Así lo confirmó el viceminsitro de Finanzas, Fausto Fernández, a La Estrella de Panamá

- 25/06/2025 00:00
El bombardeo estadounidense contra instalaciones nucleares iraníes se produjo el sábado 21 de junio bajo el nombre de Martillo de Medianoche, porque se trataba de pulverizar literalmente a la víctima, pero los mandarriazos los recibieron Washington y Tel Aviv, no con misiles cargados de pólvora, sino con verdades que tienen más poder. Una derrota estratégica de Donald Trump.
No resistieron 48 horas la moderada reacción iraní de carácter persuasivo con un bombardeo con misiles a instalaciones de EE. UU. en Catar, y fue Donald Trump quien ordenó el cese el fuego total de un conflicto que duró 12 días, aunque mintiendo, pues aseguró que Teherán y Tel Aviv habían llegado a ese acuerdo cuando no era verdad, y así lo dio a conocer el Gobierno de Irán, el cual puso como condición que cesara primero la agresión sionista.
Lo importante a destacar -más allá de que se concrete o no el cese el fuego- es que el propulsor de la guerra de los 12 días, el presidente Trump, cedió ante la primera demostración de los persas de que no mentían cuando advirtieron a EE.UU. de las consecuencias que tendría para su país y su aliado Israel, la agresión.
En la heroica resistencia de Irán y su pueblo, en primer lugar, en la protesta internacional contra la guerra y en favor de la paz, incluido Estados Unidos, y la reacción del pueblo israelí contra los sionistas, está la causa de la gran derrota de la Casa Blanca y el Pentágono expresada en la rápida decisión de acabar con una guerra perdida desde que decidió lanzarla usando a Israel como cabeza de turco.
Un fuerte mal sabor en ambos agresores -Netanyahu y Trump- había dejado el peligroso ataque militar abierto de EE.UU. involucrando a esa potencia en la guerra, a tal extremo que la Casa Blanca había bajado poco antes el objetivo de su participación inconstitucional en el conflicto cuando rectificó que “la intención de Martillo de Medianoche no era forzar un cambio de régimen en Teherán” como habían proclamado, sino “ablandarlos” en tal grado que declinaran sus banderas y renunciara a desarrollar el arma nuclear, algo por demás formulado por el Gobierno de Irán bajo la condición de garantías de continuar el proceso de nuclearización con fines pacíficos, un derecho que tienen todos los pueblos del mundo.
Pero fue Irán el que dobló las piernas al adversario, por mucho que a partir de que ahora traten de hacer y decir lo que sea para tergiversar los resultados, como inútilmente hicieron hace 50 años en Vietnam. Que quede claro: la propuesta de Trump no responde a lo que dice de un objetivo cumplido (que no era tanto nuclear como geoestratégico), sino todo lo contrario.
Trump declaró con euforia que la cohetería del Pentágono cumplió el propósito de destruir tres bases nucleares iraníes en Fordó, Natanz e Isfahán: “Se han causado daños monumentales en todas las instalaciones nucleares de Irán. ¡Destrucción total es el término adecuado!”, dijo borracho de felicidad, pero todos sabían que el presidente fingía.
Fue el gran fraude para deponer sus armas y su alma. Sus secretarios de Defensa Pete Hegseth, y de Estado, Marco Rubio, quedaron en ridículo con sus declaraciones de apoyo al supuesto júbilo de su jefe.
Por supuesto que la euforia no se correspondía con los hechos, y no fueron los iraníes quienes desmintieron ni denunciaron los bastardos argumentos para justificar meterse inconsultamente en la guerra. El jefe del Pentágono declaró que “el presidente autorizó una operación de precisión para neutralizar las amenazas a nuestros intereses nacionales, el programa nuclear iraní, la autodefensa colectiva de nuestras tropas y de nuestro aliado Israel”.
Todo inventado, nada documentado, nada probado, a pesar de que sabían que estaban cometiendo una violación constitucional de iniciar una guerra a espaldas del Congreso (de ahí quizás el término de “medianoche”), falta más que suficiente para iniciarle juicio político, expulsarlo de la presidencia y someterlo luego a juicios penales.
