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- 12/08/2025 00:00
La madrugada en Bogotá estaba quieta, apenas rota por el murmullo distante de la ciudad que dormía. A la 1:56 del 11 de agosto de 2025, luego de 64 días de lucha y resistencia, el corazón de Miguel Uribe Turbay dejó de latir. La noticia corrió como un rayo: el senador, precandidato presidencial y uno de los rostros más jóvenes y visibles de la política colombiana, no había resistido más.
Fernando Hakim, neurocirujano que lideró distintas intervenciones realizadas al precandidato presidencial, se pronunció en redes sociales luego de conocerse la noticia: “Hoy puedo decirles que Miguel Uribe Turbay fue un luchador único. Nunca lo olvidaré”.
Quienes lo conocieron dicen que vivió con una herida profunda desde niño. En 1991, cuando apenas tenía cinco años, su madre, Diana Turbay Quintero, periodista y defensora incansable de la verdad, murió durante un intento de rescate tras su secuestro por el cartel de Medellín, liderado por Pablo Escobar. Fue víctima de una Colombia que parecía no dar tregua a quienes alzaban la voz.
Más de tres décadas después, el mismo país, con otras caras pero con viejos métodos, lo alcanzó a él.
Uribe Turbay había hecho de la política su propio campo de batalla, pero no para destruir, sino para garantizar una “Colombia distinta”, eso era lo que prometía. Abogado de la Universidad de los Andes, con una maestría en Harvard, comenzó como concejal de Bogotá en 2011 y llegó a ser presidente del Concejo. Luego, como secretario de Gobierno de la capital, empujó medidas de seguridad y orden urbano.
En 2022, el Senado lo recibió como uno de sus miembros más combativos. Encabezó la lista del Centro Democrático del Senado, liderado por el expresidente Álvaro Uribe Vélez. En aquellas elecciones se definió como el candidato con la mayor cantidad de votaciones del país.
Soñaba con llegar a la presidencia en 2026 y decía que lo haría “sin miedo y sin odio, pero con firmeza”. Tenía tres propuestas: dinamizar la economía, garantizar la salud para millones de familias y fortalecer la seguridad en Colombia.
El 7 de junio de 2025, ese sueño recibió las primeras balas. Era un sábado y Miguel estaba en el parque El Golfito, en Fontibón, saludando a vecinos y simpatizantes. No vio al adolescente que se le acercó por detrás. Dos disparos a la cabeza, uno a la pierna. El país entero vio las imágenes de su traslado urgente, y después, el parte médico que hablaba de cirugías, coma inducido y pronósticos inciertos.
Durante más de dos meses su vida quedó suspendida entre la esperanza y el dolor. El 11 de agosto, la batalla terminó.
La reacción fue inmediata. El presidente Gustavo Petro escribió: “Nos duele la muerte de Miguel, como si fuera de los nuestros. Es una derrota. Cada vez que cae un colombiano asesinado, es una derrota de Colombia y de la vida”.
La vicepresidenta Francia Márquez recordó que “la democracia no se construye con balas ni con sangre”, e hizo un llamado a no permitir que el miedo siga arrebatando vidas y esperanza.
Pero el mensaje más desgarrador fue el de Claudia Tarazona, su esposa: “Siempre serás el amor de mi vida... Espérame, que cuando cumpla mi promesa con nuestros hijos, iré a buscarte y tendremos nuestra segunda oportunidad”.
Su muerte no es un hecho aislado. En los pasillos del Congreso y en las calles, la gente comenta con un nudo en la garganta que esto recuerda a los años oscuros del narcoterrorismo, cuando quienes querían cambiar el sistema lo hacían a riesgo de su vida.
”La muerte de Miguel Uribe Turbay se da en medio de la agudización de la polarización política y del deterioro de la seguridad en la mayor parte del territorio nacional. El hecho de que uno de los principales líderes de la oposición al gobierno del presidente Gustavo Petro fuera atacado con la facilidad con la que esto ocurrió en plena capital de la República plantea temores aún más grandes sobre lo que será la campaña en las regiones, donde, tras tres años de la ‘paz total’, los grupos armados irregulares han incrementado su poder y su nivel de amenaza”, reseñó el diario colombiano El Tiempo.
Miguel Uribe Turbay deja un país que sigue debatiéndose entre la democracia y la violencia. Su silla en el Senado quedará vacía, pero la pregunta que él mismo planteaba seguirá viva: “¿Podrá Colombia algún día romper este ciclo?”.
Él apostó a que sí. Su vida, interrumpida por las mismas balas que marcaron su infancia, es ahora un recordatorio doloroso de que el camino hacia ese país soñado sigue siendo largo y peligroso.
Y quizá lo más trágico sea que, mientras muchos lo lloran, el eco de esa herida —la que empezó con su madre y terminó con él— sigue abierta, esperando que, algún día, alguien logre cerrarla.