Chávez y el pueblo al poder

Actualizado
  • 09/10/2012 02:00
Creado
  • 09/10/2012 02:00
CARACAS. El primer indicador de que había llegado el gran día fue la ’diana Carabobo’, cuyas trompetas me despertaron a las cuatro de la...

CARACAS. El primer indicador de que había llegado el gran día fue la ’diana Carabobo’, cuyas trompetas me despertaron a las cuatro de la mañana. Había dormido tres horas, y los noventa minutos siguientes los pasé intentando dirimir la batalla entre la emoción de las ‘ veintipico’ horas que se venían y el responsable deseo de descansar unos minutos más. Al final, el sueño nunca llegó.

A las siete de la mañana, el barrio 23 de Enero ya estaba en plena fiesta electoral. Miles de pancartas chavistas adornaban prácticamente cada casa, cada poste y cada balcón. El ritmo de cumbias, merengue y, por supuesto, la pegajosísima canción de Hani Kauam ‘Chávez corazón del pueblo’ se oía por todos lados. En el sector de La Cañada, la gente hacía largas filas afuera de la escuela Luis Enrique Mármol, el jardín de infancia Leoncio Martínez, la escuela Vargas o la biblioteca pública local. Las bocinas de la Coordinadora Simón Bolívar—uno de los famosos colectivos del barrio—llenaban el aire con canciones ’revolucionarias’. Y en una bella ironía, los miles de votantes eran observados por bustos y murales de personajes como Manuel Marulanda, Raúl Reyes o Camilo Cienfuegos.

El 23 de Enero, quizá el sector más chavista de todo Venezuela, destilaba tranquilidad. Había hecho el recorrido con Régulo Lunar, miembro de la Coordinadora, y me había asombrado su aire de normalidad—y el de todo el mundo, realmente—con respecto a una jornada electoral que se había tildado en muchísimos sectores de incierta y trascendental. Cuando le pregunté sobre el riesgo de perder, su sonrisa me demostró que ni siquiera se le(s) había pasado por la cabeza.

LA TENSA JORNADA

El Liceo Andrés Bello, en la avenida Méjico, me revolvió un poco más las sensaciones. El ambiente en las kilométricas filas del centro electoral más grande de la capital—unas 24 mesas—era totalmente distinto a lo que experimenté en el 23. La gran cantidad de personas hacía que las filas llegaran prácticamente hasta el borde de la acera, y los soldados intentaban mantener un mínimo de orden. Según nos acercábamos a la puerta del centro, un grupo grande de motorizados chavistas pasó gritando consignas, portando banderas de Venezuela y enfrentándose a varios de los que hacían fila. La masa respondió con abucheos e insultos. ‘¡Eso es ilegal!’, gritaban algunos, dirigiéndose a los soldados. Una mujer agarró a un camarógrafo por el hombro y le dijo ‘¿Grabaste eso? ¡Esos chamos pasaron gritando ’Viva Chávez’ y esos huevones (los soldados) no hicieron nada!’.

La multitud, la tensión y la desorganización hacían pensar, por momentos, que nadie lograría votar. Una frustración vieja, venenosa, se podía sentir en las caras de aquellos que se encaraban con los soldados, en las quejas generales hacia la organización y hacia todo lo que remotamente representara al establishment. En pocos minutos, la sociedad venezolana se había mostrado tal cual es: una oposición impotente, frustrada y desesperada, y un chavismo—o al menos un sector importante del mismo—que se siente con licencia para hacer lo que le dé la gana. Y ésto ocurría nada menos que en el Andres Bello, en un área que se considera tradicionalmente chavista.

Un poco después del mediodía, la masa de personas afuera de la Unidad Educativa Libertador, en el sector de Chacao, hacía aumentar mi admiración por el votante venezolano. ¿Harían los panameños estas filas de varias horas bajo el sol para votar?, me preguntaba mientras intentaba abrirme camino hasta la puerta del centro. En eso, escuché a una señora detrás mío hablando por teléfono con su hijo. ‘Sí, ya voté. Tuve que esperar cuatro horas, pero es mejor que 14 años’.

Desde la multitud se oían periódicamente gritos de ‘¡Queremos votar! ¡Queremos votar!’, mientras el ejército intentaba calmar a la gente. En las puertas del centro, una voluntaria del CNE (Consejo Nacional Electoral) daba unas últimas instrucciones sobre el procedimiento de voto. A esa hora ya circulaban reportes por todo Caracas de numerosos errores en el sistema automatizado, y se temía por una gran cantidad de votos nulos (al final fueron 280 mil, bastante por encima de los 160 mil registrados en 2006).

¿EL DÍA DE CAPRILES?

Las mismas filas nos recibieron en Caurimare, una de las áreas más exclusivas de Caracas. Bajo una tolda, cientos esperaban para votar, casi todas ellas por Capriles. Jorge Meza, voluntario de la oposición, me explicó el motivo del retraso en los votos. ‘La gente busca la mesa que le toca en las listas, pero aún así tienen que pasar por una computadora que le diga a qué mesa dirigirse. Hay nueve mesas y cuatro computadoras, por lo que es un cuello de botella’, aseguró. Viendo mi media sonrisa, agregó que ‘con este gobierno votamos casi todos los años, y siempre encuentran una manera de hacer las cosas un poquito más difíciles. Como dice el dicho, para qué hacerlo fácil si difícil también se puede’.

