El verdugo de Álvaro Uribe

Actualizado
  • 02/12/2008 01:00
Creado
  • 02/12/2008 01:00
PANAMÁ. Hasta hace un mes, Álvaro Uribe era, después de seis años de mandato, el presidente más popular en la historia de Colombia y un...

PANAMÁ. Hasta hace un mes, Álvaro Uribe era, después de seis años de mandato, el presidente más popular en la historia de Colombia y uno de los más prestigiosos de América Latina. Los escándalos de la parapolítica, los falsos positivos y la oposición no habían logrado manchar su aprobación, que desde comienzos de su gobierno ronda el 70%.

Sin embargo, en dos semanas, todo cambió.

El pasado 26 de noviembre, Uribe tuvo uno de sus peores días. Temprano tuvo que salir a defender a sus hijos, mencionados en el escándalo de la DMG, por la tarde se hundió la posibilidad de reelegirse en el 2010 y por la noche la televisión registró las violentas marchas en su contra por intervenir DMG. David Murcia parecía haber cumplido su promesa de voltear al pueblo en contra de Uribe y con ello vencer el efecto teflón del que disfrutó el mandatario durante estos años.

¿Cómo sucedió? En esta oportunidad, el estilo directo de enfrentar los problemas, característico del presidente y que tanta simpatía le ha granjeado entre los colombianos, jugó en su contra.

Al asumir personalmente el control de las pirámides, encabezadas por DMG, Uribe —que de buena fe pretendía ponerle coto a un problema que había llegado demasiado lejos sin que el gobierno interviniera— se enfrentó a miles de sus antiguos seguidores, ahora convertidos en clientes de DMG, que habían depositado sus esperanzas de un futuro mejor en los altísimos intereses ofrecidos por este tipo de negocios y para los cuales el gobierno se convirtió no en el salvador, sino en el culpable de su ruina.

Aunque la intervención de Uribe seguramente salvó a muchos más de ser víctimas de la cadena, para los miles de colombianos que perdieron su dinero y la ilusión de multiplicarlo mágicamente, resultó incomprensible que el presidente de sus afectos decidiera acabar de tajo con empresas que, en la mayoría de los casos, no habían defraudado todavía a sus clientes. En esta ocasión, además, los afectados pertenecen al corazón del sustento popular del presidente Uribe.

Quienes se sintieron defraudados por su intervención son ciudadanos de clase media y baja, hacia quienes el mandatario enfiló, en términos de comunicación y estrategia política, todas sus baterías desde épocas de la campaña. Y no hay nada que tenga mayor costo político que tocar el bolsillo de la gente.

Adicionalmente, en esta ocasión, tomar personalmente el manejo de la situación impidió que —a diferencia de lo que sucede en los famosos Consejos Comunales que realiza— pudiera responsabilizar a alguien de su equipo por los errores cometidos o a gobiernos anteriores, pues los negocios se gestaron y desarrollaron durante su mandato.

El despido del superintendente financiero no fue suficiente para purgar la responsabilidad de Uribe, que quedó atrapado entre quienes lo acusaron de reaccionar tardíamente y los clientes de las pirámides que lo culparon de actuar sin sustento legal alguno.

Para completar, los representantes de las regiones más afectadas por las pirámides (Nariño y Putumayo), temerosos de perder sus electores, decidieron cambiar su voto en la Cámara y hundieron por ahora el referendo que permitía la segunda reelección del mandatario.

Sin reelección inmediata, afectado por las menciones a su familia en relación con DMG, con desaceleración económica y miles de seguidores en su contra, Uribe vive una de sus peores horas. Mientras, paradójicamente, Murcia ha logrado —por cuenta de los ahorradores defraudados— pasar de victimario a víctima, y a cosechar para sí parte del apoyo de quienes le han quitado su respaldo al otrora intocable Uribe.

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