Panamá: La crisis que era evitable

Actualizado
  • 09/01/2014 01:00
Creado
  • 09/01/2014 01:00
PANAMÁ. Este artículo inédito, redactado en 1964, fue ubicado por su familia luego del fallecimiento de su autor.

PANAMÁ. Este artículo inédito, redactado en 1964, fue ubicado por su familia luego del fallecimiento de su autor.

Recoge parte de la labor diplomática del embajador de Estados Unidos en Panamá, Joseph Simpson Farland, quien se retiró de la representación diplomática norteamericana 6 meses antes del fatídico 9 de Enero de 1964.

No cabe duda que se habría evitado gran parte de la violencia de ese día y los días subsiguientes en las ciudades de Panamá y Colón principalmente, si en Washington se hubiese adoptado el estilo negociador de Mr. Farland. Pero nadie es profeta en su tierra.

Como un reconocimiento al aporte de Farland y la puntual posición del autor, La Estrella lo reproduce de manera integral: El más trágico aspecto de los sangrientos desórdenes antinorteamericanos que estallaron en Panamá en enero pasado y dejaron la imagen de nuestra nación en la América Latina casi arruinada, fue su falta de sensatez. La Crisis nunca debió haber ocurrido.

Ninguno de las muchas personas que han expresado sus lamentaciones está mejor calificada que Joseph S. Farland, quien cinco meses antes era embajador de los Estados Unidos en aquella pequeña nación de un millón de habitantes. Al llegar en Panamá a mediados de 1960, Farland afrontó un ambiente similarmente violento, contra los Estados Unidos, respaldado por los comunistas, parecido a lo de este año por el resentimiento hace tiempo reprimido de lo que los panameños consideran las iniquidades en el tratado del Canal de Panamá.

Farland fue extraordinariamente exitoso con los panameños. Entre pocos meses, ayudó a cambiar el ambiente venenoso en una atmósfera en la cual hombres de buena voluntad pudieron discutir calmosamente sus diferencias y llegar a obtener arreglos razonables. Para el pueblo de Panamá él introdujo un patrón de rápida ayuda a si mismo que en tres años trajo transformaciones rurales que inspiraron un nuevo sentido de esperanza y dignidad. Cuando renunció el pasado agosto, 35,000 panameños se reunieron en masivos mitines para despedirlo - ‘una efusión nacional’- dijeron los periódicos de Panamá, ‘que excedió a cualquier otra celebración en honor de los más grandes hombres de Panamá’.

Sin embargo, con el Washington oficial Farland fracasó. Inevitablemente sus métodos inortodoxos lo llevó a tener candentes confrontaciones con altos funcionarios de la Agencia Internacional de Desarrollo (AID) y del Departamento de Estado. Estos hombres no solamente dieron escasas importancia a los logros obtenidos por Farland sino que trataron de bloquear cada uno de sus movimientos incluyendo sus esfuerzos por conseguir de Washington en examen imparcial de la cuestión del canal, latente por décadas bajo todas las relaciones con Panamá- Y cuando estalló la crisis de este año, Washington se apresuró a poner la culpa en todas partes menos donde debía estar: en su propia puerta.

La historia es la experiencia de los Farland en Panamá es, por tanto, un clarísimo ejemplo de cómo los países pueden ser ayudados a levantarse ellos mismos. Así como también es una punzante advertencia a la persistente ceguedad de los funcionarios de Washington de conocer la disposición de ánimo y aspiraciones de la América Latina y de lo que debe hacerse para lograr un entendido con ellos.

En 1957 Farland, entonces un abogado y operador de mina de Virginia, de 45 años de edad, fue designado por el Presidente Eisenhower como embajador a la República Dominicana de Trujillo. En este delicado cargo sirvió con tal rigidez y distinción que en el 1960 fue transferido a Panamá entonces dominada por los disturbios y donde la imagen de los Estados Unidos, podía escasamente ser más fea. A la plana mayor de su embajada Farland dijo: ‘Nosotros representamos a la nación más grande del mundo, a la más grande filosofía del gobierno ideada por el hombre. Debemos transmitir ese concepto al pueblo. Yo quiero que salgan a la calle y traten personalmente a los panameños, comiencen a representar a su país ante ellos’.