Eran aproximadamente las tres de la tarde, y extraoficialmente fuentes del chavismo manejaban cifras que ponían al presidente unos ocho puntos por delante. ‘Ni en sus mejores sueños’, me respondió un amigo de la oposición cuando le conté sobre las cifras. A eso de las cinco, la edición francesa del Huffington Post publicaba unas encuestas de boca de urna que ponían a Chávez diez puntos arriba. A pesar de la tensión y la desesperaciónque había vivido en los centros visitados, y de la alta afluencia a las urnas, parecía que la impresión dejada por mis días en Caracas—que Chávez ganaría por al menos 10 puntos—estaba siendo acertada.

Hasta que llegué al centro de prensa del CNE. Allí, María José Martínez, periodista del diario venezolano 2001, me explicó que yo era solamente la segunda persona que manejaba cifras pro-Chávez. Para ese momento, la encuestadora Varianza daba a Capriles tres puntos sobre el presidente, y así lo había anunciado en medios como Caracol o Venevisión. Varios estudios y sondeos ofrecían resultados opuestos, y aún había gente votando, por lo que el desenlace se perfilaba a la vez distante y estrechísimo. Además, me dijo, ‘en Venezuela nos guiamos mucho por el ’carómetro’, o sea las expresiones de los políticos. Entre eso y la poca actividad en el balcón del pueblo (donde Chávez celebraría la victoria) parece que el chavismo no se siente ganador’.

Así el ambiente, salí disparado para el comando de campaña de Capriles. Por muchos motivos, me interesaba especialmente lo que pasara allí: de confirmarse las predicciones de Varianza, sería la sede del nuevo presidente de Venezuela, el que pudo derrotar al gran Chávez. Si perdían, la alegría chavista duraría horas, y la decepción opositora—más aún con supuestas cifras a favor—podría traer consecuencias importantes.

UH, AH, CHÁVEZ NO SE VA

El ’Comando Venezuela’ estaba ubicado en el teatro de Chacao. Al llegar, a eso de las ocho y media, me sorprendió el ambiente, mucho menos eufórico de lo que hubiera pensado. Y quizá no era de extrañar: por el camino, mis fuentes chavistas me habían volteado la tortilla: el ’carómetro’ de Jorge Rodríguez, jefe de campaña de Chávez, hacía pensar que el chavismo ya sabía de su victoria. Sus palabras a los medios, ‘tengo la sensación de que nos veremos más tarde’, eran contundentes. Luego me llamaron a decirme que en el interior del país ya había gente celebrando. Aunque no era oficial, se empezaba a respirar en el aire que la batalla estaba decidida.

A las 9:40, la agencia estadounidense Stratfor adelantaba la noticia. Según sus fuentes en el CNE, Chávez estaba arriba con el 80% de los votos escrutados. Veinte minutos más tarde, sobre las diez de la noche, la presidenta del CNE Tibisay Lucena confirmaba la noticia. Hugo Chávez, con el 54% de los votos, había sido reelecto por tercera vez como presidente de Venezuela. Henrique Capriles Radonski, su principal oponente, había obtenido el 44% de los votos. Al final terminaron siendo diez puntos. Las cifras filtradas por los chavistas durante todo el día, y por el Huffington Post, terminaron siendo acertadas.

Para entonces, el cielo de Caracas era un festival de fuegos artificiales y miles de mascotas en toda la ciudad se escondían con el estruendo de mil cohetes y bombas. Mientras el guapo Capriles concedía la derrota y hablaba del tiempo de Dios, salimos apresurados hacia el Palacio de Miraflores. Cogimos el último metro, y al salir de la estación Capitolio vimos una de las celebraciones más apasionadas que se pueden ver. La gente corría, gritaba, aullaba, cantaba, bailaba y saltaba por toda la calle. Carros llenos de gente con banderas, pancartas y camisetas rojas circulaban por todas las avenidas del centro. La zona entera estaba repleta de gente, todos eufóricos, celebrando como si su vida hubiera estado en juego en esta elección.

EL PUEBLO AL PODER

Pero no fue sólo eso. Ojalá lo hubiera sido. A medida que avanzábamos hacia el palacio, lo peor del chavismo asomaba por ahí. La gente bebía, aunque oficialmente había ley seca hasta el lunes. Se orinaban por ahí. Muchos caminaban en zigzag, bajo los efectos de quien sabe qué.

¡Y las motos! Las motos, con su estruendo intimidante y su rapidez paralizadora son quizá el mejor símbolo de lo que el chavismo representa para ese 46% que no votó por el presidente. En muy poco tiempo, mi interés se empezó a convertir en nerviosismo, y lo que percibía como euforia se empezó a convertir en caos, en descontrol, en un sindiós que quizá es la mejor forma de resumir lo que es el régimen chavista en este país. Ya cerca del balcón del pueblo, intentaba controlar mi ansiedad mientras por las bocinas escuchaba a Chávez decir ‘nosequé’ de la victoria perfecta. La gente empujaba para hacer paso a las motos que intentaban salir. Segundos después, decidí dar la vuelta. Quería llegar a mi casa lo antes posible.

Tenía miedo. El centro de Caracas parecía un mundo post-apocalíptico, sin ley ni control. Tenía miedo, igual que los opositores, igual que todos los que han salido de Venezuela hacia países como Panamá. Lo que tenía enfrente mío era una pandilla de salvajes sin ningún control. Lastimosamente, esa pandilla es más del 50% del pueblo venezolano. Para entender a Chávez, y al ’estado malandro’ que ha creado, quizá no haya mejor explicación que la idealizada frase ‘el pueblo al poder’. Esa es la belleza de la democracia. Que, como diría George Bernard Shaw, asegura que no nos gobiernen mejor de lo que nos merecemos.

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