La confesión secreta del jefe de los ‘Doberman’

Actualizado
  • 12/03/2012 01:00
Creado
  • 12/03/2012 01:00
En 1986 la población panameña entretenía sus noches con las telenovelas venezolanas ‘Topacio’, con Grecia Colmenares junto a Víctor Cám...

En 1986 la población panameña entretenía sus noches con las telenovelas venezolanas ‘Topacio’, con Grecia Colmenares junto a Víctor Cámara; y ‘Cristal’, con la bellísima Jeannette Rodríguez y Carlos Mata.

En Estados Unidos, el año comenzó con el estallido en pleno vuelo del transbordador espacial ‘Challenger’ y a finales de junio, el argentino Diego Maradona se consagró como uno de los grandes del fútbol al levantar en México la Copa Mundial de la FIFA. Julio fue el mes del certamen Miss Universo en Panamá en el que Bárbara Palacios, de Venezuela, coronó sus sueños.

Pero en el suelo istmeño la vida cotidiana de poco más de dos millones de panameños distaba de toda fantasía. Al régimen militar comandado por Manuel Antonio Noriega (MAN) se le empezó a complicar cada vez más el escenario debido al descontento civil que se manifestaba en las calles.

Era mediados de marzo cuando Jorge Eliécer Bernal Guzmán fue llamado a capítulo por el ‘hombre fuerte de Panamá’. Estirado en la rectitud del uniforme militar, el capitán recibió los insultos del general, uno a uno, en silencio. Incluso, éste lo habría escupido. Aquello se quedaría allí, tras las paredes del Cuartel Central de las Fuerzas de Defensa en El Chorrillo, en cuyos pasillos y guarniciones hasta respirar comprimía los pulmones.

A los ‘Doberman’, el grupo especial antimotín bajo el mando de Bernal, se les había salido de control una manifestación de obreros en contra de las intenciones de reformar las leyes industrial, agropecuaria y laboral, lo que terminó en represión en los predios de la Asamblea Legislativa. Un joven trabajador había muerto en Santa Ana por la agresión policial a quemarropa. La noticia corría como pólvora encendida desde la noche del 14 de marzo, por lo que no convenía en nada.

Unos seis meses antes –el 13 de septiembre de 1985– el macabro hallazgo del cuerpo decapitado del doctor Hugo Spadafora Franco, de 45 años, en un paraje costarricense, cerca de la frontera, señalaba directo a los militares.

Spadafora era miembro del Partido Revolucionario Democrático (PRD) y fue combatiente en Nicaragua contra Anastasio Somoza y después colaboró con los grupos armados que enfrentaron al gobierno del Frente Sandinista de Liberación Nacional en esa nación centroamericana.

En Panamá, Spadafora había empuñado la bandera contra Noriega, denunciándolo por sus vínculos con el narcotráfico. Nicolás Ardito Barletta, quien era presidente de la República, fue sacado por querer montar una comisión investigadora de ese crimen. Se suponía entonces que a MAN le urgía enfriar la atmósfera de terror que desató el asesinato de su detractor.

Por ello, eventos como el Miss Universo —y la propaganda previa que se esperaba con las reinas de todo el mundo recorriendo sonrientes el país— mostrarían internacionalmente un Panamá distinto a lo que se informaba en el exterior.

Un civil muerto a pocos meses de tanta belleza enconaba, más que los barros del régimen, el resentimiento popular. Aunque después del esplendor propagandístico de julio se volvería a lo mismo: intimidación y represión.

Regañado como un muchachito de pantalón cortito y tirantes, a Bernal le castigaron con un cuadro de encierro disciplinario en el Cuartel de Los Tigres de Tinajita, ubicado en una enorme loma de cumbre plana en San Miguelito adentro, donde aún hoy se encuentran sus instalaciones.

Para esos días, un castigo como ese hacía sentir a cualquiera como una lombriz en un anzuelo, sin importar que uno fuese un militar.

De hecho, tres años y siete meses después en dicho cuartel sería torturado y acribillado el mayor Moisés Giroldi, tras la intentona para derrocar a Noriega, su compadre.

Allá, tras pocas horas de ser trasladado para cumplir su castigo, el jefe de los ‘Doberman’ recibió una llamada de un supuesto legislador de esa época. En su desesperación, Bernal no dudó en contestar. El diálogo no fue grabado, pero uno de los que hizo la llamada lo describe así: –¿Qué pasó, mi capitán?, le saludó la voz del teléfono.

–¡Bueno aquí, en Tinajita!, respondió.

–¡Cuánto lo siento, por lo que ha ocurrido! –¡Sí! Lo que pasó fue que esto se nos salió de control..., habría admitido Bernal.

–¡Hombe amigo! Tranquilo que todo… Cuenta conmigo… El cuerpo del joven trabajador fue identificado como Sixto Barrante Méndez, de 22 años de edad, un humilde residente de la barriada de casas improvisadas 9 de Enero, en San Miguelito. Su madre lo apodó desde pequeño como ‘Yito’, era el mayor de sus tres hijos. También estaba inscrito en el PRD y afiliado al Sindicato Único de Trabajadores de la Construcción (Suntracs) que no se sumó a la protesta durante ese viernes.

Lo que no sabía Jorge Eliécer Bernal era que uno de los protagonistas de aquella llamada telefónica que le hizo el supuesto legislador tendría un papel determinante en el juicio que se le haría quince años más tarde en su contra, por el homicidio de Barrante.

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