Durante el primer año de Farland, la embajada americana festejó a 10.000 panameños de todas las clases sociales y posición económica. Placenteramente indiferente a los formulismos, sugirió que cada uno de ellos le llamara Joe o José- El así como su esposa ‘se llevaron la embajada en excusión’, celebrando reuniones informarles en las capitales de las provincias con ocasionales contactos con el populacho.

Farland fue asistido en sus esfuerzos por el Mayor General Theodore F. Bogart, Comandante del Ejército Americano en el Caribe; por el Mayor General W. A. Carter, entonces Gobernador de la Zona del Canal; y más tarde por el actual Gobernador Mayor General Robert J. Fleming, Jr.. En todas partes las relaciones Panamá-Estados Unidos eran discutidas francamente. Simples preguntas obtuvieron simples respuestas.

El directo acercamiento amigable dio resultados. Hubo una notable mengua en el virulento anti-americanismo. Tan impresivo fue el cambio que cuando el Presidente Kennedy tomó posesión de su cargo en 1961 pidió a Farland mantenerse en su puesto, el único embajador que no siendo de carrera fue retenido.

Con la tirante atmósfera ya calmada, Farland buscó medios de levantar la economía de Panamá. Para ver por sí mismo el problema, comenzó haciendo viajes a la empobrecida región interior del país. Viajando en jeep, canoa y a pie, visitó virtualmente cada aldea. Los campesinos estaban atónitos y contentísimos. Ellos compartieron sus problemas con él.

Cuando tenían una necesidad la mencionaban insistentemente, ‘Un camino, señor José, un pequeño camino, no tenemos vía para hacer llegar nuestros productos al mercado excepto llevándolos a nuestras espaldas por millas de senderos escabrosos’.

De vuelta a la Embajada, Farland se afanaba sobre mapas, marcando lugares por donde podrían cortarse caminos baratos. La provincia de Coclé sería un buen lugar para comenzar. Primero un camino de 20 millas podría cortarse de Penonomé a Toabaré. Luego otros caminos cortos a través de la Cordillera Continental y más adelante bajando por el Centro del Valle de Coclé del Norte, donde 50.000 acres de tierras del gobierno podían hacerse asequibles para construir viviendas a los campesinos y por último sobre la costa este creando un nuevo acceso que cruzara el istmo.

Excitado, Farland llevó sus planes a los dirigentes de la AID. Ellos no se entusiasmaron. Así que decidió ir adelante sin la bendición burocrática.

Juntando bulldozers (tractores de país) de los Estados Unidos, usados para entrenar operadores panameños, les dijo a los instructores: ‘En vez de trabajar en los proyectos de tipo WPA o simplemente cavar inútiles hoyos y llenarlos nuevamente, enfilen sus bulldozers hacia Toabaré y sigan caminando. Dejaremos un camino a nuestras espaldas. Siguiéndoles en un jeep, el embajador fue recogiendo voluntarios por las villas del camino para excavar desagües, esparcir gravilla, construir alcantarillas con madera. En tres semanas, Farland y los operadores de bulldozers se abrieron camino hasta Toabaré. Recibieron una bienvenida tremenda. El camino había sido construido a un costo para los contribuyentes americanos de menos de $5.000 la milla.

De inmediato el proyecto comenzó a rendir beneficios. A lo largo del camino surgieron pequeñas haciendas de ganado, plantaciones de piña, granjas de vegetales, tiendas e industrias para la fabricación de casas. En dos años, 75 millones de naranjas fueron llevadas por el camino al mercado aportando más de $250.000 de nuevas entradas en efectivo a los campesinos cosecheros auranciáceas. Luego los buses escolares y de pasajeros pululaban por el camino, unidades móviles sanitarias hacían viajes regulares.

