Colón, la tacita en la oscuridad

Actualizado
  • 07/12/2018 01:04
Creado
  • 07/12/2018 01:04
Los problemas de siempre se han acentuado, a pesar de los más de mil millones invertidos por el Gobierno. Hoy, entre las inundaciones y el asfalto abierto de las calles, los colonenses afrontan el caos, aún aquellos que no pueden verlo. Primera entrega de una crónica de resiliencia

Vestido con una camisa color mamey, pantalones y medias caqui, zapatos de charol y unas gafas color caoba, que ocultan unas retinas quemadas tras un malograda cirugía, Carlos Clop espera en la entrada del Club de Ciegos, en calle tercera, Colón. Sobre el sonido del agua escapándose de la tubería rota que mantiene perennemente inundado el Callejón Martínez, escucha pasos sobre la acera. Al oír su nombre extiende su mano derecha en dirección a la voz.

Ser ciego en Colón es una tragedia doble. Lo es para cualquiera que solo dependa del tacto, el olfato y el oído para moverse a través de una urbe que, si bien su trazado original pudo haber sido calcado de Filadelfia, Galveston o Sacramento, hoy en día su realidad se asemeja a la de una ‘zona cero'. Los no videntes tienen que jugársela en sus 16 calles. Corren el riesgo de tropezar con uno de los innumerables baches y de caer en uno de los charcos de aguas pútridas y quietas. O de precipitarse en el asfalto abierto, en algunas de las calles que están siendo intervenidas como parte del proyecto de Renovación Urbana, uno de los emblemas de la saliente administración de Juan Carlos Varela y que fue licitado a las empresas Odebrecht y Constructora Urbana S.A. (CUSA) en 2015.

LO QUE LAS AGUAS TRAEN

En una ciudad que fue levantada sobre rocas y corales, en un terreno ganado al Mar Caribe, después de que la isla de Manzanillo fuese empalmada con tierra firme, el problema de las inundaciones es de larga data. Ocurren cuando coinciden tres situaciones: una lluvia que se prolonga por varias horas, una falla en las bombas que recogen el agua y la acumulación de desechos que obstruyen los desagües.

Lo que sorprende al arquitecto colonense Joel Ceras es que Colón ‘todavía se inunde y peor que antes', a pesar de una inversión gubernamental que supera los mil millones de dólares, incluyendo más de 600 millones de dólares destinados a la Renovación Urbana. Las obras, que se ejecutan desde 2015, abarcan el remozamiento de las aceras, avenidas, espacios públicos, de las redes de tendido eléctrico —que se encuentran a ras del piso en algunas sitios—, reemplazo de tuberías, etc.

‘Ya la ciudad de Colón no se inunda más', proclamó en junio pasado el entonces ministro Mario Etchelecu. Cuatro meses después, en la mañana del 15 de noviembre, a Clop le es imposible cruzar, a pesar de las palabras del político, la calle para entrar en la oficina que ocupa como presidente del Club de Ciegos. Había llovido desde la noche anterior. Las inundaciones provocaron que el Ministerio de Educación suspendería las clases en la provincia.

El agua incluso se metió dentro del local que el Club de Ciegos ocupa desde 1956. No fue sino hasta pasadas las 10:00 a.m. que Clop, quien perdió la visión tras un procedimiento quirúrgico realizado en 1987, en la Caja del Seguro Social, logró franquear la puerta de entrada. El olor le hizo saber que los baños del primer piso del local que fue donado por el presidente Demetrio Basilio Lakas estaban nuevamente desbordados.

En la cocina, del grifo de un lavaplatos minúsculo, escondido entre varios trastes, a veces sale agua contaminada. Esto sucede, por lo general, los miércoles y sábados, días en los que el Instituto de Acueductos y Alcantarillados Nacionales (Idaan) cierra el flujo de agua potable para reemplazar tuberías.

Al bajar la presión sale un líquido que despide olores nauseabundos, cuenta Clop. El director regional del Idaan, Ricardo Ponce, manifiesta que pueden haberse dado casos de filtraciones o succionado de aguas residuales en caserones antiguos, cuyas tuberías de agua potable hayan sido expuestas, si bien hasta el momento las pruebas bacteriológicas realizadas tras cada cierre han salido negativas. En Colón los ciegos deben no solo sortear las aguas contaminadas que inundan las avenidas, sino que también deben evitar beberlas en caso de que se asomen por los grifos.

LA MALA SALUD

Hacia el mediodía el aguacero comenzó a menguar. En la tarde, la gente se asoma nuevamente a las calles, todavía aferradas a sus paraguas. Hay basura depositada por doquier.

