Los mandatarios de ambos países se reunirán en Anchorage el 15 de agosto en una cumbre “exploratoria” que busca un avance sobre el conflicto en curso en Ucrania

  • 14/08/2025 00:00

El próximo viernes 15 de agosto, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el presidente ruso, Vladimir Putin, se encontrarán en la Base Conjunta Elmendorf-Richardson, en Anchorage, Alaska, para abordar la guerra en Ucrania, en lo que la Casa Blanca define como un ejercicio de “escucha”.

La elección de esa base militar no es casual. Elmendorf-Richardson desempeñó un papel clave durante la Guerra Fría al monitorear amenazas soviéticas desde el aire. Hoy sigue siendo un enclave estratégico de vigilancia frente a Rusia. Además, se trata de un contexto seguro y simbólico para recibir al presidente Putin —hoy sujeto a una orden de arresto del Tribunal Penal Internacional— dado que Estados Unidos no reconoce la jurisdicción del tribunal.

El antecedente diplomático en 2025

Este encuentro presencial no es improvisado. En febrero de 2025, Trump y Putin tuvieron una llamada formal de una hora y media, la primera desde el inicio de la invasión rusa a Ucrania, donde se comprometieron a iniciar negociaciones inmediatas.

Ese mismo mes, una cumbre en Arabia Saudita entre delegaciones de ambos países también abordó el conflicto, aunque sin la presencia de representantes ucranianos ni europeos. A lo largo del segundo semestre, Trump impuso plazos y sanciones —incluido un ultimátum que venció sin resultados— antes de confirmar la cumbre de Alaska.

El objetivo declarado y la respuesta internacional

Trump ha evitado caracterizar el encuentro como una negociación formal; en su lugar, lo califica como un intento de medir la disposición de Putin para un alto al fuego. Antes del viaje, convocó una videoconferencia con Zelensky y líderes europeos para reforzar alianzas y asegurar que Ucrania no sea excluida de decisiones que afecten su futuro.

Países como India saludaron la cumbre como un avance hacia la paz, reafirmando que el mundo no debería permanecer en un estado de conflicto permanente. No obstante, líderes europeos y ucranianos alertan sobre posibles concesiones de territorios por parte de Ucrania como parte de un acuerdo, una opción rechazada por Kiev por inconstitucional.

El entorno ha generado cautela: las negociaciones anteriores suscitaron críticas por la posible exclusión de Ucrania, lo que enturbia la legitimidad del proceso. Asimismo, la rapidez y discreción en la organización del encuentro ha sorprendido incluso a fuentes internas del Gobierno estadounidense.

Desde la visión rusa, asistir a esta cita permite a Putin afianzar sus avances territoriales y mantener a Ucrania fuera de la OTAN. Para Estados Unidos, se trata de probar su capacidad de reorientar la dinámica diplomática —aunque solo el desarrollo de los hechos revele si será un avance real o una exhibición simbólica.

Trump ha insinuado la posibilidad de una segunda cumbre, más productiva, que incluya a Zelensky, lo que abriría espacios para un diálogo trilateral. Mientras tanto, la cumbre en Alaska significa el primer encuentro cara a cara entre Trump y Putin desde 2019, tras sus reuniones anteriores en Osaka y Helsinki.

Tensiones acumuladas

La cumbre del 15 de agosto en Alaska representa un momento cargado de simbolismo y tensiones acumuladas. Aún enmarcada como una sesión exploratoria, plantea interrogantes sobre los futuros pasos hacia la paz en Ucrania y si las potencias implicadas darán espacio a los intereses ucranianos o impondrán decisiones unilaterales de consecuencias duraderas en la geopolítica europea.

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