El embajador había enfrentado a la burocracia y –el imperdonable pecado- resultó un agravio. Después que el camino estuvo terminado, un oficial de la AID fue enviado desde Washington. Parado a la vera del camino dijo: ‘Usted debió hacer estudios para una vía de entrada y otra de salida’. Rubén Carles, Jr., del Chase Manhattan Bank en Panamá contestó por Farland. ‘Ve usted esos camiones que vienen, llenos con los productos del área? Esa es la vía de salida. Ve usted esos camiones que van llenos de provisiones y mercancías para la gente? Esa es la vía de entrada. Esas dos vías es suficiente estudio para nosotros’.

Los dos próximos caminos ideados por Farland serían en la Provincia de Veraguas en cuya capital, Santiago, estaba el foco más candente de la agitación comunista en Panamá. Comenzó en Soná y ayudó a los campesinos locales a construir de un sendero de verano un camino de 25 millas al sur hasta Guarumal, pasando por algunas de las tierras más propicio para la siembra de arroz; todo por ser un costo menor de $4.000.00 la milla. Al asistir para su dedicación, encontró la bandera americana flotando por todas partes y la gente alineada en el camino gritando, ‘Viva los Estados Unidos’.

En total, Farland ayudó a los panameños a construir y rehabilitar una 200 millas de pequeños caminos. Esto transformó las economías locales, convirtiendo unas áreas deprimidas en áreas de prosperidad. Y como se había predicho, los caminos condujeron a otros proyectos de ayuda propia. El día que los bullidozers llegaron a Toabaré, por ejemplo, la gente mostró a Farland una enramada con piso de tierra -su escuela. El les preguntó: ‘Tan urgentemente necesitan una escuela que ¿se atreverían a construirla ustedes mismos? Aprobaron. Les consiguió una máquina para hacer ladrillos o bloques valorada en $100.00, les enseñó la manera de operarla, les dio cemento. Diez y ocho meses más tarde la escuela fue inaugurada -18,000 bloques, 12 aulas y más de 300 alumnos.

Para alojamientos, necesitados con urgencia en Panamá, la Alianza para el Progreso destinó considerables fondos, pero la ejecución del proyecto ha sido por largo tiempo obstaculizado por la tardanza burocrática. De nuevo Farland puso a trabajar el impulso de la ayuda propia con solo un pequeño giro contra los fondos de la Alianza.

En una extraordinaria sección ruinosa de los barrios de San Miguelito, cerca de la Ciudad de Panamá y en otra en Natá, convenció a grupos de advenedizos que vivían en chozas a cooperar en un plan ingenioso. En cada lugar, 20 hombres ansiosos de poseer un hogar, construirían cinco casas a la vez, viviendas completas de dos dormitorios a un costo de $2.000.00 cada una. Puesto que ninguno de los trabajadores sabía cuál de ellas sería la suya –se sortearía después- todos se empeñaron y trabajaron con amor, tratando de que cada una de ellas estuviera bien acabada. Teniendo en cuenta que la labor de cada uno de ellos representaba un 25 por ciento del valor de la casa ya terminada, los bancos tomaron hipotecas por 20 años por el balance, reembolsable a $11.00 por mes solamente. El dinero de la Alianza estuvo nuevamente disponible para suscribir el próximo proyecto para otros 20 trabajadores.

Pero para asombro de Farland, mientras más éxitos alcanzaban sus proyectos de ayuda propia, más obstáculos le ponían de Washington. Sus ruegos por menos ingerencia y más libertad para la embajada fueron desestimados.

Le pareció que los dirigentes de la AID estaban aferrados a los contactos de gobierno a gobierno y simplemente se comprendían las virtudes dinámicas de un programa de gobierno al pueblo. ‘Todos los 20 mil millones asignados por la Alianza no puede salvar a la América Latina’ declaró. ‘Toda la riqueza de los Estados Unidos no puede hacerlo tampoco’. Este no es más que dinero de simiente. Si la semilla va a hacerse germinar en una visible economía, debe mostrarse al mismo pueblo latinoamericano el modo de alcanzar que dé frutos con el sudor de ellos mismos, no con el de las frentes americanas.