El año pasado azotaron las epidemias: meningitis, conjuntivitis y diarrea. ‘La población se está enfermando con el polvo, que es polvo generado después de que secan las aguas putrefactas', aseveró Edgardo Voitier, dirigente del Comité de Lucha por la Salvación de Colón. Es una polvareda que, al cruzar cualquier callejón enarenado, hiere los ojos.

La salud económica del conglomerado logístico que rodea a la ciudad, que incluye puertos de Hutchinson y Evergreen, también se ha resentido. En una provincia que en el 2017 aportó $7,343 millones al producto interno bruto nacional —con el ingreso per cápita más alto del país— los gremios empresariales han sonado la voz de alerta.

El 15 de noviembre, la Asociación de Usuarios de la Zona Libre de Colón, la más grande del continente, advirtió de las afectaciones de ‘proporciones incalculables a la reputación e imagen del país'. Mercedes Eleta de Brenes, presidenta de la Asociación Panameña de Ejecutivos de Empresas (Apede), se hizo eco de las críticas, destacando la necesidad de ‘tener todos los desagües pluviales, toda la infraestructura que se requiera'.

‘La manera como CUSA y Odebrecht han venido realizando las obras de renovación urbana está produciendo serios perjuicios a la población, que no puede circular con sus vehículos; los comerciantes se sienten afectados en sus negocios...', expone Voitier. Considera que la problemática social en la provincia se ha agudizado, a pesar de la inversiones multimillonarias.

‘Colón está destruido', reconoce Ariana Lyma de Policani, candidata a diputada por el circuito 3-1 de Colón, ante el escenario de por lo menos seis calles principales cerradas, sin contar las avenidas afectadas. Es un entorno urbano trancado, donde todos los días los conductores deben improvisar una nueva manera de entrar y salir de la ciudad, donde los comerciantes y buhoneros se han visto afectados, dejando al municipio con menos impuestos que recaudar.

El Gobierno se ha encargado de las compensaciones respectivas, señala el arquitecto Xavier Grenald, del Ministerio de Vivienda y Ordenamiento Territorial (Miviot), entidad encargada de la coordinación del proyecto de Renovación Urbana.

El funcionario espera que las inundaciones comenzarán a ser menos frecuentes una vez se construya la nueva estación de bombeo pluvial y la colectora que la alimentará. En otros sectores, todavía hacen falta las interconexiones a las tuberías.

Pero, al menos por el momento, ni los políticos se salvan. Como le sucedió a Policani, cuando una noche quedó atrapado dentro de su vehículo en una de las arterias que desembocan en la Avenida Roosevelt. No encontraba un espacio por donde su automóvil pudiera avanzar y retornar finalmente hasta su hogar. Estaba atascado bajo un temporal, con miedo a que el agua irremediablemente lo alcanzara dentro de su vehículo. Fue entonces cuando gritó. Otro grito de desesperación encajonado entre la miseria y las sombras.

CAOS Y RESISTENCIA

José Pineda, uno de los padres de familia de la Escuela Adventista, en las inmediaciones del Club de Ciegos, define la situación como ‘insostenible'. En su opinión, no se contempló ‘las condiciones de los no videntes, quienes deben hacer peripecias para poder llegar al club'.

‘Estamos aguantando, porque nos han dicho que cuando terminen las obras va a quedar bien bonito. Habrá que ver para creer', sentencia Clop desde el pequeño santuario de su oficina, en el Club de Ciegos. Después de perder la vista a raíz de una fallida operación de cataratas, tuvo que retirarse de su empleo en una cementera. Nunca fue indemnizado por el Seguro Social, a pesar de la cirugía donde le instalaron cristalinos sin filtro. El implante defectuoso provocó que los rayos del sol le quemaran poco a poco las retinas, hasta que en 1994 sufrió un desprendimiento. Pasó un año en su casa, afectado. Después ingresó al Club de Ciegos, donde pudo rehabilitarse.

Clop es un ejemplo de la resiliencia de una ciudad que, desde mediados de la década de los cincuenta, después de que en su periodo de mayor bonanza fuese proclamada como la ‘tacita de oro', está acostumbrada al abandono. Y a la solidaridad como forma de sortearlo. Pero la última persona que se acercó a traer una donación al Club de Ciegos cayó al agua, recuerda Clop, en una bocacalle que parece el fondo de una laguna turbia, cenagosa. Una ciudad sumergida en el fondo de una pesadilla, con su brillo ahogado.

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