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- 06/10/2012 02:00
VENEZUELA. Venezuela ha entrado de lleno en la recta final de cara a las elecciones presidenciales más importantes—y reñidas—de los últimos 14 años. Mañana, un poco menos de 19 millones de personas decidirán si el proyecto socialista-populista del presidente Hugo Chávez se merece completar las dos décadas en el poder o si, por el contrario, la ’revolución bolivariana’ ha agotado su tiempo y es hora de algo distinto.
¿CUESTIÓN DE PRIORIDADES?
A grandes rasgos, la falla tectónica que divide la política venezolana es vieja y conocida. Del lado del presidente están todos aquellos que creen que la prioridad del país debe ser construir la casa por los cimientos: erradicar la pobreza y el analfabetismo, garantizar salud y educación de calidad para todo el mundo y acabar con la desigualdad socioeconómica a base de una distribución más equitativa de la casi obscena riqueza petrolera del país.
En la otra esquina se encuentran aquellos a los que todo eso les parece bien, pero creen que los temas realmente importantes son otros: el autoritarismo, los derechos humanos, la falta de institucionalidad, la inseguridad, la falta de libertad de expresión, la inflación galopante y la posición y prestigio del país en las instituciones políticas y económicas que rigen en el mundo.
Naturalmente, es imposible decir quién tiene razón. Como llevamos comprobando en el mundo entero desde la desaparición del feudalismo, uno sólo puede preocuparse por sus derechos cuando tiene la barriga llena y dinero en el bolsillo. Después de todo, tanto los bolcheviques como los maoístas revolucionaron medio mundo—e inspiraron a gran parte del otro medio—al grito de ‘paz, tierra y pan’ y no libertad, igualdad y fraternidad. En Venezuela, donde una élite liberal había manejado de manera vergonzosa e inaceptable la ya mencionada riqueza del país, está claro que había más argumentos para una revolución de octubre que para una de julio. Y lo que hizo pionero al caso venezolano es que aquí no hubo guillotinas ni dictadura del partido de vanguardia, sino que se incorporó el elemento democrático de manera exitosa, con un gobierno electo y requeteelecto que además ha sobrevivido sin problemas a los intentos internos y externos de sabotaje.
Si la anterior teoría es cierta, el proyecto chavista lleva 13 años sembrando las semillas de su propia desaparición. A medida que disminuyen las necesidades básicas del pueblo, es lógico que aumente el número de personas preocupadas por los derechos y libertades que sostienen a una democracia liberal. Y como en este sentido el gobierno venezolano tiene una lista de problemas profunda y larga, la oposición, heterogénea y otrora débil y dividida, se ha unido en torno a la figura de un jovencísimo—y rico, soltero y guapo—abogado. Su nombre, Henrique Capriles Radonski.
ESPERANZA OPOSITORA
Capriles Radonski ha hecho una campaña formidable, incluído un magnífico cierre en Caracas el domingo pasado y un apoteósico cierre de campaña el viernes en Barquisimeto. Desde el principio, su principal obstáculo—más allá de la popularidad del presidente y las ideas que representa—ha sido la enorme desventaja de competir contra un Chávez que no entiende de separaciones entre su candidatura y la presidencia. Ésto lo ha llevado a hacer un esfuerzo titánico: una campaña ’puerta a puerta’ en la que ha recorrido el país de todas las maneras posibles, aumentando la frecuencia y la intensidad de los abrazos con el pueblo y haciendo énfasis en las redes sociales y la publicidad por Internet.
A pesar de su juventud y entusiasmo, quizá la noticia más trágica para el jóven Capriles es que todas sus virtudes se definen gracias a los defectos de Chávez. En primer lugar está la salud del presidente y los escenarios—casi todos complicadísimos—que se presentarían en caso de su muerte o desaparición de la vida pública. Luego está su propuesta. Los temas centrales en su campaña han sido la inseguridad ciudadana—los índices de violencia y crimen en Caracas son simplemente épicos—y una serie de reformas que permitan el influjo de una muy necesitada inversión extranjera en algunos sectores de la economía nacional.