Ninguno de los consejos de Farland fueron más airadamente rechazados que sus frecuentes instancias de que Washington se enfrentara decididamente con las causas básicas de las diferencias entre los Estados Unidos y Panamá: el tratado del canal. El creía que no importa cuánto hagan los Estados Unidos para mejorar la economía y crear nueva confianza y sentimientos amistosos, no podrá hacer avances perdurables hasta que no se resuelven a hacerle frente a los sentimientos de los panameños acerca de lo que ellos consideran las iniquidades en el tratado inalterado salvo en aspectos secundarios desde que le fue impuesto a la entonces incipiente nación en 1903.

Farland nunca asumió la actitud mental de que todas las quejas expresadas por panameños fueran justificadas. Llanamente señaló a los representantes panameños su error cuando creía que estaban equivocados. Pero en justicia, insistió en que Panamá merecía la cortesía de una audiencia de alto nivel.

Ofensiva a la dignidad nacional ha sido la cláusula del tratado de la Zona del Canal concediendo derechos a los Estados Unidos ‘como si fueran soberanos’, negando a los panameños voz en los asuntos del canal, convirtiéndoles en ciudadanos de segunda clase en su propio país. Peor aún es la cláusula en que se establece que estos derechos han sido concedidos ‘a perpetuidad’ una medida única en acuerdos internacionales.

A las acusaciones de que las expresiones de queja de Panamá eran esfuerzos disfrazados para apropiarse el canal, Farland replicó, ‘En todas mis relaciones aquí, ningún panameño responsable jamás ha insinuado siquiera que Panamá desee la salida de los Estados Unidos del Canal. Panamá solamente quiere una mayor participación en el consorcio del canal.

En 1962, el Presidente Kennedy y el Presidente de Panamá, Roberto Chiari, nombraron una comisión de cuatro hombres para discutir los puntos de diferencia. Solo hubo una dificultad: por insistencia de Washington y sobre las objeciones de Panamá, el alcance de la comisión fue limitado; solo podrían tratarse problemas que pudieran ser allanados dentro de la presente contextura del tratado. La Comisión, con Farland y Fleming representando a los Estados Unidos y el Ministro de Relaciones Exteriores Galileo Solís y un ex Canciller, Octavio Fábrega, en representación de Panamá, conversaron durante 13 meses.

Las demandas de Panamá para un arreglo eran verdaderamente modestas. Ejemplos: Un corredor panameño a través de la Zona del Canal en el lado urbano del Pacífico para conectar las dos secciones del país divididas por la Zona; admisión de empresas panameñas en la Zona, actualmente reservada exclusivamente a los americanos; un pequeño aumento en la renta del canal; la devolución de una parte de porción de la faja de diez millas que no ha sido usada por los Estados Unidos. Y, desde luego, la continuación del izamiento de la bandera panameña en la Zona el lado de la de los Estados Unidos, según fue ordenado en 1961 por el Presidente Eisenhower en ‘reconocimiento visual de la titular soberanía de Panamá’.

Ninguna de estas concesiones fue prohibida en el tratado de 1903; ninguna pretendía amenazar ni ligeramente los derechos de los Estados Unidos de operar y defender el Canal. Si alguno de estos acuerdos se hubiera logrado, muchos expertos están convencidos ahora de que la violencia de enero no hubiera ocurrido (aún ahora Panamá no ha aumentado sus demandas originales).

Enviada a Washington para su consideración, tales sugestiones, sin embargo, promovieron insignificantes disputas en el Departamento de Estado y fueron sometidas a mutilaciones en el nivel medio del departamento que las hicieron incomprensibles a funcionarios superiores, y sufrieron interminables dilaciones antes de avisarse recibo. La Comisión americana condujo sus discusiones sin flexibilidad o libertad.

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