Fue Scott Ritter, exinspector de armas de la ONU, uno de los primeros expertos en desmontar la mentirosa narrativa triunfalista de Washington al denunciar que las instalaciones bombardeadas estaban vacías porque, previendo algo así, Teherán las había desocupado antes.
El senador Chris Murphy también le dijo mentiroso al presidente al demostrar que manipulaba los hechos sobre el programa nuclear iraní, y hasta la propia Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) confirmó que no se detectó radiación fuera de las plantas atacadas.
Las consecuencias podían ser muy perjudiciales para Estados Unidos y, por extensión, para el mundo. Irán, aunque se perjudicaría también a sí mismo, amenazó cerrar el estrecho de Ormuz por el que pasan los buques petroleros que cargan hasta el 25 % del petróleo que se distribuye y consume en el mundo, con lo cual se profundizará la guerra comercial y económica desatada por Trump.
Era lógico que surgieran fuertes presiones soterradas de sus aliados contra la nefasta aventura que inmediatamente afectó peligrosamente al mercado bursátil, al sistema monetario internacional, al comercio, y creó la posibilidad de regresar a los altos precios del petróleo de la década de los 70 del siglo pasado, por encima de los 100 dólares el barril.
Rusia, China y Pakistán presentaron una resolución ante el Consejo de Seguridad de la ONU exigiendo la condena del ataque estadounidense, mientras la Organización de Cooperación Islámica y varios países latinoamericanos, desde Venezuela hasta Chile y México, alzaron la voz contra la agresión, mientras que el mercado petrolero se estremecía, pues si la guerra continuaba, una nueva crisis energética de mayores proporciones que la de 1973, con consecuencias desastrosas pues aún no se ha salido de la guerra arancelaria ni de la monetaria en la que el dólar flaquea peligrosamente.
La debilidad de Naciones Unidas no permitiría su aprobación ni tampoco otras instituciones internacionales y regionales, pero no se estaba valorando tanto lo que podían decidir colectividades mediatizadas, sino su papel de catalizador de una convergencia mundial inédita de las fuerzas de la paz contra la de la guerra, que pusiera fin a un régimen unipersonal que podía destruir el mundo con un solo dedo, y que esa confluencia dentro de la diversidad se tradujera en una acción global de respuesta a un fascismo trasnochado que puede acabar con el planeta.
No se trataba, por tanto, de una simple negociación tripartita Irán-Israel-EE.UU., sino entre todas las grandes potencias, incluidas las venida a menos de Europa Occidental.
En buena ley, Trump tendría que detener inmediatamente sus acciones criminales de terrorismo de Estado a gran escala, presionar para sacar a Netanyahu del gobierno, devolverles a los palestinos los territorios ocupados, negociar la paz en la región y no solamente con Irán, porque ya perdieron la guerra aunque siguieran masacrando a los persas y estos, en represalia, sigan destruyendo a Tel Aviv, que tampoco es justo que sea castigado a causa del gobierno sionista y de la Casa Blanca.
Si fuera necesario resumir este momento, habría que decir, sin ambages, que la agresión militar estadounidense no logró ni logrará, liquidar a Irán, como tampoco la OTAN en Europa ha podido ni podrá liquidar a Rusia, ni la guerra económica trumpista podrá detener el avance tecnológico de China que es el cimiento de esta nueva época de las relaciones internacionales globales. Esos son los horcones verdaderos que Trump desea destruir, pero ya está derrotado. Su derrota no la pueden pagar los demás en el mundo. Todo lo que se crea, se haga, se sueñe, se intente para hacerlo, es pura falacia que quizás sirva de combustible para enardecer a los cada vez menos fanáticos de esa cosa deformante y deformada denominada MAGA, pero no para otras metas.
Si hay un mínimo de racionalidad en la gente con cerebro en los estratos de toma de decisiones en Estados Unidos e Israel, si se sienten humanos, les late el corazón y desean que el planeta Tierra con su atmósfera azul radiante siga siendo el punto más atractivo del sistema solar y no una bola de fuego orbitando de manera loca en el cosmos, buscarían que personajes siniestros y ambiciosos que actúan como extraterrestres hagan mutis por el foro y desaparezcan del escenario ante el abucheo desde las butacas por la mala tragicomedia que están interpretando.