El problema para Capriles es que su lugar en la imaginación venezolana está fuertemente condicionado por las cosas en las que el presidente ha hecho las cosas a conciencia. En primer lugar, al destruír el ’puntofijismo’ que dominó la política venezolana por décadas, Hugo Chávez ha transformado radicalmente el panorama. Al menos por el futuro previsible, las fibras más íntimas del pueblo venezolano estarán ligadas al resentimiento hacia las élites que tanto daño hicieron y al favorecimiento hacia la retórica idealista del socialismo. Como consecuencia de ésto, Capriles ha tenido que hacer una campaña basada en criticar las ineficiencias y corrupciones del actual sistema y a la vez garantizar la continuidad de la mayoría de los programas sociales chavistas.
Las contradicciones son obvias, por lo que según quién se hable—tanto aquí como afuera—el candidato opositor pertenece a la ultraderecha, al centroderecha, al centro o incluso al centroizquierda. Desde luego, su coalición—la llamada Mesa de Unidad Democrática, ó MUD—incluye grupos de todas esas posiciones y más. En vista de ésto, el contraste entre la simplicidad y la contundencia del mensaje chavista y la ambigüedad del mensaje opositor es sin duda el talón de aquiles de la candidatura Radonskiana.
Luego están las armas. Del lado regular, Chávez ha mantenido conscientemente al ejército venezolano débil y dividido. Para más inri, muchos de sus altos rangos están involucrados—al menos a ojos estadounidenses—en el tráfico de drogas, lo que los hace aún más dependientes del presidente. Peor aún está el lado irregular, con un gran número de milicias urbanas armadas por Chávez que garantizan problemas para cualquiera que amenace a la revolución bolivariana. Se antoja difícil que un hombre de apenas 40 años, y presionado por una coalición tan heterogénea, sea capaz de navegar aguas tan turbias.
EL PRESIDENTE AMENAZADO
Bastan sólo unas horas en Venezuela para comprobar que el chavismo está aún vivito y coleando. La enorme trascendencia nacional e internacional que ha tenido el chavismo como fenómeno sociopolítico le ha dado tal credito al presidente a los ojos de su pueblo que ninguna de las crisis estructurales que sufre su gobierno han logrado lastimarlo seriamente. Sin embargo, elementos fuera del control de Chávez—como el precio del barril de petróleo o las lluvias que evitaron en 2010 el colapso de la represa del Guri—y la pura casualidad de que la decrépita red eléctrica se mantenga en pie o de que no haya habido más accidentes en refinerías, le han permitido llegar al domingo en una posición ganadora. La cuestión de cómo se hará frente a estas crisis cuando exploten definitivamente puede ser apartada por ahora de la mesa. Pero no deja de estar ahí.
El punto más turbulento de la actual contienda presidencial vino cuando la salud del presidente estuvo amenazada, pero hasta de esa ha logrado salir indemne el ’comandante’. La historia de Chávez—con su intento de golpe, su encarcelamiento, su apoteósico resurgimiento de las cenizas, los eventos de 2002 e incluso el simbólico triunfo sobre el cáncer—podría haber sido sacada del molde del viaje del héroe de Joseph Campbell. Sólo así puede entenderse la dimensión casi divina del presidente entre sus seguidores, esos que el jueves colapsaron el centro de Caracas para verlo hablar, bailar y tomar café bajo la lluvia. Pero Hugo Chávez, no nos engañemos, es sólo un ser humano. Y uno desgastado y enfermo, además. Nadie sabe a ciencia cierta cual es la condición de salud del comandante, y no se conoce tampoco ningún plan o estructura en caso que el líder faltase. Los entendidos en Caracas hablan de varias facciones que compiten por heredar su reino. Los nombres de Elías Jaua, Nicolás Maduro, Diosdado Cabello y Henry Rangel completan las explicaciones. De muchísimas maneras, mañana puede resultar ser el día menos transcendental de los próximos años.
ENVIADO ESPECIAL EN VENEZUELA