimo", dice con orgullo.
En su terreno planta bananas, cítricos, maíz, calabazas y otros cultivos que, señala, le permiten "sobrevivir" a su familia.
Sin esas siembras, asegura que sus finanzas "se pusieran pequeñitas", sobre todo en medio de la difícil situación que atraviesa el país y que se agudizó por la pandemia.
Aunque en ocasiones hace trueques o logra vender parte de lo que cosecha, insiste en que casi todo lo que produce va a la mesa de su familia, y que cuando comenzó a sembrar no tenía en mente amasar fortuna, sino sobrevivir.
Sin embargo, tiene la llamada "carta agraria", un documento que emite el Ministerio de Agricultura y que le permite explotar las tierras con el fin último de abastecer los mercados locales, aunque eso tendrá que quedar para tiempos mejores.